El fin del Gobierno interino de Juan Guaidó en Venezuela por voluntad de quienes lo apoyaban, no por la actuación de Nicolás Maduro, es un hecho sin precedentes, tal y como lo fue la investidura y gestión del mandatario cesado.
Quizás para muchos, el mandato de Guaidó fue una gestión inútil, sin embargo, el hecho de que sobreviviera y nunca fuera aplastado por los autócratas, fue en sí mismo una victoria, a lo que se debe sumar el reconocimiento internacional que adquirió, que como interpreté a la colega columnista venezolana Thays Peñalver en su artículo, La Venezuela post Guaidó, también fue responsable del cese de su Gobierno interino, la Administración del presidente Joe Biden, al negociar con el dictador Maduro.
En honor a la verdad el saliente podía hacer muy poco, no tenía control alguno sobre la administración, incluyendo las fuerzas públicas. Fue una gestión simbólica, un reto permanente que debería reevaluarse a fondo por tirios y troyanos, que demandaba coraje y convicción, virtudes que no se adquieren en los mercados.
La oposición debe prepararse para operar en una sociedad cerrada qué desde su provisionalidad, califica y trata como hereje a quienes contraríen el pensamiento oficial, idea que se fortalece según aumenta el control sobre el país.
Quizás para muchos, el mandato de Guaidó fue una gestión inútil, sin embargo, el hecho de que sobreviviera y nunca fuera aplastado por los autócratas, fue en sí mismo una victoria
Esta situación es mucho más complicada para la oposición cuando el régimen que enfrenta es originado en el pensamiento castro-chavista, ya que la capacidad represiva de estos Gobiernos, no conoce límites al actuar bajo la consideración de que hacer oposición, es un acto criminal que merece ser aplastado.
La criminalización de la política, apoyada en una capacidad represiva de gran poder, hace que el Gobierno es un contrario mortal, a desplazar del poder con los métodos y normas que demanden las circunstancias, puesto que las reglas de la acción política siempre la ponen los gobernantes y nunca la oposición, hasta que se convierta en Gobierno.
Combatir una dictadura es mucho más arriesgado que hacer oposición en el Parlamento, a través de la prensa o en manifestaciones públicas, razón por la cual, aquellos que han estado habituados a actuar en el marco democrático, deben comprender y asumir que las estrategias deben ser cambiadas, que la confrontación es inevitable cuando se afronta un régimen que no respeta los más elementales derechos ciudadanos.
Entre las autocracias cubanas y venezolanas hay muchas semejanzas y diferencias. Fidel y Raúl Castro, al igual que sus herederos, fueron sujetos despiadados, instituyeron el paredón como su «solución final» al mejor estilo hitleriano, y demonizaron a los sobrevivientes con grandes condenas de prisión u obligándolos al exilio.
Entre las autocracias cubanas y venezolanas hay muchas semejanzas y diferencias. Fidel y Raúl Castro, al igual que sus herederos, fueron sujetos despiadados
Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro no han quedado atrás, han sido particularmente crueles y violentos con la oposición. Sin embargo, como auspician un socialismo con rostro humano, hubiera dicho Jean-Paul Sartre, mataban discretamente sin recurrir al paredón, aunque encarcelando a los opositores, que al igual que en Cuba se pudren en las prisiones olvidados por la mayoría ciudadana.
Otro factor que tal vez influyó en la actuación menos extrema de los déspotas venezolanos fue que la opinión pública internacional no favorece la violencia, componente que tal vez determinó que tanto Chávez como Maduro aceptaran una especie de convivencia con la oposición, situación que hace pensar que después de la defenestración de Juan Guaidó, la oposición venezolana al interior del país se encontrará con el momento más difícil de su gestión.
La cohabitación con la autocracia es muy ardua, algunos pueden perder su razón de ser como oposición y otros confundidos por las mieles del poder. La oposición en esas condiciones tiene que actuar con mucha cautela, con firmeza y con una visión muy precisa de sus intereses.
Lo más apropiado es generar una propuesta nacional que se comprometa a redimir los errores del pasado y los del presente. Además, implementar estrategias de acorde a la nueva realidad evitando caer en los marcos de actuación que favorezcan al Gobierno, aunque los amigos de afuera lo demanden, porque esas «amistades», son tremendamente fieles mientras sus intereses coincidan con los de los opositores. En eso, los cubanos tenemos tristes experiencias.