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Pedro Sánchez, ETA y la fiesta de la insignificancia

Sobre una respuesta del presidente del gobierno.

El otro día Pedro Sánchez dijo en el Senado:

Me quería referir al caso de Igor González Sola, al preso de la banda… ETA, que se suicidó la semana pasada en la cárcel donostiarra de Martutene. Quiero antes que nada decir algo obvio, y es lamentar profundamente su muerte. Lo lamento.

Óscar Monsalvo y Arcadi Espada, entre otros, han analizado la intervención del presidente. Algunas cuestiones de su intervención son decorativas: por ejemplo, que Pedro Sánchez haga algo profundamente es una imposibilidad ontológica.

Otras partes son obvias. Cualquier muerte es lamentable, y cualquier muerte por causas no naturales lo es más. No hace falta ni ser demócrata para hacerlo; es una cuestión de humanidad, algo que tiene que ver con la conciencia de la propia muerte. ETA y sus apologistas no solo son antidemócratas sino inhumanos: es decir, gente que negaba la humanidad de sus adversarios políticos, o que admitía que podía suspenderse.

También se puede lamentar que González Sola no haya pagado su deuda con la sociedad. Esto no es la ley del Talión, sino la pena en un Estado de Derecho que considera la reinserción uno de los objetivos de la cárcel.

El suicidio de alguien que está bajo custodia del Estado es un fracaso. El presidente podría haberlo puesto en un contexto y hablar de una cuestión más importante: las condiciones de los presos en España y los suicidios en las cárceles. No veo cifras muy claras. El Confidencial hablaba en agosto del año pasado de 26 suicidios y 25 fallecimientos por sobredosis; las cifras las recopilaba la asociación de trabajadores penitenciarios Tu Abandono Me Puede Matar. Su presidente decía «no se trata del número oficial, ya que solo contabilizamos las muertes que nos comunican los compañeros. Seguramente haya más que no están». En diciembre del mismo año, El País daba la cifra de 41 fallecidos por suicidios en las prisiones dirigidas por el ministerio del interior (Cataluña tiene las competencias transferidas). Hace unos días por ejemplo se suicidó un joven de 26 años en la prisión provincial de Alcolea, en Córdoba. Había pasado en la cárcel buena parte de su vida adulta. Una nota de prensa del ministerio del interior decía en 2019 que la tasa era de 5,3 suicidios por cada 10.000 reclusos (menos que otros países europeos); Sánchez esta semana dijo 6,4. Señaló que las cifras se las había dado el ministro del interior.

En cualquier caso el único que mereció las condolencias del presidente fue González Sola. Sánchez, que tenía muy fácil haberlo evitado, admitía que los presos de ETA son diferentes.

Omitió que ETA fuera una organización terrorista (casi se oye el ruido del viento en el tiempo en que no dice el adjetivo) y además habló de “presos vascos”: como si fueran todos los presos vascos y como si lo fueran por ser vascos, de una banda nada menos. Aceptó los marcos de Bildu. Que solo sepa ser valiente con la derecha española no es una novedad, pero sorprende que, antes de nada, como ha escrito Fernando Savater en alguna ocasión, ya diera a Bildu lo más importante: la razón. Es grave, no era necesario y a la vez lo serio es que tampoco significa mucho: la principal característica del presidente es su inanidad.

Daniel Gascón: (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Es autor de El golpe posmoderno (Debate, 2018).

 

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