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La izquierda soy yo

«Igual que quiso llevar a todos los socialistas a retratarse sobre Rajoy, ahora lleva a todo el país a elegir entre el fascismo o él»

Pedro Sánchez tomó este lunes la decisión correcta al anunciar la disolución de las Cortes y la convocatoria inmediata de elecciones generales. La contundencia de la derrota sufrida en las municipales y autonómicas no permitía prolongar la agonía de un gobierno acabado sin infligir un mayor daño al país. Aunque sospechemos que esa no es la razón por la que el presidente dio ese paso, hay que reconocer que esta vez sus intereses pueden haberse visto alineados con los de la nación.

Le faltó, sin embargo, añadir en su intervención desde La Moncloa un detalle imprescindible para que el elogio a su iniciativa hubiera sido unánime. Le faltó aclarar que él no sería el candidato del PSOE en esas elecciones porque es él y sólo él el responsable del desaguisado que conduce a la izquierda española a un largo purgatorio y, en el caso del Partido Socialista, quién sabe si no a su desaparición.

Sólo a modo de resumen, recordemos que los pactos de Bildu son decisión de Sánchez, que el indulto a los independentistas es decisión de Sánchez, que la eliminación de la sedición y el abaratamiento de la malversación son decisiones de Sánchez, que la ley del sólo sí es sí y otras dramáticas ocurrencias de Podemos son responsabilidad de Sánchez, como responsabilidad de Sánchez es, en definitiva, la constitución de esta coalición y de las mayorías parlamentarias que han permitido mantenerla con vida.

Es, por tanto, obra de Sánchez el estilo radical, demagógico, autoritario, sectario y agresivo con el que se ha conducido desde el principio este Ejecutivo, que es, precisamente, lo que los votantes castigaron de forma tan rotunda este domingo.

«Acudir a elecciones anticipadas puede parecer sin duda un acto de audacia. Pero es, sobre todo, una prueba más de soberbia»

Resabiados ya por la experiencia de estos años, muchos ciudadanos se preguntan ahora por dónde saldrá Sánchez en los próximos días. Se hacen cábalas sobre si nos encontraremos al Sánchez centrista que pactaba con Ciudadanos o al Sánchez bolivariano que advertía a los empresarios y prometía controlar sus beneficios.

Es una película que ya hemos visto otras veces. Hasta el acto de supuesta audacia de sortear de inmediato el peligro acuciante proveniente de su fracaso el 28-M con la cabriola de la convocatoria electoral, recuerda a aquel otro de 2016 en el que, con la soga que sus compañeros había colocado ya en torno a su cuello, convocó un congreso extraordinario en el que todos los socialistas tuvieran que retratarse sobre si están a favor o en contra de apoyar a Rajoy.

Ahora lleva a todo el país a pronunciarse si prefieren a Feijóo y su coalición con Vox o a él, que es la izquierda. La pregunta es falaz, por supuesto, porque ni sabemos en qué quedará la relación de Feijóo con Vox ni él es la izquierda. Pero ese planteamiento le servirá para intentar en una campaña, que será a cara de perro, revertir una situación que hoy por hoy le es muy adversa.

Su confianza en sí mismo es ciega. Igual que, aún siendo un desconocido, recriminaba a sus compañeros de partido por desperdiciar el diamante en bruto que él se sabía, se cree ahora capaz de recomponer su ejército de leales tras las seductoras notas izquierdistas de su flauta. «Somos la izquierda», dijo ya en su regreso al frente del PSOE en 2017. «Soy la izquierda», dirá ahora ante el abatimiento de sus socios en ese bando y, sobre todo, ante la falta de otros argumentos que exponer, ya que el veredicto sobre su gestión de Gobierno parece ya emitido y no conviene insistir. Acudir a elecciones anticipadas en estas condiciones puede parecer sin duda un acto de audacia. Pero es, sobre todo, una prueba, una más, de soberbia.

 

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