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Pedro Sánchez y la influencia chavista

«Así como Chávez instruyó a Podemos, Podemos lo hizo a Pedro Sánchez, y este asumió esa dimensión siniestra del legado chavista»

Pedro Sánchez y la influencia chavista

Ilustración de Alejandra Svriz.

 

 

Conocí brevemente a Hugo Chávez hace unos veinte años, con ocasión de una breve visita suya a Madrid. Vino de la mano de Juan Carlos Monedero, que por entonces disfrutaba de una posición envidiable en Caracas como asesor del presidente venezolano. Entre los profesores y publicistas que asistieron a la reunión en la Facultad de Ciencias Políticas solo recuerdo a Fernando Vallespín, pero por la composición del auditorio, resultaba evidente que Monedero, profesor de Políticas y convertido en principal propagandista del «socialismo del siglo XXI», pretendía mostrar en la Universidad la cara más atractiva de Chávez, su condición de político entregado a mejorar la suerte de los venezolanos. Y Chávez atendió ese propósito, utilizando un tono cordial y palabras sencillas, sin el deje autoritario, habitual en los gorilas latinoamericanos. Y posiblemente otras ocasiones en él mismo.

Así que me atreví a plantearle una enmienda a la totalidad, partiendo de mi agradecimiento, en nombre de mi numerosa familia residente en Cuba, y habida cuenta lo que su ayuda representaba para aliviar la situación en la Isla. «Pero cómo está Cuba», añadí, «debe ser también un ejemplo para Venezuela, en el sentido de que las buenas intenciones no bastan: la gestión de un país no puede prescindir de las reglas de la economía». La respuesta fue más que cordial: «Vamos a vernos, hermano, al término de esta reunión». Pero el breve encuentro a dos solo aportó la confirmación de lo que yo criticaba: «Yo le vendo barato el petróleo a Cuba, y si no pueden pagar, que no paguen», sentenció. «El problema es entonces para Venezuela», respondí o musité. Y se acabó la conversación, que al final solo sirvió indirectamente para probar la existencia de unas discutidas relaciones con las FARC, por el uso de la expresión final, convertida por Chávez en «si no quieren estudiar, que no estudien» para los terroristas colombianos acogidos en Caracas.

El camino de la ruina quedaba abierto para Venezuela, por la lógica de someter sin límites las exigencias de la economía al cumplimiento de los supuestos objetivos revolucionarios. Forzada por otras buenas intenciones, las de Fidel Castro, Cuba lo había seguido con anterioridad y con los mismos resultados. Recordemos que cuando Fidel emprende su labor redentora en 1959, Venezuela era el país más rico de América Latina y Cuba el segundo, por contraste con la situación actual. Y no solo se trata del descenso a la pobreza, sino de que ese camino de redención ha sido también un camino de represión permanente, de violación sistemática de los derechos humanos, de fin del pluralismo y de emigración forzosa para quienes se opusieron al Redentor. Es el principio de Arquímedes, aplicado al tema por Ernesto Che Guevara: «El alcance de una revolución se mide por el volumen de contrarrevolucionarios desalojado». Y en este punto Cuba y Venezuela exhiben una competencia ejemplar.

Falta un último componente, heredado de la Revolución soviética, también relacionado con la física, y en concreto con la teoría de los vasos comunicantes: así como las dictaduras irradian corrupción para el entorno de su jefe, extienden la esfera del privilegio y de sus ganancias a un segundo círculo de aliados y simpatizantes. La vocación expansiva del «bolivarismo» en Chávez se tradujo en una política de gastos exteriores sin límites conocidos, de la que Fidel Castro fue el principal beneficiario, y con él Cuba, pero no el único. En los bordes de la mancha de aceite se encontró España. Por un lado, con la curiosa formación de una sucursal política, Podemos, que encontró en el señuelo del «socialismo del siglo XXI» y en el patrocinio de Chavez la fórmula aparentemente original para hacer digerible una propuesta antisistema, contando luego con el terreno abonado por el 15-M.

Una vez embarcados en el culto a la personalidad del «inmortal Chávez», la muerte de éste en 2013 les ahorró pagar la factura del desplome económico de Venezuela. Todo se redujo a la solemne proclamación que «Chávez muerto sería invencible», hecha por Pablo Iglesias desde la emisora de los ayatolás en Madrid, HispanTV, su refugio por recomendación del mentor venezolano. Los cantos a Chávez y el mito de la Venezuela feliz fueron diluyéndose, y quedaron en el pasado los días en que desde el Hilton de Caracas era soñada la redención de España por el «socialismo del siglo XXI». Todo tiene un aire a película de Santiago Segura, aun siendo muy serio. La lealtad, sin embargo, no ha sido traicionada. La personifica Monedero, el precursor del chavismo español, con un inquebrantable apoyo a Maduro, a su fraude y a su represión. Si hace años, en el famoso mitin de Podemos en la Puerta del Sol, se le escapó un ¡Arriba Grecia!, ahora en honor del fascismo rojo de Maduro, vendría ben un ¡Arriba Venezuela!

«Dado el oportunismo de Pedro Sánchez, menos mal que con la boca pequeña tendrá que seguir la línea trazada por la UE»

Los lazos con la izquierda española, y en concreto con el socialismo de Zapatero, en el gobierno desde 2004, estaban ya tejidos desde antes de fundarse Podemos, y explican cosas de otro modo inexplicables. Es una secuencia aun por investigar y por describir, política y también económica, desde los días del gobierno Zapatero, hasta su sorprendente apoyo posterior a Maduro, y el actual silencio, pasando por el asunto turbio del embajador Morodo y la gestión de Ábalos. Todo huele a podrido en torno a Venezuela.

Lo cierto es que la historia del chavismo en España todavía no se ha cerrado. Ni por desgracia en Venezuela, si no se le hace a Maduro la vida literalmente imposible. Es un prototipo de dictador brutal, dispuesto a todo por seguir gobernando. Como Ortega en Nicaragua. Y dado el oportunismo de Pedro Sánchez, menos mal que con la boca pequeña tendrá que seguir la línea trazada por la UE en general, y por el ejemplar Josep Borrell en concreto. No cabe esperar de él, sin embargo, que adopte una posición rotunda frente al tirano, ni siquiera que desautorice a Zapatero.

La razón de fondo es que aún no se ha roto, más bien subsiste el cordón umbilical que enlaza al chavismo con el actual gobierno socialista, tanto por lo que se refiere  a los socios de Sumar, procedentes de Podemos, como al propio Pedro Sánchez, con Podemos aquí actuando como retransmisor ideológico. Sucedió algo parecido al juego de la oca, que a veces en la historia provoca situaciones divertidas, como aquella que en la URSS reflejaba la creencia de Stalin y de su verdugo Beria en el mito de la identidad entre vascos y georgianos. «Tu libro de cabecera debe ser Los tres mosqueteros —le decía Beria a su hijo— porque los mosqueteros son gascones, los gascones son vascos y los vascos son georgianos».

En nuestro caso, la cadena identitaria no es mítica. Sobrevive oculta bajo la superficie, y afecta a un punto clave: la estrategia de conservación del poder, destruyendo la convivencia democrática por medio de una lucha permanente cuyo objeto es aplastar a la oposición, impedirla que nunca pueda convertirse en alternativa real. V. Linares y D. Garcés lo explicaron en su análisis comparativo del discurso de Chávez y Pablo Iglesias, aunque en este punto la iniciativa tocó a Errejón, discípulo del argentino Enesto Laclau al proponer la división del espacio social en dos partes irreconciliables, con una connotación moral de Bien y Mal, la de la gente o el pueblo, el Bien, que ha de imponerse y aplastar a lo que bajo distintos nombres corresponde al Mal, la oligarquía, al neoliberalismo, etc.

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Son las versiones actualizadas de las dos ciudades agustinianas, la del nuevo socialismo, o como se llame, ahora del «progresismo» frente a la de la opresión, la negra «derecha o ultraderecha». Y la democracia solo vale si sirve de instrumento para el fin de «empoderar» a la primera. Populismo autoritario puro y duro. «Por mi pasó Chávez», confesó Errejón. Por Podemos y Sumar pasó también Chávez. Y una vez que Iglesias le enseñó a Pedro Sánchez, para conjurar las criticas sobre el covid, las ventajas de esa lucha tailandesa para conservar el poder, el presidente decidió adoptar para siempre la mencionada enseña del «progresismo», siempre en lucha victoriosa contra la reacción, la «ultraderecha» a modo de sambenito colgado sobre la oposición. Mantra aplicable a cualquier problema y a toda crítica, con un doble efecto: evitar el esfuerzo de argumentar y sustituir en la base social la reflexión por la movilización. 

Para imponerse sobre el pluralismo y la libre competencia propia de la democracia, el intento requiere una reiterada vulneración de las garantías constitucionales en todos los órdenes —libertad de expresión e información, división de poderes, controles económicos. Y en el plano general, según ocurriera en la Venezuela de principios de siglo, supone enfilar el camino de la dictadura personal del líder. En resumen, de oca a oca, así como Chávez instruyó a Podemos, Podemos lo hizo a Pedro Sánchez, y éste asumió esa dimensión siniestra del legado chavista.

 

Ensayista, historiador y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.

 

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