Pensar Irán, pensar Israel
Los bombardeos sobre Irán, la respuesta de este a Israel y la intervención de Estados Unidos parecen haberse realizado con una burda lógica de satisfacción de audiencias. ¿La tranquilidad del mundo depende de una escenificación que cuesta vidas?

A Isabel Turrent, con inmenso cariño y agradecimiento
En enero de 2020, durante el primer mandato de Donald Trump, Estados Unidos asesinó a Qasem Soleimani, comandante de las Fuerzas Quds de las Guardias Revolucionarias y responsable del proyecto de expansión iraní sobre Siria, Irak, Líbano y Yemen. En una operación paralela, también fue asesinado Abu Mahdi al-Muhandis, líder del Comité de Movilización Popular en Irak y fundador de Kata’ib Hezbollah, un espejo del grupo original que dirigía Hassan Nasrallah desde Beirut, de quien recibían armas tras ser entrenados y financiados por los Quds.
Unos meses antes, había publicado la que llamo con cierto afecto mi novela iraní, Fatimah. Me llamaban la atención los personajes de segunda fila en la historia, sin los que es imposible imaginar una primera. En la novela, dentro de un cuarto de revisión como lo son todos en los puertos de entrada a Estados Unidos, un interrogatorio para dar con Muhandis terminaba por describir rasgos de la Revolución islámica de 1979 hasta su hezbollización. El proceso con el que Irán tejió una red que le permitió ampliar su influencia regional y con la que estaba seguro podría contar para garantizar su supervivencia. El Hezbollah libanés, el gobierno de Bashar al-Assad en Siria, los hutíes de Yemen y, en menor medida, Hamás en la franja de Gaza, construyeron con Teherán una relación de codependencia en la que la mayor vulnerabilidad terminó por caer en el régimen de los ayatolas.
Tras la muerte de Soleimani y Muhandis se mostró el peso de sus ausencias. Con aquellos eventos de 2020 comenzó el capítulo de los últimos días entre Irán e Israel.-
En ese momento, de la misma manera en que ocurrió ahora hacia Teherán o Tel Aviv, quienes intentaron defender a Soleimani, responsable de miles de muertes en la región, terminaron por caer en el mismo error de quienes buscaban encontrarle legalidad a su asesinato. Las defensas a las acciones del gobierno de Netanyahu pasaron por alto la devastación de Gaza; en el enaltecimiento de la soberanía iraní, algo muy frecuente desde los sentimientos antiaestadounidenses, se pisoteó la realidad de miles de mujeres bajo la interpretación criminal de la sharía en la visión de los ayatolas y se perdonó el inmenso número de ejecuciones políticas en el país. Por otro lado, quienes aplaudieron a Donald Trump por ordenar el bombardeo de las instalaciones atómicas iraníes olvidaron fácilmente el historial de intervenciones estadounidenses en Medio Oriente y como éstas han sido ingrediente indisociable en la formación de sus propias peores pesadillas: Daesh, en sus albores iraquíes, y la fragmentación sectaria que viene del fracaso político hecho vocación para casi toda la zona, es probablemente el mejor ejemplo de lo que sucede cuando la única certeza es habitar la incertidumbre.
La lectura desde códigos e inquietudes personales que puede parecer normal y replicable para cada situación de conflicto, en especial en Medio Oriente, aunque cuenta con su espejo en Europa con Ucrania, tiene en esta ocasión un elemento distinto a la costumbre.
Los bombardeos sobre Irán, la respuesta de este a Israel y la intervención de Estados Unidos, todos, por instantes dan la sensación de haberse realizado con una burda lógica de satisfacción de audiencias. Bombardeos con más carga simbólica que cualquier otra cosa arriesgan estabilidad de la zona. ¿Qué estamos haciendo si la tranquilidad del mundo depende de la escenificación que cuesta vidas?
En 2020, como represalia por el asesinato de Soleimani y Muhandis, Irán bombardeó instalaciones estadounidenses en Irak. Washington aceptó el costo y las cuentas parecieron saldadas. Exactamente el mismo guion tras los ataques de Irán sobre una base de Estados Unidos en Catar, como respuesta por la destrucción de parte de las instalaciones del programa atómico iraní.
Horas después, Trump anunció un acuerdo de cese al fuego entre Teherán y Tel Aviv. Medios iraníes y sus canales oficiales negaron la veracidad de lo dicho en las redes sociales de Trump. El intercambio de misiles continuó durante las primeras horas. Más tarde aceptaron su existencia, aunque no hay una sola garantía para saber el futuro del conflicto. Ni una, pero por tratarse de una declaración del presidente estadounidense, así sea Trump, y como son declaraciones que equivalen a hechos, es necesario pensar en su plausibilidad y también sus consecuencias.
Al inicio de los ataques israelíes, cuando todavía Washington negaba su participación, todo dejaba entender que, conforme la operación le iba dando a Tel Aviv más resultados de los esperados, Trump decidió aprovechar el momento y capitalizarlo. Netanyahu era el hombre fuerte que jugaba con Trump, en más de un análisis. Con el anuncio en redes sociales cambió la dirección. Ya no habría personaje más fuerte que el de Washington.
¿Qué precedente se marca si este presidente, no cualquiera, decide bombardear para después, con un golpe en la mesa, obligar a un cese al fuego en medio de una escalada que toda lógica conducía al polo opuesto? Hay en este escenario un nivel de poder extremadamente peligroso, que la región más conflictiva del planeta se lo entrega mientras él lo asume.
Y si no funciona el cese al fuego, ¿cuál será la reacción de la Casa Blanca?
Desde octubre de 2023, se han roto prácticamente todos los límites y líneas rojas que nadie estaba dispuesto a cruzar en Medio Oriente. Los ataques directos entre Irán e Israel, acostumbrados a la confrontación por medio de actores tangenciales como los proxies de Hezbollah o los hutíes y los asesinatos discretos, pasaron a amplios intercambios dirigidos a centros urbanos. Este mes, con la destrucción parcial de instalaciones nucleares, sistemas de defensa y asesinato de más científicos y altos mandos de la cúpula militar iraní mediante proyectiles, ya no quedaban muchos contenedores más que los humores de personajes con la sensatez de Netanyahu y Khamenei. Eso trajo de vuelta a las preocupaciones iraníes lo iniciado en 2020.
El otro gran límite rebasado ha sido poner en la mesa, abiertamente, la posibilidad de un cambio de régimen forzado en Irán. Más allá de los resultados de acciones similares, en los que no hay caso regional positivo, se despertó un aviso de crisis local.
Con la muerte de Soleimani, Khamenei perdió a su segundo al mando. Ni siquiera con la llegada a la presidencia de Ebrahim Raisi, antecesor del actual presidente Pazeshknian y quien murió en un accidente de helicóptero el año pasado, Khamenei logró cobijarse de un grupo que permaneciera en su posición. Los ataques israelíes han eliminado a buena parte de los altos mandos de las Guardias Revolucionarias. No pocos siguen, su estructura es inmensa, pero han tenido que preguntarse qué sigue para ellos y la cabeza del gobierno de los ayatolás. Khamenei es un hombre de 86 años, con problemas de salud, no se necesita una deposición forzada para que se deje de hablar de él en los siguientes años, pero ejemplifica a la perfección un régimen que ha sabido asegurar su subsistencia por todas las vías impensables. Incluso, perdonando de cierta forma las peores agresiones en su contra, como el asesinato de Soleimani, Muhandis, Nasrallah o la destrucción de las instalaciones atómicas.
El proyecto nuclear iraní, bomba o no, solo con el enriquecimiento de uranio, le daba suficiente margen de negociación para evitar confrontaciones que le pusieran en riesgo. Esa era, en los intereses iranies, su principal función. Aunque hasta ahora no se conoce el paradero del material atómico en aquellas instalaciones, esa condición de ventaja mediante la disuasión se ha reducido. Al menos, temporalmente. En lo que logran reactivar un programa que según reportes solo ha sufrido un daño que lo retrasará unos cuantos meses. No más.
Irán tampoco cuenta con una oposición política real y sólida que pueda enfrentar la metamorfosis de la vejez obligada en un régimen espantoso. Sus actores más relevantes están en las diásporas, incapaces de consolidar cualquier proyecto político.
Las dictaduras envejecen.
Los gobiernos con tendencia autoritaria, aún si provienen de elecciones, y que actúan fuera de todo asomo de orden o derecho internacional, también sufren de grietas en la piel. Sus sociedades tienen mucho que pensar. Eventualmente. ~