Periscopio Panamá: Liborio el generoso, ahora emprendedor.
Con la satisfacción mañanera y esta brisa coclesana, me dispongo a tomar mi primer café del día. Me viene una idea a la mente que hace días me da vuelta en la cabeza y es sobre un personaje que poco se ha valorado en nuestras vidas a pesar de ser probablemente el ser más generoso que hayamos conocido. Me refiero al señor Liborio, acreedor por excelencia de los bienes del estado, un personaje del imaginario popular, a quien bien se le podría dedicar al menos un parque en su nombre y así consolidar este sueño surrealista en el que nos ha tocado vivir por voluntad divina, además de hacer demostración de ese desbordante agradecimiento por todo aquello que siempre se presume tanto.
Cuando las facturas las paga nuestro benefactor “Don Liborio” los proveedores hacen fiestas; realmente mejor cliente no existe, siempre paga y por lo general paga bien, a veces no lo hace a tiempo, pero siempre paga. Nunca deja de sorprenderme la manera que tenemos en Panamá de estructurar una política de precios y sobre todo las relaciones calidad-precio en este mercado. Los precios de un producto dirigido al consumo doméstico pueden costar hasta tres veces menos que si se dirige el mismo producto al mercado estatal. A qué se debe esto, no lo sé, y cada vez que veo este fenómeno solo me viene a la mente la infinita generosidad de “Don Liborio”.
El costo de la vida en el Istmo se ha disparado de manera descomunal; vivir hoy en la metrópolis istmeña es más caro que hacerlo en Miami o Madrid, ciudades que ofrecen muchos más servicios, garantías y comodidades a sus habitantes, lo que hace insólito lo que esta pasando en este país con relación al costo que se paga por lo que se ofrece. Todo ello, a todas luces, no guarda una correcta relación si usamos de referencia los salarios que devengan los trabajadores y la clase media panameña.
Todos sabemos que las desproporciones no conducen a buenos resultados y que deberíamos como sociedad prestar mucha atención con lo que está sucediendo con nuestras vidas. Si en algo guardo esperanza – y ojalá no me caiga otro balde de agua fría que termine por completo con el poco optimismo que me queda -, es en la pandemia, sí, dije pandemia. La pandemia ha logrado poner nuestra deuda publica en 33.4 millones de Dólares, con un 20.3% de deuda interna y un 79.6% de deuda externa, qué maravilla.
Hoy los pronósticos de la Organización Mundial del Comercio apuntan a una caída del comercio global de entre 13% y 32%, se espera que el comercio de servicios sea de los más afectados. Existe mucha incertidumbre y no hay pronósticos que aseguren una rápida recuperación. En el caso de Panamá y el continente americano, el panorama no es para nada alentador. Las exportaciones en América del Norte podrían llegar a contraerse entre el 17% y 40%, cuando en América del Sur se espera entre un 12% y 31%. En el caso de las importaciones estarán entre 14% y 34% en América del Norte y entre 22% y 44% en América del Sur. Para Panamá este escenario traerá una fuerte reducción en el tránsito canalero, por solo citar la más predecible de las afectaciones.
Panamá ha disfrutado de un gran éxito durante las últimas décadas, ha tenido una transformación estructural importante, impulsada por una tasa de inversión sobre el PIB muy elevada, pasando de 28% en el 2007 a más del 40% en el 2015. Ha sido capaz de mantener una baja inflación y una deuda sobre el PIB estable, pero en aumento, pasando de un 36.9% a un 46.3%. No obstante, la fase de expansión ha sido guiada por altos niveles de inversión en el sector de la construcción y esta situación no es sostenible en el largo plazo. Hoy se recomienda realizar la transición hacia los servicios; el transporte y la logística deberían ser los sectores que lleven el crecimiento de la futura economía panameña.
Para endulzar aún más la cosa, tenemos que los pronósticos del Fondo Monetario internacional estiman que la economía mundial tendrá una caída del 3%, la primera de su tipo desde 1945 y en una magnitud comparable con la Gran Depresión del 1930.
Los expertos determinan que existen dos canales de transmisión de esta crisis y estos radican en los choques de la oferta y la demanda, produciendo efectos de segundo y tercer orden, entre los que se pronostican la disminución del turismo, la ralentización del comercio internacional, las disminuciones en los precios de las materias primas, volatilidad financiera, debilidad fiscal y en su combinación posibles pérdidas de la estabilidad macroeconómica.
Sin ser fatalista estaremos viviendo un nuevo y prolongado calvario, pero dentro de todo lo malo siempre hay algo bueno en idéntica magnitud que logra preservar el equilibrio que necesitamos como especie para seguir existiendo. A esto me refiero cuando le doy las gracias y siembro mis esperanzas en el trágico y perturbador evento que nos ha tocado vivir, el cual hará que muchas cosas cambien presumiblemente para bien.
A nuestro apreciado “Don Liborio” hoy le tocará remangarse la camisa y finalmente entender que la generosidad a costa de absurdos sobrecostos pagados con el erario público, es algo claramente insostenible y es un claro síntoma de pésima gestión administrativa.
Es el momento ideal para plantear políticas certeras que ayuden al país a salir de esta contingencia, políticas que perduren en el tiempo, realizar reformas que mejoren el bienestar nacional y, por esa vía, consolidando una nación realmente próspera y equitativa, un reto para perdurar en la historia y demostrar de qué están hecho los hijos de Omar Torrijos, una oportunidad de oro que solo esperamos que nuestro presidente sepa aprovechar.
Nuestro querido “Don Liborio” tendrá que ponerse el overol de emprendedor y salir a explorar nuevas rutas con el mejor espíritu de Vasco Núñez de Balboa. Toca abandonar el aparente confort y replantear una sociedad que esta esperando el plan que los ayude a entender como podrán sobrevivir al nuevo escenario.