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Pero no digáis que a la izquierda española le gusta el chavismo

«Ha pasado siempre porque no hay autoritarismo pequeño: los dictadores siempre van a más»

                     Monedero en un mitin de Nicolás Maduro en Venezuela X/@MONEDEROJC

 

¡Cómo bailaba Juan Carlos Monedero en el mitin de Nicolás Maduro! La suya era una imagen enfermiza más allá de las infamias que suponía por su posición política. Visto desde mi Españita, el baile de Monedero despertaba en uno la incomodidad del que de pronto se cruza con un pirado que anda desnudo por la calle.

Después se aparecieron Nicolás Maduro, que tiene espaldas de estibador de ataúdes, y sus secuaces y eunucos, dictadores siniestros con eco de tapia, de celda y de bala. Qué distintos eran de los chicos que bajaban de los barrios con su torrente de motos, de gasolina, de esperanza y de miseria, malandros con la novia de paquete a jugarse la vida por el futuro de su país. Estos parias deben ser las poderosas oligarquías blancas que señala la izquierda europea, los que salen de sus urbanizaciones para mantener sus privilegios. Por las autopistas de Karina Sainz Borgo galopan unos jinetes del pueblo, jinetes sin silla como de Rafael Alberti, y a corazón resuena el asfalto en sus herraduras. En los vídeos de X les vuelan alrededor unas guacamayas con media docena de poemas cosidos en sus alas de plumas rojas, verdes, azules y de todos los colores, uno pájaros como de Carlos Cruz-Díez.

Cruz-Díez, que murió en París, instaló en el aeropuerto de Maiquetía una de sus coloridas obras, un mosaico sobre el que anduvieron los ocho millones de exiliados del chavismo y cuentan que muchos se llevaban una tesela como la llave de sus felicidades arrebatadas. En el parque junto a mi casa de Madrid hay una obra de Cruz-Díez, un ábside de colores cambiantes y, cuando paso por delante, es como si yo también me estuviera yendo de Venezuela. Allí pienso que ojalá algún día regresaran los que se fueron y repusiera su tesela en Maiquetía para que así la obra de arte, reconstruida y colorida, diera testimonio del pueblo al fin liberado.

A la izquierda española le flipa el chavismo. No lo puede evitar. También fue allí Zapatero con su ceja filodictadora a tocar las palmas bolivarianas y, al cierre de esta columna, sigue validando el atropello electoral y la posterior represión. En el chavismo de aquí, Iglesias, Díaz y compañía siguen celebrando el robo de un país entero, pero no vayas a decir que esta izquierda española es bolivariana y que en Fuenlabrada terminaremos como en Petare, porque te llaman cuñado y fascistón.

Yo creo que los riders caraqueños de Madrid, que aceleran las motillos en los semáforos del destierro, vienen del futuro. Porque el autoritarismo se embala indefectiblemente por una cuesta abajo moral según la cual las mayores infamias están justificadas si se perpetran para que no gobierne el otro. Empieza contradiciendo sus promesas en pequeñas mentiras, cediendo a sus propios estándares éticos por el bien supremo de que no tome el poder la derecha y terminan entrando en los medios con fusiles de asalto y montándote unas megacárceles en los centros comerciales. Ha pasado siempre porque no hay autoritarismo pequeño: los dictadores siempre van a más. Para fortalecer la libertad, encarcelan a la oposición; para mantener el bienestar, hunden al ciudadano en la miseria; para mantener la democracia, la cercenan y, para proteger al pueblo, le disparan.

 

 

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