Pesadilla en La Moncloa
Lo menos que puede exigírsele a Sánchez es que dé la cara, pida perdón, disuelva el Gobierno y convoque elecciones
EN septiembre de 2019, celebrados los comicios que otorgaron al PSOE una mayoría insuficiente para gobernar en solitario, Pedro Sánchez, a la sazón presidente en funciones en virtud de una moción de censura, declaraba a un periodista: «Yo podría ser presidente de pleno derecho, pero lo sería de un Gobierno de coalición con Podemos y no dormiría por la noche, junto con el noventa y cinco por ciento de los ciudadanos de este país, que tampoco se sentirán tranquilos». Algunos meses más tarde, tras una campaña en la que repitió hasta la saciedad que jamás pactaría con ese partido deleznable, las urnas lo pusieron de nuevo ante la disyuntiva de perder el sueño o renunciar al poder, y él se inclinó por la primera opción, acogiendo en su Gabinete a destacados miembros de dicha formación, encabezados por Pablo Iglesias, nombrado vicepresidente. Mejor padecer un insomnio fruto de la preocupación que desperdiciar la oportunidad de colmar su desmedida ambición. Hoy ese temor fundado se ha convertido en pesadilla, no solo para quien metió en La Moncloa a esa banda de populistas tan sobrados de fanatismo como faltos de preparación, sino para el noventa y cinco por ciento de los españoles, condenados a padecer su desastrosa gestión. El líder socialista estaba en lo cierto. Existían motivos sobrados de alarma y Sánchez era perfectamente consciente del peligro, pese a lo cual propició la catástrofe. Ahora que su negro augurio se cumple sin remisión, lo menos que puede exigírsele es que dé la cara, pida perdón, disuelva la criatura fruto de su irresponsabilidad y nos devuelva la voz a través de unas elecciones.
La malhadada chapuza del ‘solo sí es sí’, aprobada con su beneplácito en beneficio de violadores y agresores de mujeres y niños; la ‘ley Trans’ que amenaza con dañar de forma irreparable el alma y el cuerpo de incontables menores utilizados sin escrúpulos con fines puramente políticos; los ataques constantes a empresarios cuyo pecado consiste en crear riqueza y puestos de trabajo; las patadas gratuitas propinadas desde el Ministerio de Consumo al sector ganadero, entre otros… Esos y otros muchos dislates proceden del socio podemita y se habrían evitado si el jefe del Ejecutivo hubiese atendido a su propia advertencia en lugar de echarse en brazos de todos los grupos que en el Congreso rechazan la Constitución y tender un cordón sanitario en torno al PP y Cs. Las víctimas de agresiones sexuales no estarían siendo revictimizadas en virtud del disparate jurídico aplaudido por todo el PSOE, esas siglas representarían tal vez algo más que la marca de un presidente célebre por sus mentiras y él podría mirar a los ojos a sus propios diputados, en vez de huir de la Cámara, abrumado por la deshonra, cargando el peso de su culpa sobre los hombros de una ministra abandonada en el banco azul.