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Peter Albers: La gran pregunta

Inteligente o no, será una pieza destacada dentro de la organización a cuyos líderes no se les agua el ojo a la hora de tomar el poder

 

Posiblemente, en su juventud, después de leer obras como el “Manifiesto Comunista” y “El Capital”, también habrá leído alguna de las obras del Ché Guevara, como “Diarios de motocicleta”, ese relato autobiográfico que narra su viaje por Suramérica en motocicleta antes de convertirse en revolucionario, o el libro que ofrece una visión íntima de su despertar político y social (“Pasajes de la guerra revolucionaria”) o “El socialismo y el hombre en Cuba”; o tal vez habrá leído algo de Fidel Castro como “La historia me absolverá”.

También habrá leído “Diez Días Que Estremecieron Al Mundo”, escrito por el periodista estadounidense John Reed, que narra con intensidad y detalle el desarrollo de la Revolución de Octubre en Rusia.

O tal vez leyó también otros libros, donde se pinta al socialismo como la solución de todos los males de la humanidad, y que los jóvenes leen con devoción y fe, cayendo fácilmente en la trampa que se esconde detrás de todo ese utópico tinglado: un cuadro de ruina, hambre y desolación en la que caen, no solamente los ingenuos creyentes, sino todo un pueblo que se dejó meter gato por liebre sin mucha oposición, o hastiado de la corrupción y la ineptitud de los gobernantes que llegaron al poder con un discurso distinto: el de la democracia populista.

Pero ese ávido lector de libros-basura puede llegar lejos: con mucho activismo fanático y pocos escrúpulos, puede ir escalando posiciones dentro de uno de esos partidos “revolucionarios” hasta hacerse notar por la cúpula que maneja el tinglado.

Inteligente o no, será una pieza destacada dentro de la organización a cuyos líderes no se les agua el ojo a la hora de tomar el poder, disfrazados de mansas ovejas, para luego arrasar con todo el sistema económico y social existente, con el único fin de engrosar hasta montos escandalosos sus cuentas bancarias secretas, y rodearse de lujos y comodidades que nunca habían conocido.

Pero comienzan a molestar a los demás países que no comulgan con sus métodos, y se convierten en objetivos, con sus cabezas a precio, y con sus nombres en las listas de los tribunales internacionales.

Acobardados, comienzan a usar chalecos antibalas debajo de camisas estilo Mao, a dormir cada noche en un lugar distinto y a desconfiar hasta de sus guardaespaldas, que pudieran ceder a la tentación de la jugosa recompensa.

Ya mucho antes de “El Capital” y sus influencias, hubo en la historia gobernantes indeseables, que fueron ajusticiados por los pueblos a los cuales sojuzgaron y exprimieron: Luis XVI intentó, con su familia, huir de París en junio de 1791, siendo interceptado y ejecutado en la guillotina en 1793. Y después, Benito Mussolini murió en abril de 1945, capturado por partisanos italianos cerca del lago de Como al intentar huir de Italia, y fusilado junto a su amante, Clara Petacci; posteriormente sus cuerpos fueron trasladados a Milán, donde fueron expuestos públicamente, colgados cabeza abajo. A la caída del régimen nazi, además de Hitler, algunos miembros de la cúpula se suicidaron. Magda Goebbels, esposa del Ministro de Propaganda del Tercer Reich, envenenó a sus hijos y luego se suicidó en Berlín, en mayo de 1945.

Y llegará el momento cuando, impotentes para salir del atolladero, vestidos con bragas color naranja y despojados de todas sus riquezas, se preguntarán, como tal vez lo hicieron en medio de sus angustias Luis XVI, Mussolini, Magda Goebbels o Hitler: “¿Cómo me metí yo en esto?”

La respuesta no la encontrarán en los libros de Marx, Guevara o Reed.

 

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