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Petro aspira a imitar a Chávez como líder de la nueva ola de gobiernos de izquierda americanos

Con su triunfo en Colombia este pasado domingo, aumentan en América Latina los gobiernos de influencia bolivariana. El presidente electo no ha condenado los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, como sí ha hecho Boric

El miedo de muchos colombianos a que el exguerrillero Gustavo Petro alcanzara la presidencia del país, que ya impidió su elección en dos ocasiones anteriores, no fue suficiente para negarle la victoria en las elecciones del pasado domingo. El recelo que también provocaba su contrincante, el empresario populista Rodolfo Hernández, quien contra pronóstico pasó a la segunda vuelta, acabó elevando el número de votos en blanco a 500.000 y el de nulos a 270.000: de haber sido todos ellos para el aspirante sorpresa le habrían dado el triunfo, pues Petro ganó por 700.000 votos, obteniendo 11.290.000 (el 50,44%) frente a los 10.580.00 de Hernández (47,31%).

Los Acuerdos de Paz de 2016, con la desmovilización de las FARC (aunque algunas disidencias siguen en armas, como también la guerrilla del ELN), han abierto la política colombiana, contribuyendo a su normalización y haciendo posible que por primera vez gane la izquierda.

Pero Petro no viene de una izquierda moderada, ‘a la europea’ como en ocasiones se presenta, sino que durante muchos años ha bebido de las mismas fuentes que han llevado al chavismo a la dictadura en Venezuela.

Necesitado de ampliar apoyos, Petro se ha ido distanciando de Nicolás Maduro, pero sigue alabando a Hugo Chávez. Cuando este murió, lo calificó de «gran líder latinoamericano», y siempre se ha negado a atribuirle comportamientos autoritarios. Precisamente ese liderazgo regional que ocupó Chávez es el que aspira a asumir Petro, en medio de una nueva ola de gobiernos de izquierda, que ya suman una decena en Latinoamérica. Siendo demasiado grandes México y Brasil (donde se prevé el regreso de Lula da Silva a la Presidencia en octubre) para encarnar un liderazgo sin suspicacias vecinales, a Colombia le puede corresponder cierto carácter aglutinante. Pero Petro no cuenta con la chequera petrolera que tenía Chávez.

Petro militó en la guerrilla urbana del M-19, movimiento que en 1985 protagonizó la toma del Palacio de Justicia, que se saldó con un centenar de muertos. Él asegura que no llegó a disparar contra nadie y que no participó en aquella masacre. Esa guerrilla se desmovilizó en 1990, propiciando unos acuerdos políticos que llevaron a la Constitución de 1991, hoy vigente. En 1994 acompañó a Chávez durante la visita de este a Bogotá a la salida de la cárcel por su golpe de Estado de dos años antes y desde entonces mantuvo estrecha relación con el chavismo. Los últimos años ha admitido que en Venezuela existe un «crecimiento del autoritarismo», pero se niega a llamar dictador a Maduro. En 2016 difundió fotos desde Caracas poniendo en duda los problemas de abastecimiento de comestibles que padecen los venezolanos.

Se trata de una vinculación que se ha mantenido, también cuando fue alcalde de Bogotá en 2014-2015, aunque públicamente ha quedado postergada por razones electorales. No ha condenado los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, como sí ha hecho el izquierdista presidente de Chile, Gabriel Boric. Una prueba de la esperanza que esos países tienen en Petro es la satisfacción con que han acogido su victoria.

De hecho, Petro prometió en la campaña electoral reconocer a Maduro como presidente (y no a Juan Guaidó) y reabrir sin condiciones la frontera con el vecino país. Aunque vaya a revisar la hostilidad oficial hacia Maduro que ha protagonizado el Gobierno saliente del conservador Iván Duque, la petición que hizo Colombia ante la Corte Penal Internacional de La Haya para perseguir a Maduro por crímenes de lesa humanidad sigue ya su curso, después de que el fiscal del tribunal, Karim Khan decidiera en 2021 abrir una investigación.

Su relación con el chavismo salió a relucir en la campaña cuando Piedad Córdoba, senadora electa de su coalición electoral, el Pacto Histórico, fue detenida a finales de mayo en el aeropuerto internacional próximo a Tegucigalpa llevando un maletín con 68.000 dólares no declarados. Córdoba ha tenido históricamente contactos con las guerrillas, especialmente las FARC, y ha servido de nexo político entre estas y el chavismo. La senadora hizo declaraciones contradictorias sobre el origen del dinero, en un contexto que permitió a algunos recordar posibles pagos pasados del chavismo a campañas de Petro. Este se limitó a declararse «arrepentido» por haber incluido a Córdoba en la candidatura del Pacto Histórico para el Senado.

A pesar de ciertas similitudes con Chávez y otros procesos bolivarianos, como el que llevó a cabo Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, Petro no ha planteado una nueva Constitución. Un nuevo texto constitucional se está redactando en Chile y el presidente de Perú, Pedro Castillo, plantea ir también por esa misma senda. Por ahora Petro ha defendido recuperar el espíritu de la Constitución de 1991, que en realidad apenas se ha enmendado desde entonces. Uno de los cambios que se introdujeron fue la posibilidad de la reelección, pero recientemente el país volvió a mandatos únicos de cuatro años. Petro no ha defendido reinstaurar la reelección, lo que al menos de momento le diferencia del modelo chavista.

 

 

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