Petro, su hijo y los reales
El gobierno de Gustavo Petro apaga este 7 de agosto la velita de su primer año en el poder. A juzgar por las pérdidas acumuladas durante estos intensos 12 meses pareciera un gobierno en retirada, incapaz de concretar el cambio prometido para Colombia.
«Ha sido un gobierno al tiempo mediocre y grandilocuente, desorganizado y opaco, enredado y arrogante», escribe Andrés Caro –abogado y literato y candidato a doctor por la Universidad de Yale- en La Silla Vacía, y quien propone con ironía celebrar como un consuelo que el gobierno petrista es “solamente malo”, y no la catástrofe que los más pesimistas predijeron.
Primer presidente de izquierda en una de las naciones más conservadoras de la región, atosigada e intimidada por 60 años de acción subversiva de las guerrillas, Petro calza a la perfección con esa expresión de “pararse en lo mojao y resbalarse en lo seco”. Certero para interpretar la necesidad de cambio de la sociedad colombiana tras el desplome del uribismo y astuto para trazar alianzas con sectores de centro y a su derecha, ha descuidado su círculo más próximo e íntimo y se le desmoronó en un dos por tres el gabinete de tecnócratas y expertos por una evidente falta de tacto político.
De su ala más cercana salieron hace un par de meses las dudas, ahora ya certezas, sobre el financiamiento irregular de la campaña electoral. Primero, por la lengua alargada de su entonces resentido embajador en Caracas, Armando Benedetti, quien amenazó con contar cosas, y la semana pasada cuando la Fiscalía General detuvo a su hijo Nicolás Petro por un presunto delito de lavado de dinero y enriquecimiento ilícito.
El primogénito del presidente confirmó que plata de mafiosos fue usada, aunque no registrada, para el financiamiento electoral de la campaña del Pacto Histórico. Y vale la pena preguntarse a la vista de estos sucesos si la coalición armada por Petro tenía, como advertían de partida sus críticos, más de pacto que de histórico.
Nicolás, el hijo al que Petro no atendió lo suficiente en sus tiempos de militante del M-19, acordó colaborar con la Fiscalía colombiana para que «se sepa la verdad», aunque adelantó en esta entrevista con la revista Semana que ni su papá ni el gerente de la campaña electoral sabían de los dineros que él y su exesposa Daysuris Vásquez recibieron de Samuel Santander Lopesierra, quien cumplió una condena por narcotráfico, y Gabriel Hilsaca, hijo de un polémico contratista estatal con nexos con grupos paramilitares.
Esos recursos –entre 600 y 1.000 millones de pesos, hasta unos 250.000 dólares– se emplearon en parte para gastos de la campaña electoral y también para costear un estilo de vida que el vástago no podía sostener con su salario de diputado.
Petro explicó en las redes sociales que lo sucedido a su hijo era terrible para él pero que no presionaría en este caso a la justicia –una aclaratoria que siembra dudas– al tiempo que negó que la campaña haya recibido dinero sucio.
Pero la historia promete más capítulos de este amor herido entre padre e hijo que ha puesto a tambalear a ese gobierno que hace exactamente un año echó a andar la espada de Bolívar, por la plaza homónima bogotana, en un anuncio que juntaba la promesa redentora de siempre con un futuro verde y limpio, en el que por ahora siguen existiendo fiscales sabuesos.