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Petro y la posverdad

El principal practicante de la posverdad en Colombia es el inquilino de la Casa de Nariño.

Gustavo Petro responde tras declaraciones de Donald Trump - Política - ELTIEMPO.COM

 

Hay algo que distingue a la llamada ‘posverdad’ de la mentira o el simple engaño: la irrelevancia de la evidencia. En el mundo de la posverdad, cuando alguien, una persona poderosa, hace una afirmación que luego se desmiente con hechos o cifras, la persona poderosa y sus acólitos simplemente ignoran la evidencia. Siguen adelante en su mundo alternativo, donde los hechos no cuentan.

El campeón de este deporte es, por supuesto, Donald Trump, quien hizo de la posverdad un pilar de su gobierno. Nuestro inquilino de la Casa de Nariño aún no tiene el nivel del expresidente gringo, pero está haciendo méritos para alcanzarlo.

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Al igual que Trump, cuando el presidente Petro dice o trina algo incorrecto, en lugar de reconocer honorablemente el descuido, se atrinchera y comienza a disparar a la defensiva.

Así sucedió la vez que dijo que el sistema de salud colombiano era el número 74 en el mundo. Cuando lo corrigieron, estaba decidido a encontrar otras estadísticas, igual de cuestionables, para respaldar su historia.

Así sucedió cuando un informe del Banco de la República indicó que la reforma laboral destruiría entre 152.000 y 746.000 empleos formales. Petro respondió, rizando el lazo, que el informe no era “oficial” del Banco de la República, sino de un “grupo de estudio” del Banco de la República. Hazme un favor.

No hay semana que el Presidente no insulte la inteligencia de los colombianos, y en particular de sus partidarios, hilando finas líneas hasta el absurdo, escondiéndose en minucias, torturando la lógica. Intentando exprimir del limón seco de la falsedad una gota de verdad con la que salvar su historia una vez expuesta.

Como hizo Trump con varios de sus funcionarios -John Kelly, John Bolton, Bill Barr y las siguientes firmas- cuando Petro no tiene más remedio que dar marcha atrás, recurre a la transferencia de culpa. Esa es otra forma de posverdad: negar que tuvo algo que ver con hechos en los que claramente participó.

Cuando su hijo Nicolás fue acusado de tráfico de influencias, entre otros delitos, el Presidente se refugió en un extraño “yo no lo crié”. La explicación fue superflua, porque, aunque él lo hubiera criado, los crímenes del hijo no son culpa del padre. Pero la desviación de la responsabilidad es parte de un patrón de comportamiento.

En el caso de los niños perdidos en el Guaviare –que aún no habían aparecido al momento de enviar esta columna–, el Presidente tuvo que borrar un trino diciendo que habían sido encontrados. Una vez más, en lugar de aceptar el error, se quitó la culpa. “Ni siquiera escribí el trino”, dijo, como si su cuenta de Twitter no fuera su instrumento de poder más personal y directo. Culpó al ICBF y empezó a hablar de vagas conspiraciones mediáticas para impedirle comunicarse.

Y ahora que queda claro que ‘paz total’ no es ni lo uno ni lo otro, Petro dice que el término fue un invento mediático, como si no lo hubiéramos escuchado muchas veces usar esa expresión, incluso en la ONU, y como si no apareció 23 veces en su Plan Nacional de Desarrollo.

El presidente se refiere a las supuestas tergiversaciones de los medios como “noticias”. El trumpismo también acuñó una frase, ‘hechos alternativos’, para diferenciar la realidad vista desde la Casa Blanca de la del resto de los mortales.

La posverdad es efectiva, como lo demuestra la popularidad tanto de Petro como de Trump. Pero eso no significa que debamos resignarnos a ello. Afortunadamente, ella tiene un antídoto. Basta que, como en el cuento del traje nuevo del emperador, abramos los ojos y nos neguemos a que nos digan, sin sonrojarnos, que un número no indica lo que ese número indica, que el presidente no dijo lo que todos le oímos decir y que el desgobierno que estamos viviendo no es el desgobierno que estamos viviendo.

 

 

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