Podemos: Errejón enmudecido
Dentro de muchos años don Íñigo Errejón escribirá sus memorias y se preguntará, como Carrere evocando la bohemia, qué fue de tantos muchachos llenos de entusiasmo y sin instinto de conservación que militaron en la utopía y acabaron barridos no por el viento de la historia sino por la escoba de hierro del compañero Iglesias. Cuesta imaginar a Errejón anciano, pero más difícil parecía imaginarlo sin asomar por una sola televisión en 24 horas. Claro que Errejón no ha enmudecido: lo han silenciado.
Uno comprende bien la crisis abierta en Podemos porque jamás se tragó su coartada asamblearia ni la belleza de su misión. El partido de Iglesias siempre fue un diseño de laboratorio en el que una intelligentsia marcaba el paso, un aparato transmitía las consignas y una multitud frustrada por la crisis prestaba oídos a la dulce canción de la ira. Lo que uno no comprende es que, conocida la purga de los errejonistas, la militancia a la que el timonel dirigía su carga de cursilería epistolar siga creyendo una sola palabra de lo que allí se versifica. Por no hablar de su electorado, que no obtiene de su credulidad sincera o fingida ningún beneficio directo en forma de carguito de confianza. Primer misterio político de esta hora: por qué hay ciudadanos que siguen ciegos a la impostura democrática de Iglesias. El capo populista no cabalga ya contradicciones: es que tiene a la contradicción subida a la chepa.
Dejemos al margen al votante airado que clama revancha de clase a toda costa. Me refiero al que justifica el cesarismo desorejado de su líder por la necesidad de tomar decisiones duras, incluso injustas, en beneficio del fin último del colectivo. Me refiero a la sibilina pendiente por la que un hombre libre, enrolado en una empresa bienintencionada, se desliza hacia la servidumbre del culto al líder y la aceptación gozosa de la censura. Me refiero a quien jura que en Podemos cristalizó naturalmente el 15-M, cuando aquella protesta civil fue parasitada por este proyecto personalista. Me refiero al español de bien con el corazoncito a la izquierda que sigue creyendo que el pueblo trajo la democracia, que el pueblo acabó con ETA, que el pueblo fundó Podemos.
Pero el pueblo no existe. El pueblo es la abstracción en la que todos los déspotas de la historia han amparado el chorro de su santa voluntad. Existieron individuos hartos de heredar odio que deconstruyeron el franquismo desde sus entrañas e invitaron a la oposición a la tarea. Existieron individuos con coraje suficiente para enfrentarse a la omertá impuesta por una banda asesina. Y existieron profesores ideologizados con olfato y telegenia entrenados para identificar el momento en que lanzarse a regar la rabia social abonada por años de privaciones y corruptelas. Confundieron interesadamente las disfunciones del sistema con el sistema mismo, en la fe pueril de que a ellos no les pasaría lo que a los mayores. No han llegado al poder y ya tienen agotado al motorista de las cartas de cese.
Una democracia es lo que sus líderes inspiradores hacen con ella. La grandeza de la política depende justamente de la aptitud de un líder genuino para ejercer una influencia civilizatoria sobre sus gobernados. Si Mandela hubiera tirado de encuestas entre su electorado negro para guiar su gestión, quizá nunca habría acometido el fin del apartheid, sino su revancha.
Ojalá cuando Errejón vuelva a hablar, sea para decir que se equivocó. Que él se metió en política para empoderar a la gente, no para empoderar todavía más a su jefe.