“Podemos se enfrenta al karma suicida de la extrema izquierda. En febrero podría romperse”
El joven partido está a un paso de la ruptura, todo dependerá del voto de los inscritos, que ninguna fracción controla del todo
Podemos pende de un hilo. El partido que ha transformado en un gran caudal de votos el enfado de centenares de miles de personas sin recurrir al egoísmo y la xenofobia, corre el riesgo de romperse o de quedar envuelto por una espesa nube de radicalidad y tristeza, como le ocurrió a Izquierda Unida en los años noventa. La criatura de Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero se enfrenta a un congreso maquiavélico a principios de febrero. La temible inteligencia que los dirigentes de Podemos han demostrado durante los tres últimos años, levantando de la nada un partido que congrega a cinco millones de electores, se emplea ahora, con toda intensidad, en el combate interno. Hay dos líneas estratégicas en pugna. Hay dos personalidades fuertes con ganas de mandar (Iglesias y Errejón). Hay tres corrientes organizadas y sobre ellas gravita el karma suicida de la extrema izquierda, históricamente incapaz de mantener en pie estructuras demasiado complejas. El congreso de Podemos se perfila como el principal acontecimiento político del primer trimestre del 2017 en España. Su desenlace tendrá influencia en la dinámica general, Catalunya incluida.
Las diferencias estratégicas vienen de lejos, pero el agotador ciclo electoral las mantuvo embridadas durante el inacabable año 2016. La diversidad de la tribu existe desde el primer día, puesto que Podemos siempre ha sido muy heterogéneo. Pablistas, errejonistas y anticapitalistas (nombre que recibe la corriente trotskista, la más pequeña de las tres, ahora aliada con Iglesias). Duros y moderados. Marxistas contra populistas de ambigua adscripción ideológica. Obreristas que no acaban de casar con los hijos radicalizados de la clase media de toda la vida. Gentes de Vallecas y de Pozuelo de Alarcón que al final del día se descubren hijos de genéticas políticas distintas. Antiguos militantes de las juventudes comunistas con ganas de revancha histórica –¡a por el PSOE!–, desdeñados por jóvenes licenciados 3.0 que no quieren saber nada de los traumas de la transición. Ecos de las viejas peleas entre leninistas y eurocomunistas. Subjetivismo y objetivismo. Voluntarismo y oportunismo. Rupturismo y reformismo. Cavar trincheras a la espera de que la crisis, irresuelta, acentúe las contradicciones sociales, o salir en busca de nuevos aliados entre los socialistas desencantados. Mantener en alto la bandera de la indignación, o moderar el discurso para no dar miedo. Ser temidos o ser amables. Ser muy amados por las kellys, las batalladoras limpiadoras de los hoteles, o por los jovenes con dos licenciaturas que no encuentran trabajos acordes con sus expectativas. Mantenerse “enfrente” del PSOE, o acercarse al PSOE para avivar sus contradicciones. La sombra doliente de Julio Anguita y su escolástica de las dos orillas: “Quienes no están con nosotros, están contra la causa del pueblo”. Profesionales de un joven aparato, creado por Errejón, mientras Iglesias ejercía de eurodiputado en Bruselas, que quieren defender sus puestos, al verse en minoría. Una pelea que incumbe básicamente al grupo dirigente madrileño en un partido que se afirma plurinacional. Todo esto pasa en Podemos. Y algo más.
Un secretario general indiscutible (Iglesias) que ha descubierto los límites de la estrategia plebiscitaria. Un número dos (Errejón) con ganas de mandar. Cara de buen chico y fuerte voluntad de poder. Papeles invertidos. El número uno, directo, a veces abrupto, siempre de frente, es el malo consagrado. El objetivo a batir. El número dos, oblicuo, ágil e infatigable, consigue parecer el bueno y tiene a su favor a toda la prensa conservadora y no tan conservadora de Madrid, lo cual no deja de ser curioso si tenemos en cuenta que Errejón es el principal intelectual del populismo en España. Viejos amigos en tensión. Amores rotos que entran en combate. (Tania Sánchez es hoy la más activa adversaria de Iglesias). Como diría el filósofo Nietzsche, Podemos es humano, demasiado humano. Y en febrero puede romperse.
Hace diez años ya habría estallado. Podemos, sin embargo, es un moderno partido digital con más de 450.000 inscritos, cuya opinión ninguna de las tres fracciones acaba de controlar. Esa marea con teléfono móvil es la que puede romper el karma suicida de la extrema izquierda. Podemos siempre estará en crisis, pero podría llegar a ser flexible como un junco si sus tres corrientes logran emanciparse del tormento psicológico de la izquierda española, siempre angustiada por el pasado. (“El recuerdo de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, escribió Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
Lo que ocurra en Podemos determinará el congreso del PSOE, definirá el margen de maniobra de Mariano Rajoy e influirá de manera notable en las elecciones que tendrán lugar en Catalunya antes de que acabe el año.