Poemas para la vida: ‘Belleza cruel’, de Ángela Figuera
Menos, mucho menos reconocida de lo que por justicia literaria correspondería, Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902 – Madrid, 1984) fue una poetisa de extrema sensibilidad. Existencialista en su primera época y adscrita a la denominada poesía desarraigada de la primera generación de posguerra, posteriormente desarrolló una muy poética forma de creación social junto a escritores como Gabriel Celaya y Blas de Otero.
Residente en Bilbao hasta 1925, en que se traslada a Valladolid y Madrid para estudiar Filosofía y Letras, Figuera trabajó como docente en varios colegios de la capital hasta que en 1933 ganó la Cátedra de Lengua y Literatura para institutos de segunda enseñanza, siendo destinada a Huelva.
Al estallar la guerra regresa a Madrid, donde el 30 de diciembre de 1936 nace su hijo Juan Ramón en pleno bombardeo de la ciudad. «Con salvas, como los reyes», escribirá en uno de sus versos sobre el hijo al que así llamó en homenaje a su admirado poeta.
En febrero de 1937, Ángela y su familia fueron evacuados a Valencia y desde allí destinada al Instituto de Alcoy y, posteriormente al de Murcia. Al concluir la contienda fue represaliada. Apartada de la docencia y, sin trabajo, se volcó en su labor como escritora.
Mujer de barro, publicado en 1948, fue el primer libro de una obra amplia y de enorme interés sujeta a distintos avatares. En 1952, de nuevo en Madrid, comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional. En ese período publica en el extranjero ante la sospecha de que la censura iba a mutilar su labor. En 1958 ve la luz en México Belleza Cruel, con prólogo de León Felipe.
Tras vivir unos años en Avilés regresó a Madrid donde se mantuvo alejada de los círculos literarios hasta su fallecimiento, el 2 de abril de 1984.
Mujer de barro, Soria pura, Belleza cruel o Toco la tierra son títulos que estructuran una obra marcada por lo social, que indaga en el absurdo de la existencia, la falta de libertad, el drama de la miseria o la sinrazón de la guerra.
Rescatamos Belleza cruel, poema que da título a uno de sus volúmenes más traducidos:
Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reír al sol sin que me asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.
Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.
Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.
Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.
Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.
Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.