Poemas para la vida: ‘Español’, de Rubén Darío
Ningún lector de poesía puede olvidar a Darío. Poeta mayor de la lengua española de cualquier tiempo, Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, 1867 – León, Nicaragua, 1916) innovó y dotó al verso de una musicalidad distinta y una sensibilidad que trasvasó registros. La forma de entender el género de quien concebía el poema como “la cristalización plena y sensorial del instante” pesó, y mucho, en autores de ambos lados del Atlántico como Machado, Aleixandre y Juan Ramón, Lugones o César Vallejo.
El 18 de enero de 1867 nacía Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío para la historia de la literatura, de unos padres que pronto se separaron. De la crianza de aquel niño se encargaron sus tíos abuelos en la ciudad de León, lugar que el poeta, periodista y diplomático siempre consideró su verdadero lugar de origen.
No se conoce mucho de sus primeros años aunque se sabe que fue desde muy temprano lector voraz. En su Autobiografía él mismo apunta: “Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer; según se me han contado”. El Quijote, Las mil y una noches y la Biblia figuran, por propia confesión, entre las primeras lecturas que le impactaron y forjaron su pasión por los libros.
Muy pronto también empezó a escribir. Su primer poema publicado fue la elegía Una lágrima, que vio la luz en el periódico El Termómetro en 1880. Con sólo 14 años, ya en Managua, se le reconocían sus habilidades literarias y artísticas. Era creativo, mostraba una memoria prodigiosa y escribía, leía y recitaba sus primeros poemas.
Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de la Vega se cuentan entre sus influencias iniciales. Más adelante, los franceses Víctor Hugo y, muy especialmente, Paul Verlaine dejarían huella en su modo de encarar la escritura.
Obras
Su producción poética incluye Abrojos, Canto épico a las gloria de Chile y Rimas, dedicada a Gustavo Adolfo Bécquer, las tres publicadas en 1887. Un año más tarde da a la imprenta Azul… el libro que le consagra como creador del modernismo. Del quinquenio 1896-1901 surge Prosas profanas y otros poemas. En 1901, Peregrinaciones, y en 1905, Cantos de vida y esperanza. El canto errante está fechado en 1907 y Poemas de otoño en 1910. Cuatro años después y como homenaje en el centenario de la nación publicó Canto a la Argentina y otros poemas.
Viajero incansable por Centroamérica, América del Sur y Europa, Darío fue cónsul y embajador de su país en distintas épocas y naciones en las que no pocas veces vivió, pese a su condición de diplomático, penurias económicas muy serias. Y en todo momento la tabla de salvación del periodismo, colaborando en los diarios El Porvenir de Nicaragua, El Ferrocarril, La Prensa, La Tribuna, El Tiempo y, sobre todo, en La Nación de Buenos Aires, del que fue corresponsal en España a partir de 1898. Rubén Darío ya había viajado a nuestro país como representante del Gobierno nicaragüense en 1892, en los actos de celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América.
España
Desde España, Rubén Darío enviaba una crónica semanal al diario argentino explicando la situación de nuestro país tras la guerra hispano- estadounidense y la pérdida de Filipinas, Cuba, Puerto Rico y la isla de Guam. Todas estas crónicas formarían el libro publicado en 1901 España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios, en las que Darío muestra la querencia por España y la confianza en la pronta recuperación de una nación por entonces sumida en el abatimiento.
En España, y admirado como poeta y defensor del Modernismo, el nicaragüense entabló relación, entre otros, con Valle-Inclán, Benavente, Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Emilia Pardo Bazán, Juan Valera, Salvador Rueda, Menéndez Pidal y los políticos Emilio Castelar y Cánovas del Castillo.
Darío, viudo de un primer matrimonio y casado de nuevo en 1893 en Managua con Rosario Murillo, conoció en 1899 en la Casa de Campo de Madrid a Francisca Sánchez del Pozo, campesina analfabeta nacida en un pueblecito de Ávila a la que enseñó a leer y escribir. Esta mujer, con la que acabó casándose, sería el gran amor de su vida. Con ella tendría cuatro hijos, tres de los cuales morirían pronto, y compartiría destino hasta el final de sus días.
En los primeros años del siglo XX fijó residencia en París, para regresar a España al ser nombrado en 1907 representante diplomático de Nicaragua en Madrid. Eterno enfermo, en 1913 fue sufrió una grave crisis mística que lo llevó a recluirse en Palma de Mallorca, donde entabló amistad con el pintor Santiago Rusiñol. Dos años más tarde, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial, regresó a Nicaragua. La enfermedad y el alcoholismo determinaron un rápido final, que se produjo en León, la ciudad de su infancia, el 6 de febrero de 1916.
El archivo de Rubén Darío fue donado por Francisca Sánchez al Gobierno de España en 1956. En la actualidad está alojado en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.
Denominado en su día “Príncipe de las Letras Castellanas”, Rubén Darío es uno de los poetas que influyó de un modo más intenso en las generaciones posteriores de habla hispana a lo largo del siglo XX.
Sobre su creación gravitan resonancias musicales, -como modernista ejerciente, para Darío la poesía era, ante todo, música-, imágenes exóticas, símbolos y metáforas, sin perder nunca de vista el amor por el arte, el amor por el amor mismo, un erotismo sensorial destinado al placer, la naturaleza como elemento de vida, la reflexión existencial sobre el sentido de la vida, la realidad social y política de su tiempo y, como consecuencia de sus crisis psicológicas, una obsesiva fijación con la muerte.
Del conjunto de su obra rescatamos Español, poema escrito en Buenos Aires en noviembre de 1912.
Yo siempre fui, por alma y por cabeza,
español de conciencia, obra y deseo,
y yo nada concibo y nada veo
sino español por mi naturaleza.
Con la España que acaba y la que empieza,
canto y auguro, profetizo y creo,
pues Hércules allí fue como Orfeo.
Ser español es timbre de nobleza.
Y español soy por la lengua divina,
por voluntad de mi sentir vibrante,
alma de rosa en corazón de encina;
quiero ser quien anuncia y adivina,
que viene de la pampa y la montaña:
eco de raza, aliento que culmina,
con dos pueblos que dicen: ¡Viva España!
y ¡Viva la República Argentina!