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Poemas para la vida: ‘La poesía’, de Octavio Paz

Ensayista, dramaturgo y, como dejó escrito, “vocacional y pasionalmente poeta”, Octavio Paz (Mixcoac, 1914 – Coyoacán, México, 1998) es uno de los intelectuales hispanos más influyentes del pasado siglo. Autor de una obra muy personal difícil de adscribir a movimiento literario alguno, obtuvo el Premio Cervantes en 1981 y el Nobel en 1990.

Octavio Irineo Paz Lozano nació el 31 de marzo de 1914 en plena revolución, en Mixcoac, entonces un pueblo independiente, hoy un barrio de Ciudad de México, sólo unos meses después de que su padre se uniese, como abogado, al movimiento zapatista. Esa circunstancia hizo que inicialmente el pequeño fuera educado por su madre y, muy especialmente, por su abuelo paterno, Ireneo Paz.

Después, y a lo largo de dos años que no dejaron en él buen recuerdo, se formó en Estados Unidos, en donde su padre viviría asilado hasta el asesinato de Zapata en 1919.

Precocidad

Tras el regreso, pronto destacó en el mundo literario de su país. En la confirmación de esa vocación jugaría papel importante el deslumbramiento que le produjo en 1930  la lectura del poemario de T. S. Eliot The Waste Land. Un año después, con sólo 16 años, publicaría su primer artículo, Ética del artista.

Por entonces, el joven Paz formaba parte de la Unión de Estudiantes Pro Obreros y Campesinos. En 1931 nacería la revista Barandal, codirigida por él mismo y López Malo, Toscano y Martínez Lavalle y dos años más tarde publica su primer poemario, Luna silvestre.

Como se ha apuntado por los estudiosos de su producción: “Los siete poemas de Luna silvestre no tendrían cabida en la revisión que Paz hiciera posteriormente de su obra, pero revelan un rigor en la palabra mecida en la sensualidad de sí misma, seducida por la presencia inasible de la mujer, de la naturaleza. El deseo y la pasión andan por los poemas como desprendidos del silencio y de la memoria, se recrean y se recuerdan, se fijan y se desvanecen”.

España

En este momento, Paz tendrá oportunidad de mostrar sus poemas a Rafael Alberti. Así lo recuerda el joven poeta: “Una noche, todos los que lo rodeábamos le leímos nuestros poemas… Todos éramos de izquierda pero ya desde entonces sentía cierta desconfianza ante la poesía política y la literatura que después se llamó comprometida. En aquella época, en 1934, Alberti escribía una poesía política… Y cuando yo le enseñé mis poemas, él me dijo: ‘Bueno, esto no es poesía social’ (al contrario, era una poesía intimista –una palabra horrible ésta, intimista, pero eso era: intimista–), ‘no es una poesía revolucionaria en el sentido político’, dijo Alberti, ‘pero Octavio es el único poeta revolucionario entre todos ustedes, porque es el único en el cual hay una tentativa por transformar el lenguaje’».​

Recogido en sí mismo, la visión romántica cobra fuerza en su escritura. Lee a San Juan de la Cruz, a Rilke, a Novalis, a Lawrence, con quienes coincide en el interés de establecer lazos entre vida y poesía, entre realidad y  mito.

En los últimos meses de 1936 escribe Raíz del Hombre, publicado en enero del siguiente año y objeto de muy duras e injustas críticas. Este poemario y el posterior ¡No pasarán! captarán la atención de Pablo Neruda que, junto a Alberti, le invitarán en 1937 a participar en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura celebrado en España.

Como él mismo dejó escrito, su viaje a nuestro país estaba antecedido por su admiración a los poetas de la Generación del 27, fundamentalmente conocidos en México por la Antología poética en honor a Góngora de Gerardo Diego. Ese mismo año viaja a Yucatán en donde participa en la fundación de una escuela secundaria para hijos de trabajadores y escribe para El Diario del Sureste a través del que ayuda a organizar un Comité Pro-Democracia Española.

Diplomático

En 1938, a su regreso de Europa, bajo el título Vigilias: diario de un soñador, ve la luz un a modo de diario íntimo en la revista literaria Taller, que contribuyó a fundar y en la que escribió hasta 1941. Dos años después viaja a Estados Unidos en donde completa formación en la Universidad de California. Y en 1945 inicia su carrera diplomática. Su primer destino es Francia, donde permaneció hasta 1951. Durante esa estancia, en 1950, publica El laberinto de la soledad, un estudio antropológico sobre la identidad mexicana. Entre 1952 y 1953 trabaja en las embajadas de su país en India y Japón para regresar a Ciudad de México para dirigir la Oficina de Organismos Internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

En 1954 participó en la fundación de la Revista Mexicana de Literatura, influenciada políticamente con la idea de la llamada ‘tercera vía’, que promulgaba una ideología ajena a izquierdas y derechas. También tuvo una presencia muy activa en las publicaciones El Corno Emplumado y Poesía en voz alta.

En 1958 regresa a París y tres años más tarde fue designado embajador en India. Allí, en 1968, en señal de protesta por la masacre de Tlatelolco, renuncia a su cargo diplomático. Se traslada a Estados Unidos como docente de las universidades de Harvard, Texas Pittsburgh y Pensilvania. Tres años más tarde funda la revista Plural y en 1976, Vuelta, ambas marcadas por su carácter profundamente democrático.

Obra

Entre 1933 y el año de su adiós, Paz publicó, además de ensayos y obras de teatro, veintiocho libros de poemas. Tras Luna Silvestre (1933) y el poemario dedicado a la Guerra de España ¡No pasarán! (1936), edita Raíz del hombre (1937), Bajo tu clara sombra (1937), Entre la piedra y la flor (1941) y A la orilla del mundo (1942).

En la década de los 50 escribe cuatro libros fundamentales: Libertad bajo palabra (1949), El laberinto de la soledad (1950), ¿Águila o sol? (1951) y El arco y la lira (1956).

Su obra, extensa y variada, se completa con numerosos poemarios y libros ensayísticos, entre ellos, Cuadrivio (1965), Ladera este (1968), Toponemas (1969), Discos visuales (1969), El signo y el garabato (1973), Mono gramático (1974), Pasado en claro (1975), Sombras de obras (1983) y La llama doble (1993). En 1999 aparecen, póstumamente, Figuras y figuraciones Memorias y palabras.

El domingo 22 de diciembre de 1996 un incendio destruye su vivienda de Ciudad de México, llevándose por delante una parte sustancial de su gran biblioteca. Octavio Paz, ya enfermo, se traslada a la llamada Casa Alvarado, en Coyoacán, donde muere el 19 de abril de 1998. Ese lugar albergó la Fundación que lleva su nombre y es sede de la Fonoteca Nacional.

Prácticamente imposible de encuadrar en tendencia o movimiento alguno, aunque el surrealismo le dejó huella, la experimentación y la búsqueda nacidas de un inconformismo literario evidente marcan desde sus primeros versos su labor poética. Paz es un grande entre los grandes que, desde un hondo lirismo lleno de imágenes, escribe al hilo de su preocupación social y de la reflexión sobre temas de raíz existencial, como la soledad y el paso del tiempo.

De su amplia producción rescatamos La poesía, pieza dedicada a Margarita Michelena y a Luis Cernuda,  incluida en su libro Libertad bajo palabra.

Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.

Verdad abrasadora,
¿A qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.

 

 

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