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Poemas para la vida: ‘Lisbon revisited (1926)’ de Pessoa

Pessoa es poesía. Desde el estrecho mundo de su ciudad natal, Fernando Pessoa (Lisboa, 1888 – 1935) creó un universo poético ensimismado, profundo y deslumbrante; sin fronteras. Su nombre real, o el de algunos de sus heterónimos, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares y Alberto Caeiro, resuenan hoy, plurales e intrigantes, como cumbres de la lírica contemporánea. Por separado y en conjunto trazaron una renovadora, profunda reflexión sobre la misteriosa relación entre verdad, existencia e identidad.

Fernando Antonio Nogueira Pessôa, así, con ese acento circunflejo sobre la o que se perderá cuando firme sus primeros escritos, nació en la tarde del 13 de junio de 1888 en la casa familiar de la Plaza de San Carlos, en el lisboeta barrio de Chiado, entre un teatro y una iglesia. Hijo de Joaquín de Seabra Pessoa, funcionario del Ministerio de Justicia y crítico musical del prestigioso Diario de Noticias, cuyo fallecimiento a los 43 años, víctima de la tuberculosis, cuando el futuro poeta apenas había cumplido los cinco, condicionará radicalmente la vida de toda la familia que se verá obligada a subastar los muebles y trasladarse a una vivienda mucho más modesta.

Sudáfrica

Para entonces, tan temprano en su vida, surge Chevalier de Pas, el primer heterónimo del escritor e idea A mi querida mamá, una breve pieza que supone su debut como poeta. En 1895 su madre se casa por poderes con el comandante João Miguel Rosa, cónsul de Portugal en la ciudad sudafricana de Durban, por entonces colonia inglesa a la que se trasladan y en la que Pessoa recibirá una educación británica que le acerca a la literatura en esa lengua a través de autores como Byron, Shakespeare, Keats, Milton, Poe, Shelley o Tennyson.

Mucho más tarde, el inglés le permitiría trabajar como corresponsal comercial en Lisboa, y utilizarlo en traducciones (El cuervo, de Edgar Allan Poe, por ejemplo) y escritos. Es significativo que con excepción de Mensagem, sus únicos libros publicados en vida fueron las colecciones de poemas en inglés: Antinous, 35 Sonnets y English Poems I – II – III, concebidos entre 1918 y 1921.

Pero volviendo a los primeros años, en 1899 ingresa en la Durban High School, donde destaca como brillante alumno y crea el heterónimo Alexander Search, a través del que se envía cartas a sí mismo. En 1901 regresa de vacaciones a Portugal y permanece en Lisboa cuando el resto de la familia retorna a Durban. Más tarde volverá a África en donde concluirá sus estudios universitarios con buenos resultados en el Intermediate Examination in Arts.

Regreso

En 1905, Pessoa regresará de forma definitiva a la capital portuguesa en donde vive con su abuela Dionisia que a su muerte, en 1907, le deja unos dineros con los que el joven monta Íbis — Tipografía Editora — Oficinas a Vapor, una pequeña empresa tipográfica que pronto quebrará. Para entonces ya se había matriculado en la Facultad de Letras, estudios que abandona sin haber terminado el primer año, y entra en contacto con escritores de la tierra, como Cesário Verde.

La traducción de correspondencia comercial será su trabajo a partir de 1908, una labor en la que seguirá a lo largo de toda su vida. En la oficina en la que se integra conocerá a Ofélia Queiroz, una joven de 19 años con la que mantendrá una intensa relación durante un año que acaba por decisión de él, que le escribe: “Toda mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser. Todos  tienen que convencerse de que soy así, de que exigirme sentimientos —que considero muy dignos, dicho sea de paso— de un hombre común y corriente es como exigirme que sea rubio y con los ojos azules”.

Su actividad como crítico literario y ensayista comienza en 1912 en la revista Águia, en la que publica el artículo La nueva poesía portuguesa sociológicamente considerada y en 1915 ya escribe con asiduidad en la revista de vanguardia Orpheu y en Atena, que él mismo dirige. Más tarde también lo hará para las publicaciones Ruy Vaz y Presença. Como otro hecho peculiar en su vida, en 1926, Pessoa registra la patente de invención de un Anuario Indicador Sintético, por Nombres y Otras Clasificaciones, Consultable en Cualquier Lengua. En esta época dirige durante un corto período la Revista de Comercio y Contabilidad

Antinous, su primer libro de poemas y, como ya se ha apuntado, escrito en inglés, ve la luz en 1918. Y Mensagem , el poema patriótico que sería la única obra lírica en portugués que vería publicada en vida, en 1934.

Plural

No sólo la poesía de Pessoa está marcada por los heterónimos, que atraviesan toda su obra, sino también su propia vida. Más de cien con una personalidad y forma de crear diferente a lo largo de los 47 años de su existencia. De todos ellos cobraron mayor dimensión Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro y Bernardo Soares.

“ ¡Sé plural como el universo!”, reza uno de sus aforismos. Como se ha remarcado, a diferencia de los seudónimos, los heterónimos constituyen personalidades poéticas completas: identidades, que, en principio falsas, se vuelven verdaderas a través de su manifestación artística propia muy diferente a la del autor  original. Sirviéndose de la heteronimia Pessoa se desdobló, cultivando estilos literarios y poéticos muy diversos que basculan de la espontaneidad y la expresividad a la búsqueda de la perfección sintáctica y léxica, pasando por la estética como destino inalienable.

Por otra parte, la obra ortónima (es decir, la escrita bajo el nombre propio del escritor que crea heterónimos) también con el tiempo y con la maduración de las demás personalidades, se convirtió en el caso de Pessoa en un heterónimo más, desde la firme convicción del autor de mirar y sentir el mundo de una forma múltiple marcada por los que siempre denominó los asesinos del ser humano: la ignorancia, el fanatismo y la tiranía.

El adiós

Fernando Antonio Nogueira Pessoa murió en el Hospital de San Luis de los Franceses, en pleno corazón del Bairro Alto de Lisboa, a las ocho de la tarde del 30 de noviembre de 1935. Tenía 47 años. Había llegado allí tres días antes, ebrio –“el mal se había implantado hondo en su naturaleza corroída”, escribe su biógrafo Joao Gaspar Simoes–. En medio de su agitada agonía tuvo una extraña pausa de quietud. Abrió los ojos, miró en torno y murmuró: “Denme los lentes”. Fueron las palabras finales de quien escribiera “mi patria es la lengua portuguesa”, aunque el último texto que saliera de su mano, ya en su lecho de muerte, lo fuera en inglés, el idioma de sus primeros años de aprendizaje: I know not what tomorrow will bring… (No sé lo que traerá el mañana…).

Como queda apuntado, y en otro ejemplo más que constata la tantas veces injusta historia de la creación, la inmensa mayoría de la obra de Fernando Pessoa no vio la luz en vida del autor. De su monumental labor, esa que a tantos nos ayuda a expresar e intentar entender lo que somos y sentimos, rescatamos, en traducción de José Antonio Llardent, el poema Lisbon revisited (1926),  firmado por el heterónimo Álvaro de Campos.

 

​Nada me ata a nada.
Quiero cincuenta cosas al tiempo.
Con angustia del que tiene hambre de carne anhelo
no sé bien qué:
definidamente lo indefinido…
Duermo inquieto, y vivo en el soñar inquieto
de quien duerme inquieto, a medias soñando.

Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.
Corrieron cortinas ante todas las hipótesis que podría
          ver en la calle.
En el callejón que yo encontré no hay el número de
          puerta que me dieron.

Desperté a la misma vida que me había adormecido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida tan sólo deseada me harta -hasta esa vida…
Comprendo a intervalos inconexos;
escribo en los lapsos de cansancio;
y es tedio hasta el tedio lo que me arroja a la playa.
No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin timón;
no sé qué islas del Sur imposible me aguardan, náufrago;
o qué palmares de literatura me darán un verso al menos.

No, no sé esto, ni otra cosa, ni cosa alguna…
Y en el fondo de mi espíritu, donde sueño lo que soñé,
en los campos últimos del alma, donde memoro sin causa
(y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
en los caminos y atajos de las florestas lejanas
donde supuse mi ser,
huyen desmantelados, últimos restos
de la ilusión final,
mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido,
mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.

Otra vez vuelvo a verte,
ciudad de mi infancia pavorosamente perdida…
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí…
¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí viví, y aquí volví,
y aquí volví a volver y volver,
y aquí de nuevo he vuelto a volver?
¿O todos los Yo que aquí estuve o estuvieron somos
una serie de cuentas-entes ensartadas en un hilo-memoria,
una serie de sueños de mí por alguien que está fuera de mí?

Otra vez vuelvo a verte
con el corazón más lejano, el alma menos mía.

Otra vez vuelvo a verte
con el corazón más lejano, el alma menos mía.

Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por salones de recuerdos
con ruidos de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir…

Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento a una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche cual estela de barco al perderse
en el agua que dejamos oír…

Otra vez vuelvo a verte,
mas, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se rompió el espejo mágico en el que volvía a verme idéntico,
y en cada fragmento fatídico veo sólo un pedazo de mí,
¡un pedazo de ti y de mí!…

 

 

 

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