Polanski consigue el César a la mejor realización, pero su escándalo transforma en esperpento la ceremonia
Horas antes que comenzase la ceremonia, centenares de manifestantes protestaban en las cercanías de la Sala Pleyel
El escándalo Polanski transformó la 45ª ceremonia de los César del cine francés es un colorido esperpento «representado» dentro y fuera de la Sala Pleyel donde se concedieron unos premios que iluminan un rosario de crisis sociales, culturales, políticas, institucionales.
Tras tres horas y media de ceremonia, Roman Polanski recibió el César a la mejor realización por su película «J’accuse» (El oficial y el espía). Sin embargo, el César a la mejor película lo consiguió «Les Misérables» de Ladj Ly.
Se trataba, para Polanski, de un fracaso relativo. Su película recibió un premio importante, de ilustre segundón. «Los Misérables» aborda el tema trágico de la periferia multicultural en de algunas grandes ciudades.
Polanski y su película, sin embargo, estuvieron en el corazón de la gran polémica nacional. Numeroso público abandonó, airado y protestando la sala donde se concedían los César, como protesta.
Horas antes que comenzase la ceremonia, centenares de manifestantes protestaban en las cercanías de la Sala Pleyel, «tomadas» por las fuerzas anti disturbios que denunciaban la ceremonia en términos muy ruidosos y agresivos, con mucho griterío: «¡Violanski: los César de la vergüenza!». «¡Polanski, violador, cine culpable!». «¡Solidaridad con las mujeres de todo el mundo!».
Cuarenta y ocho horas antes, Roman Polanski había anunciado con cierta solemnidad su decisión de no estar presente en la ceremonia donde su película, «J’accuse» (El oficial y el espía), era la gran favorita y el origen del escándalo. Horas antes que comenzase la ceremonia, el productor de la película, Alain Goldman, anunciaba que todo el equipo había decidido «boicotear» la ceremonia para protestar contra el «acoso callejero» y la «intromisión institucional» del Gobierno de Emmanuel Macron.
Doce horas antes del inicio de la ceremonia de entrega de los César, Franck Riester, ministro de la Cultura, había declarado: «Dar el César del mejor realizador a Roman Polanski sería un muy mal símbolo para la necesaria toma de conciencia que debemos tener, colectivamente, contra la lucha contra las violencias sexuales y sexistas».
Ante ese horizonte de crisis y enfrentamientos, los organizadores de la ceremonia tomaron la decisión de evitar la agravación, presentando un «espectáculo» limpio, insípido, presidido or la actriz Sandrine Kiberlain, animada por la humorista Florence Foresti, en presencia de un público de profesionales, sin participación internacional y algunas celebridades nacionales, como Costa-Gavras, Fanny Ardant, Vincent Cassel, Daniel Auteuil y Josianne Balasco, entre otros.
Media docena larga de películas se disputaban una treintena de César: «J’accuse» (El oficial y el espía) de Roman Polanski, «Les Misérables» de Ladj Ly, «La Belle Epoque» de Nicolas Bedos, «Portrait de la jeune fille en feu» de Céline Sciamma, «Grâce à Dieu» de François Ozon, «Roubaix, une lumière», de Arnaud Desplechin, «Hors Normes» de Olivier Nakache y Éric Toledano.
Antes que un «jurado» de más de cuatro mil profesionales dictase su sentencia final, los sondeos oficiosos sugerían el «triunfo» de Polanski entre los espectadores, a mucha distancia del resto de las películas que competían.
A lo largo de la ceremonia, varios actores tuvieron el «detalle» de recordar a grandes e ilustres maestros del cine francés de la legendaria «Nouvelle Vague», Jean Luc Godard, François Truffaut, Claude Chabrol, Eric Rhomer. Nadie recordó que la redacción de «Cahiers de Cinéma», la histórica revista donde los patriarcas «inventaron» el nuevo cine francés, ha entrado en la crisis más grave de su historia, con la dimisión, en bloque, de todo el equipo, para protestar contra la llegada de nuevos propietarios que desean transformar una revista «minoritaria» en una publicación «moderna» y «glamour».