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Polonia y Estonia se deshacen de sus monumentos soviéticos por la invasión rusa de Ucrania

El Gobierno de Estonia ya había adelantado a principios de agosto que tenía la intención de desmantelar o reubicar todos los monumentos soviéticos, entre 200 y 400, y ahora anuncia que la logística de la operación ya está lista

                     Soldado de Bronce de Tallin en el Cementerio de las Fuerzas de Defensa WIKIMEDIA

 

La estatua que representaba a un soldado ruso, en conmemoración de los que murieron en el área de Wolsztyn en 1945, luchando contra los nazis en la Polonia ocupada, comenzó a recibir ataques anónimos inmediatamente después de la entrada del ejército ruso en Ucrania, a finales de febrero. En varias ocasiones amaneció cubierta de pintura roja, que semejaba un baño de sangre, hasta que el Instituto Polaco de la Memoria Nacional (IPN) decidió retirarla. Su desmantelamiento tuvo lugar en el más completo ostracismo.

Ninguno de los habitantes de Siedlec acudió a la plaza a presenciar cómo era separada de su pedestal y derribada. Solo estuvieron presentes los operarios y el director del IPN, Karol Tadeusz Nawrocki. «El sistema comunista se introdujo con las bayonetas de soldados como este. El nazismo alemán fue reemplazado por un régimen soviético que continuó asesinando hasta fines de 1989. Por lo tanto, no hay lugar para tales Símbolos en la Polonia libre. Esta es la última fase de la descomunización de Polonia», describió Nawrocki.

Remodelaciones como esta están teniendo lugar diseminadas por la geografía polaca. El IPN ha elaborado una lista de 60 monumentos dedicados a conmemorar la liberación del régimen nazi por parte del Ejército Rojo que ahora van desapareciendo gradualmente del espacio público en ceremonias tan silenciosas como esta. «Está bien que se los lleven, nadie sabe qué han hecho ahí tanto tiempo», consiente una vecina de El IPN ha elaborado una lista de 60 monumentos dedicados a conmemorar la liberación del régimen nazi por parte del Ejército Rojo; ahora van a desaparecer gradualmente del espacio público.

 

Las autoridades estonias retiraron un monumento de guerra soviético llamado Soldado de Bronce de una plaza central de la ciudad de Tallin. Fue trasladada a un cementerio militar. AFP

 

«Está bien que se los lleven, nadie sabe qué han hecho ahí tanto tiempo», consiente una vecina de Międzybłocie. «Nadie habla de eso, pero todos sabemos cómo fue la llegada de los rusos, especialmente para muchas mujeres esos monumentos suponen un insulto», dice otra que reside en Garncarsko. En ambos pueblos han sido retirados monumentos en medio de la silenciosa satisfacción de la población.

La discusión sobre tales monumentos no es nueva. Con el cambio de gobierno en Polonia en 2015, es decir, desde el primer gobierno único del nacionalista Ley y Justicia (PiS), la actitud hacia la cultura de la memoria soviética comenzó a dar un radical giro. Aunque los monumentos soviéticos ya se habían retirado anteriormente, en el espíritu de la denominada «descomunización», la tendencia no despegó con verdadera fuerza hasta 2016, cuando todavía había alrededor de 200 monumentos en pie. Como cabía esperar, la decisión de ir retirándolos ha causado desde el primer momento tensiones con Rusia. El ministro de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, recurrió a la Unesco para intentar detener el «control de monumentos», pero fue en vano.

Al historiador Paweł Ukielski, del Instituto Polaco de la Memoria Nacional, le gustaría incluso derribar el Palacio de la Cultura, un edificio de 231 metros de altura, el rascacielos más alto del país desde la década de 1950 y que podría ser considerado el mayor símbolo de la era soviética en Polonia. El ex ministro de Relaciones Exteriores Radosław Sikorski también ha abogado por su demolición.

«Solo eso enterraría finalmente simbólicamente al comunismo», ha defendido, recordando que el Estado polaco recién fundado, en los años 20, destruyó todos los símbolos del Gobierno zarista, incluida la Catedral Alexander Nevsky en el centro de Varsovia, que fue volada con explosivos. ElPalacio de la Cultura de Varsovia e ahora un edificio protegido y no figura en la lista del IPN, pero muchos otros sí lo harán. «Es algo natural y normal», ha justificado la primera ministra Beata Szydło a la emisora polaca TVN 24, en una entrevista e la que subrayó que muchos polacos están indignados «porque estos símbolos todavía están en pie en tantos lugares».

El Gobierno polaco no puede precisar cuántos de estos monumentos hay en el territorio. En 1994, se incluyeron alrededor de 570 objetos en un acuerdo ruso-polaco, pero muchos de estos ya han sido eliminados. Casi 200 siguen siendo particularmente notables y «tienen que desaparecer», insiste Lukas Kaminski, el responsable del IPN en Varsovia, porque tales «monumentos en los centros de las ciudades y pueblos suponen una señal histórica equivocada».

Es la misma decisión ha tomado el gobierno de Estonia, que se apresura a desmantelarlos «como símbolos de la represión y la ocupación soviética, que se han convertido en una fuente de crecientes tensiones sociales», ha explicado la primera ministra Kaja Kallas en Twitter. «En estos tiempos debemos minimizar el riesgo para el orden público», ha cimentado la decisión. El Gobierno de Estonia ya había adelantado a principios de agosto que tenía la intención de desmantelar o reubicar todos los monumentos soviéticos, entre 200 y 400, y ahora anuncia que la logística de la operación ya está lista.

El más controvertido es el monumento a un tanque cerca de la ciudad fronteriza entre Estonia y Rusia de Narva, en el este del país báltico. «Un tanque es un arma homicida, no es un objeto de memoria. Y esos mismos tanques actualmente están matando gente en las calles de Ucrania», se ha felicitado Kallas. La administración de la ciudad de alrededor de 60.000 habitantes, de los cuales más del 90% son de etnia rusa, se había pronunciado previamente en contra de su reubicación, pero el gobierno ha expresado su intención de no dar marcha atrás.

 

 

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