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The Economist: Por qué Angela Merkel merece ganar las elecciones

Y por qué ella debe ser más audaz en su (casi inevitable) cuarto término 

Para sus muchos adeptos, Angela Merkel es la heroína que se enfrenta a Donald Trump y Vladimir Putin, y que generosamente abrió su país a los refugiados. Para otros, ella es el villano cuya mal pensada apuesta en materia de inmigración está «arruinando Alemania», como Trump una vez lo indicó, y cuyas políticas de austeridad han devastado al sur de Europa.

Sus adeptos están más cerca de la verdad. En efecto, a su país le ha ido bien bajo su liderazgo y el mundo ha estado mejor gracias a su mano firme. Pero durante sus tres períodos de mandato, la Sra. Merkel no ha hecho lo suficiente para preparar a Alemania para el futuro. Si sus muchos años en el poder deben ser vistos como más que simplemente suficientes, ella debe utilizar su cuarto término para generar cambios.

Una mano firme en un mundo turbulento 

No hay duda de que Merkel y su Unión Demócrata Cristiana (CDU) se dirigen hacia la victoria cuando Alemania vote el 24 de septiembre. Eso se debe en parte al mediocre Martin Schulz, su rival del partido Social Demócrata Alemán (SPD). La política interna de este partido no es original y su política exterior apenas es creíble. También ha fallado en poner a la Canciller a la defensiva. Su debate del 3 de septiembre pareció más la negociación de una nueva «gran coalición» que un choque de ideas. 

Su inminente victoria también refleja cómo Alemania ha prosperado desde 2005, cuando la señora Merkel asumió el cargo (véase el siguiente informe: Briefing)). El desempleo ha descendido del 11,2% al 3,8%; los salarios crecen; la confianza de los consumidores es alta. La Canciller ha mantenido en pie las reformas del mercado de trabajo introducidas por Gerhard Schröder, su predecesor del SPD, aunque no las ha ampliado. Ha proporcionado un liderazgo político estable y no ideológico. La sociedad alemana se ha vuelto más abierta y tranquila durante su gobierno; ella permitió, por ejemplo, una votación sobre el matrimonio gay aunque ella personalmente se oponía al mismo. 

Y al tratar de hacer frente a la crisis del euro y a la afluencia de refugiados de Oriente Medio y el norte de África, la señora Merkel ha demostrado ser la europea indispensable. Más allá de ello, convenció a los alemanes de que su país debería asumir más de las responsabilidades que su tamaño exige, pero su historia lo dificulta. En las cumbres es una presencia tranquila y bien informada, que contribuye a interponer sanciones europeas contra Rusia por su invasión a Ucrania y apoya el acuerdo sobre el clima de París. Alemania también está asumiendo cargas internacionales, con tropas en Afganistán, Malí y Lituania, una escala de despliegue impensable hace una década. Su compromiso con el objetivo de la OTAN para alcanzar un gasto en defensa del 2% del PIB habla de un país que crece en el mundo. 

Sin embargo, a pesar de todo, la Sra. Merkel ha gobernado a menudo en un entorno «fácil», especialmente en sus políticas internas. Ha disfrutado de una gran cantidad de ventajas. Las reformas de Schröder hicieron que los trabajadores alemanes fueran competitivos. El euro, las materias primas y el endeudamiento también han sido baratos durante gran parte de su gobierno. Las economías emergentes como China todavía no pueden hacer las cosas que hace Alemania (como los coches de lujo), por lo que las importan. Alemania tiene la segunda población más vieja del mundo, pero su masa de ciudadanos nacidos durante la segunda postguerra (los «baby boomers»),  todavía está en gran parte en edad de trabajo. El país ha vivido una edad dorada. 

El problema es que ninguno de los factores que produjeron esto es permanente. Angela Merkel tuvo la oportunidad de preparar el país para el futuro. Ella no lo ha hecho. La obsesión de su gobierno con los presupuestos equilibrados la ha llevado a invertir demasiado poco. El valor neto de la infraestructura alemana ha descendido desde 2012. Desde 2010 la velocidad de banda ancha del país ha descendido del puesto 12 al 29 en el mundo. Nuevas industrias como el Internet de las cosas, y los coches eléctricos, están subdesarrolladas. La poderosa industria automovilística alemana hizo una mala apuesta en los motores diesel, y ahora está sumida en denuncias de pruebas de emisiones falsas. 

Poco se ha hecho para preparar Alemania para su crisis demográfica. El gobierno saliente de la señora Merkel no sólo revirtió un aumento en la edad de jubilación, sino que la redujo a 63 para algunos trabajadores e introdujo una «pensión para madres» para aquellas mujeres que se tomaron tiempo libre para cuidar de los niños antes de 1992, beneficiando a una generación que ya estaba bien atendida. Al mismo tiempo hizo poco por los alemanes que se han quedado atrás. La desigualdad y el uso de los bancos de alimentos han aumentado en su gobierno. 

Cuando toma grandes decisiones, la Sra. Merkel tiene la costumbre de eludir las consecuencias. El cambio a la energía renovable está demostrando ser tan lento y costoso que el uso del carbón y las emisiones de carbono están aumentando -su repentina decisión de cerrar las plantas nucleares del país después de una debacle en Japón sólo hizo la transición más difícil. Después de haber ayudado a mantener la zona del euro unida a través de una serie de crisis pasajeras, la Sra. Merkel (junto con Wolfgang Schäuble, su Ministro de Finanzas) ha mantenido su oposición  a las reformas que mitigarían la próxima crisis. La tarea de integrar a las legiones de refugiados se ha dejado principalmente a los gobiernos y a los ciudadanos de las regiones. La Canciller apenas habla de ellos en estos días, habiendo reducido los números de llegada utilizando un turbio acuerdo de repatriación con Turquía. 

En la campaña electoral la señora Merkel ha dicho poco para convencer a sus compatriotas de la necesidad de reformar la gobernanza del euro, de aumentar las inversiones y de preparar la economía para una revolución laboral. En su lugar, su manifiesto electoral es vago, y sus apariciones públicas han sido banales. 

Se necesitan acciones en el cuarto periodo de gobierno 

Y, sin embargo, la señora Merkel podría lograr mucho en su próximo y posiblemente último mandato. Podría utilizar el superávit presupuestario de Alemania, de € 26bn ($ 31bn) durante el año pasado y que sigue aumentando, para invertir más en capital humano y físico. Ella podría observar a Emmanuel Macron de Francia en la búsqueda de ideas para fortalecer las instituciones que gobiernan el euro y para ofrecer un sentido de urgencia acerca de la alta tecnología. Podría consolidar las credenciales de política exterior de Alemania, presionando a otros países hacia la meta presupuestaria del 2% de la OTAN. Su legado depende de ello. 

El éxito dependerá en parte de que la Sra. Merkel escoja a los socios adecuados en el gobierno. Una continuación de la actual gran coalición con el SPD amenaza con aún más parálisis soñolienta. En lugar de ello, debería hacer equipo con los demócratas libres del FDP  y con los verdes, que son conocedores de los temas europeos y más duros con Rusia. Tal coalición tendría la oportunidad de sacudir el país. Como su líder, la vacilante señora Merkel podría incluso convertirse en la Canciller que sorprendiera a todos.

 

Traducción: Marcos Villasmil


 NOTA ORIGINAL:

THE ECONOMIST

Why Angela Merkel deserves to win Germany’s election

And why she must become bolder in her (almost inevitable) fourth term

TO HER many fans, Angela Merkel is the hero who stands up to Donald Trump and Vladimir Putin, and who generously opened her country to refugees. To others, she is the villain whose ill-thought-out gamble on immigration is “ruining Germany”, as Mr Trump once put it, and whose austerity policies laid waste to southern Europe.

The fans are closer to the truth. Her country has indeed done well under her leadership and the world been better for her steady hand. But during three terms in office, Mrs Merkel has not done enough to prepare Germany for the future. If her many years at the top are to be viewed as more than merely sufficient, she must use her fourth term to bring about change.

A steady hand in a turbulent world

There is little doubt that Mrs Merkel and her Christian Democratic Union are coasting towards victory when Germany votes on September 24th. That is partly owing to the lacklustre Martin Schulz, her Social Democratic Party (SPD) rival. His party’s domestic policy is undistinctive and his foreign policy barely credible. He has also failed to put the chancellor on the spot. Their debate on September 3rd was more like the negotiation of a new “grand coalition” than a clash of ideas.

But her imminent victory also reflects how Germany has prospered since 2005, when Mrs Merkel took office (see Briefing). Unemployment has fallen from 11.2% to 3.8%; wages are rising; consumer confidence is at a high. The chancellor has stood by the labour-market reforms introduced by Gerhard Schröder, her SPD predecessor—though she has not extended them. She has provided stable and unideological political leadership. German society has become more open and relaxed on her watch; she allowed, for instance, a vote on gay marriage even though she personally opposed it.

And in trying to cope with the euro crisis and the influx of refugees from the Middle East and north Africa, Mrs Merkel has proved to be the indispensable European. Beyond that, she persuaded Germans that their country should take on more of the responsibilities its size demands but its history makes difficult. At summits she is a calm, well-informed presence, helping to broker European sanctions against Russia over its invasion of Ukraine, and the Paris climate accord. Germany is also taking on international burdens, with troops in Afghanistan, Mali and Lithuania, a scale of deployment unthinkable a decade ago. Her commitment to NATO’s target for defence spending of 2% of GDP speaks of a country growing up in the world.

Yet, for all this, Mrs Merkel has often governed on the “easy” setting, especially in her policies at home. She has enjoyed a host of advantages. Mr Schröder’s reforms made German workers competitive. The euro, raw materials and borrowing have all been cheap for much of her chancellorship, too. Emerging economies such as China cannot yet make the things Germany does (like luxury cars), so they import them. Germany has the second-oldest population in the world, but its baby-boomer bulge is largely still of working age. The country has been living through a golden age.

The trouble is that none of the factors that brought this about is permanent. Mrs Merkel had a chance to prepare the country for the future. She has squandered it. Her government’s obsession with balanced books has led it to invest too little. The net value of German infrastructure has fallen since 2012. Since 2010 the country’s broadband speed has fallen from 12th to 29th in the world. New industries like the internet of things and electric cars are underdeveloped. The mighty German automotive industry took a bad gamble on diesel engines, and is now mired in allegations of faked emissions tests.

Little has been done to prepare Germany for its demographic crunch. Mrs Merkel’s outgoing government not only reversed a raise in the retirement age, but cut it to 63 for some workers and introduced a “mothers’ pension” for women who took time off to care for children before 1992, benefiting a generation that was already well-catered for. At the same time she did little for those Germans left behind. Inequality and the use of food-banks have both risen on her watch.

When she does take big decisions, Mrs Merkel has a habit of ducking the consequences. The switch to renewable energy is proving so slow and expensive that Germany’s coal usage and carbon emissions are rising—her sudden decision to shut the country’s nuclear plants after a meltdown in Japan only made the transition harder. Having helped to hold the euro zone together through a series of weekend crises, Mrs Merkel (along with Wolfgang Schäuble, her finance minister) has stood in the way of reforms that would mitigate the next crisis. The task of integrating legions of refugees has been left primarily to cash-strapped state governments and citizens. The chancellor barely talks about them these days, having reduced arrival numbers using a murky repatriation deal with Turkey.

In the election campaign Mrs Merkel has said little to confront her compatriots with the need to reform governance of the euro, to raise investment and to prepare the economy for a revolution in the nature of work. Instead, her manifesto is vague, and her public appearances have been banal.

Action needed in Act IV

And yet Mrs Merkel could accomplish a lot in her next—and possibly last—term. She could use Germany’s budget surplus, of €26bn ($31bn) last year and rising, to invest more in human and physical capital. She could look to Emmanuel Macron of France for ideas to strengthen institutions that govern the euro and for a sense of urgency about high-tech. She could cement Germany’s foreign-policy credentials, by pressing on towards NATO’s 2% goal. Her legacy depends on it.

Success will partly depend on Mrs Merkel picking the right partners in government. A continuation of the present grand coalition with the SPD threatens yet more sleepy stasis. Instead she should team up with the free-market Free Democratic Party and the Greens—who are wise on Europe and tougher on Russia. Such a coalition would stand a chance of shaking the country up. As its leader, the hesitant Mrs Merkel might even become the chancellor who surprised everybody.

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