Por qué España puede fracasar
«Sánchez y sus apoyos políticos parasitan a los españoles por medio del Estado, y nos dejan unas instituciones disfuncionales que nos alejan del progreso»
Ilustración de Alejandra Svriz.
El Gobierno ha protagonizado una manifestación que clamaba contra la situación que vive el mercado de vivienda. Que Pedro Sánchez haya contribuido de forma decisiva a que la oferta no responda a la demanda de vivienda es lo de menos. Señala como culpables a los actores que contribuyen a esa oferta, y a los que ponen la zancadilla con regulaciones y precios capados. Da igual. Lo importante era cambiar el discurso de la actualidad, que estaba centrado en todos los casos de corrupción que están vinculados unos con otros, y todos con el presidente Sánchez.
No le ha valido de mucho. Las alcantarillas rebosan. El silencio de los medios afines no lo cubre todo. La lucha del Gobierno contra los medios independientes aún no tiene instrumentos suficientes. Y las noticias sobre la corrupción profesionalizada de los allegados a Sánchez no dejan de salir.
El ansia por el enriquecimiento rápido e indebido, y logrado con los medios que otorga el Estado, tiene que ver con una noticia que se produjo el lunes. La Academia Sueca ha reconocido con el Nobel de Economía a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por su estudio sobre cómo se forman las instituciones, y cómo afectan a la prosperidad. No es la primera vez que se le concede el premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel a esa cuestión. En 2009 se premió con el Nobel a Elinor Ostrom y a Oliver E. Williamson, en 1993 a Douglass North y Robert Fogel, y en 1974 a Friedrich A. Hayek.
Es un premio que atañe a España; nos atañe como sociedad zozobrante, que se mueve en un equilibrio inestable. Un paso en tal o cual dirección puede acabar de vaciar de contenido democrático la estructura política actual. La división de poderes es desconocida en nuestro país. Pero hay instituciones que han ejercido cierta independencia, y que están en riesgo de caer en manos del jefe del Ejecutivo, y jefe también de la banda que incluye a su mujer, a su hermano, a Ábalos, a Koldo, a Aldama…
Las instituciones son el centro del estudio de Acemoglu con Robinson en su celebrado libro Por qué fracasan los países. Es una vieja cuestión. En origen, se planteaba de forma contraria: cuál es la naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones, se preguntaba Adam Smith. Han pasado dos siglos y medio y lo que se plantean los economistas es qué hace que algunos países se queden atrás. ¿Por qué no han prosperado como Europa, como los Estados Unidos, como Japón o Australia?
«Si han prosperado las regiones más frías es, quizás, porque el hombre ha compensado la geografía con esfuerzo e ingenio»
La respuesta de estos autores es interesante. Está lejos de ser definitiva, pero no es irrelevante. Tras un primer capítulo más colorido que iluminador, Acemoglu y Robinson revisan varias teorías que intentan explicarse las causas de las diferencias entre los países que progresan y que los autores consideran equivocadas o muy insuficientes.
Critican que la geografía se haya señalado como un elemento importante a largo plazo. Y pone como ejemplo los imperios inca y azteca, que se escaparon a la maldición de los trópicos. No tienen en cuenta que parte de ese destino geográfico está en la feracidad de la tierra, que permitía un excedente y la emergencia de una civilización. Si han prosperado, en general, las regiones más frías y cicateras es, quizás, porque el hombre ha tenido que compensar su destino geográfico creando una cultura basada en el esfuerzo y el ingenio. Es una influencia indirecta, si se quiere, pero demuestra que el lugar del desempeño humano no deja de marcar su impronta.
La cultura es el siguiente objeto de crítica. No resulta muy convincente. Creo que ningún lector de la trilogía de Thomas Sowell sobre las culturas (y su impronta en la raza, las migraciones y las conquistas) se verá impresionado por las razones de Acemoglu y Robinson. Es verdad que la respuesta a cuál o cuáles son las fuentes de la prosperidad se ha mostrado elusiva, pese a todos los esfuerzos por encontrarla. No hay más que leer a William Easterly en su libro The elusive quest for growth.
En cualquier caso, ellos tienen su respuesta. Apuntan, lo he dicho al comienzo, a las instituciones. Fracasan los países que adoptan instituciones que favorecen a unas élites extractivas. Y triunfan los que tienen lo que ellos llaman instituciones inclusivas. Lo son porque, sí, las élites extractivas ahí siguen, encaramadas al poder, pero se ven obligadas a incluir a otros sectores sociales en el sistema político, y por lo tanto en el reparto del botín. Se produce, así, un proceso de difusión del poder que ha ido paralelo a la expansión de la democracia, y a las políticas destinadas a las masas, con el Estado del Bienestar como gran estrella. Estas instituciones inclusivas logran que el Estado adquiera una legitimidad, a la que responde ofreciendo un acceso equitativo, en mayor o menor medida, a las oportunidades de progresar. Y si todos tienen la posibilidad de progresar, la sociedad lo hace en su conjunto.
«Nadie ha inventado el dinero; lo más que ha podido hacer el poder es manipularlo. Pero surge naturalmente del mercado»
Los autores tienen una idea un poco restrictiva de lo que son las instituciones. Surgen, unas u otras, mejores o peores, dentro del proceso político. Pero antes del triunfo casi absoluto del positivismo jurídico, el derecho surgía más de un proceso social que de una directriz política. La moral, que también es muy relevante, lo mismo. Nadie ha inventado el dinero; lo más que ha podido hacer el poder es manipularlo. Pero surge naturalmente del mercado. Lo mismo ocurre con las ciudades. Pero estas instituciones no tienen tanta importancia en el cuento de Por qué fracasan los países.
En El pasillo estrecho, que publicaron posteriormente los mismos autores, explican que las sociedades han estado aherrojadas por dos situaciones: un Leviatán despótico que impide el desarrollo, y un Leviatán ausente, en el que el Estado, encerrado en una «jaula de normas», no tiene el poder suficiente como para ordenar sabiamente a la sociedad. Entre estas dos situaciones hay un estrecho pasillo, dicen, en el que hay un Leviatán encadenado, que es el que da lugar a las instituciones inclusivas.
Es decir, que ven al Estado como un agente sabio, y bueno, pero que puede caer en el exceso por las tentaciones de un poder excesivo; pero si se mantiene como Frodo, y evita ponerse el anillo, el bien acabará triunfando. Como dice Deidre McCloskey, que tiene muchos más méritos para ser galardonada con el Nobel, Acemoglu tiene una visión idealizada del Estado, que es el nombre de gala del poder. Y como sugiere la economista e historiadora, el Nobel de Economía es ese premio que otro año más no le han dado a Israel Kirzner.
Creo que el proceso de difusión del poder se entiende mejor en el libro de Douglass North Violence and social orders, que está en la bibliografía, o en Centuries of economic endeavor, de John Powelson, que no está. Y, sin embargo… algo de cierto hay en lo que dicen los nuevos Nobel.
Es cierto que hay un riesgo para el conjunto cuando hay una minoría que acapara el poder y la riqueza. Y si no queremos que ésta acabe en manos de unos pocos, es necesario que el poder quede repartido, distribuido, en instituciones separadas y en competencia. Lo que nos trae, de nuevo, a la España de Pedro Sánchez. Una España en la que él y sus apoyos políticos parasitan a los españoles por medio del Estado, y nos dejan unas instituciones disfuncionales, y que nos alejan de un progreso del que, de todos modos, ya ni nos acordamos.