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¿Por qué esta imagen ganó el Pulitzer?

“Ayúdeme padrecito”…. Y dígale a mi mamá cómo morí"

 

Esta conmovedora historia que desafía toda indiferencia, ocurrió hace 60 años. Dos hechos bélicos estremecieron a Venezuela. Se conocen como el “Carupanazo” y el “Porteñazo”, insurrecciones que involucraron a grupos de civiles y militares alzados contra el gobierno de Rómulo Betancourt en Venezuela. Se trataba del primer período democrático que conoció el país, instalado luego de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez la cual se extendió por diez años y fue derrocada en 1958.

El Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) estuvieron involucrados en estas asonadas cívico-militares que tuvieron lugar en mayo y junio de 1962,  cuyo propósito era derrocar al primer presidente legítimo de la democracia (1959- 1964)

«El Porteñazo» –en la ciudad de Puerto Cabello, estado Carabobo, al centro de Venezuela- revistió gran envergadura y aconteció en junio de 1962. A diferencia del «Carupanazo» -Carúpano, estado Sucre en el oriente del país-  «El Porteñazo» representó una conspiración cívico-militar de mucho mayor magnitud, tanto por las fuerzas involucradas, por lo intenso de la lucha y por el terrible saldo de heridos y muertos.

En 1963 se otorgó el Premio Pulitzer de Fotografía, el más alto galardón de este tipo en los Estados Unidos y uno de los más prestigiosos a nivel mundial, a la fotografía tomada por Héctor Rondón Lovera, del Diario La República, la cual mostraba a un párroco, el capellán Luis María Padilla, acudiendo al medio de la calle a socorrer a un soldado herido en los momentos cruciales del tiroteo, a quien sostiene en sus brazos para tratar de ayudarlo.

La foto del padre Padilla auxiliando al Cabo Segundo Andrés de Jesús Quero, plaza del Batallón Piar, fue tomada en el crucero de La Alcantarilla el día domingo del 3 de junio, en lugar donde se desarrolló lo más enconado del combate, cuando el sacerdote se abrió camino entre los proyectiles de los francotiradores para lograr imponer la extremaunción a los combatientes que se encontraban derribados en medio de la batalla.

Un reportaje-tesis, presentado en 2009 por el investigador Juan Carlos Solórzano, recoge las impresiones de Freddy Martínez Rey, jefe de fotógrafos del diario La República en 1962:

“Durante el combate –anota Solórzano- Héctor Rondón se repliega en el umbral de una sastrería desde donde logra un registro fotográfico extraordinario. Por media hora, el fuego era cerrado allí en La Alcantarilla. Los insurrectos no se veían, disparaban hasta granadas. Los tanques se fueron finalmente, dejando a los muertos. Entonces fue cuando venía un cura por la acera derecha.

“El cura frente a nosotros se puso a revisar los heridos. Uno en el medio de la calle levantó la cabeza. El cura trató de socorrer a otro. Lo levantó. Trató de cargarlo. Yo tomé la foto”.

Cuando Freddy Martínez Rey recibió la imagen en la redacción, quedó pasmado. No tuvo duda de que aquella era la foto del siglo. El 4 de junio de 1962, dos periódicos pusieron en su primera plana la imagen de un cura sosteniendo un soldado que está de rodillas.

Últimas Noticias usó la de José Luis Blasco; y La República, la de Rondón, que es ligeramente distinta. Pero ambas muestran al sacerdote Luis María Padilla, capellán de la base naval de Puerto Cabello y párroco de Borburata, parado en medio del área de refriega, como tratando de ayudar a levantar a un joven uniformado, de cuya hay identidad hay, al menos, dos versiones: unos dicen que se trata del subteniente Luis Antonio Rivera Sanoja del Batallón Carabobo; y otros  mientras que otros aseguran que es el cabo primero Andrés de Jesús Garcés, de la Primera Compañía de Fusileros del Batallón Piar No.31

Una semana después la revista Élite publicaría la siguiente nota: “El valiente sacerdote no conserva, frente a los redactores, en su modesta casa de Borburata, el mismo arrojo que demostró en las líneas de fuego. No quiere hablar de los sucesos, por demás penosos para él. Todavía bajo la impresión de la muerte rondando en torno a los hombres, recuerda que cuando intentó auxiliar a un herido (el que aparece en la foto que publicaron todos los periódicos del mundo), al tomarlo por los brazos, le dijo con un grito doloroso: ‘Por ahí no’. Era que estaba ametrallado en el costado. No pudo alcanzar una ambulancia y el soldado murió en sus brazos”.

«Otro soldado, -seguimos citando a Élite, de junio de 1962-, que parecía herido, le confió, cuando trató de ayudarlo: ‘No estoy herido, padre, pero no me puedo parar porque me van a matar’. La metralla silbaba sobre sus cabezas; y el sacerdote le dijo: ‘Está bien, no te muevas’. Al rato lo colocó en una ambulancia junto con los heridos y muertos. Una vida más era salvada.

En el frente de operaciones, en los hospitales, en la línea de fuego, la presencia del padre Padilla se hizo familiar. Durante la batalla no tuvo sino una preocupación personal: los cigarrillos. Había agotado sus tres cajas de reserva, y durante los escasos momentos de inactividad o de suprema tensión nerviosa, el deseo de fumar le era tan apremiante como el deseo de prestar sus servicios.

Efectivamente, en las fotografías que acompañan esta nota, aparece el cura Padilla, carabobeño, capitán de la Base Naval de Puerto Cabello desde hacía 14 años, y poseedor del rango de capitán de corbeta asimilado, echando el humo parejo.

En 2005, con motivo del 50 aniversario de la Fundación Word Press Photo, el correo nacional holandés emitió una edición especial de estampillas mostrando las fotos que han obtenido el premio a Mejor Foto del Año, incluida, naturalmente, la del cura (y desde 1960 Juez Sinodal y Monseñor, también tío del Obispo de Caracas -desde 2012-, Mons. Tulio Ramírez Padilla) y el soldado”.

El escritor y poeta Juan Camarasa Brufal dedica una poesía al suceso de Puerto Cabello, donde incluye unos versos que mencionan este hecho:

En medio de tu dolor, un ángel te mandó Dios,

que sin miedo ni pavor, era solo…, y el herido dos

Sus alas fueron dos brazos levantando los heridos;

las balas respetaban sus pasos, al oír los tristes gemidos

Eres tú, capellán Padilla, un ángel de paz y amor;

que germine esta semilla, y no habrá tanto dolor.

“Ayúdeme padrecito”…. “Procuraba echármelo al hombro. De pronto, llegó una ráfaga de ametralladora que hizo blanco en él, me paré y dándole la absolución expiró. Otro herido me dijo al tocarlo: ‘dígale a mi mamá cómo morí’… sobre todos di la absolución…”(Extracto del testimonio de Monseñor Luis María Padilla al Consejo de Guerra). Así relató el momento de la célebre fotografía, la cual fue distribuida por la Associated Press y salió en muchas revistas de todo el mundo, entre otras, en la portada de la revista Life en español.

Mons. Padilla ejerció la función de párroco de Borburata hasta 1979, fue asimilado con el grado de Capitán de Corbeta. A los 83 años de vida y 57 años como Sacerdote, encontrándose en la ciudad de Orlando, estado de Florida (EE.UU), fue llamado a la Casa del Padre Eterno en 1985.

Eran tiempos en que la democracia recién comenzaba y enfrentaba la insurrección de sectores de izquierda radical, vinculados al comunismo internacional, apoyados por el régimen de Fidel Castro en Cuba. El presidente Betancourt hubo de enfrentar, no sólo esas dos, sino varias intentonas contra su gobierno -incluyendo atentados contra su vida- las cuales sofocó con éxito.

Como suele ocurrir, diferentes historias corrieron sobre tal acontecimiento que enlutó a Venezuela ante este  acto bélico injusto e innecesario.

Muchos acomodaron lo que pasó de acuerdo a intereses políticos y personales. Pero quedó para la historia la gráfica de este sacerdote, desafiando las balas, que sale en auxilio del soldado herido en plena calle. Milagrosamente ileso, entre fuego cruzado, atestigua el acompañamiento misericordioso y profético de lglesia católica en los más difíciles momentos de la historia de este país.-

Macky Arenas – Aleteia Venezuela – publicado el 10/05/19

Lo publicamos de nuevo con ocasión de la polémica desatada en las redes en torno a la foto del Padre Padilla en el Porteñazo, al cumplirse sesenta años de dicho hecho. 

 

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