Por qué fracasó la cumbre de Alaska: los entresijos de una cita improvisada
La Casa Blanca quería negociar, pero Putin envolvió a Trump con elogios y no cedió nada

Putin y Trump en la conferencia de prensa tras su reunión en Alaska –
Lo que debía ser una jornada de trabajo en Alaska dedicada a explorar los pasos necesarios para ofrecer al mundo una paz duradera se convirtió en una reunión de apenas dos horas y media en la que Vladímir Putin se limitó a aleccionar a Donald Trump con lecciones de historia rusa, a halagarlo profusamente y a bloquear de manera sistemática cualquier avance hacia un alto el fuego que pudiera salvar vidas civiles en Ucrania.
Trump había aceptado que lo acompañaran en el encuentro de la base de Elmendorf, en Anchorage, sus principales custodios de la política exterior: el asesor y enviado Witkoff y, sobre todo, el jefe de la delegación diplomática, Marco Rubio. Fueron ellos quienes advirtieron pronto que allí no había nada que rascar y optaron por dar por concluida la jornada sin nada que anunciar.
Momentos antes, Trump sí se vio a solas con Putin en su propia limusina, un gesto llamativo. El coche oficial del líder ruso había viajado desde Moscú y esperaba en el hangar, pero el presidente estadounidense lo invitó a subir a ‘la Bestia’. El Servicio Secreto desaconseja introducir en ese vehículo a mandatarios de potencias adversarias, y menos aún a un exagente del KGB como Putin.
Lo que se habló allí queda entre ambos. Lo cierto es que, al llegar, Trump desplegó la alfombra roja, lo aplaudió brevemente y sonrió para las cámaras. El contraste con la fría recepción que tuvo Volodímir Zelenski en la Casa Blanca no podía ser más evidente.
La Casa Blanca llegó preparada para una reunión seria, con la expectativa de avances concretos. El Kremlin, en cambio, acudió con un guion diseñado expresamente para halagar a Trump y esquivar cualquier concesión real que acercara la paz en Ucrania.
Putin se dedicó a halagarlo durante la reunión, y Trump lo recordaba después, feliz, ante las cámaras de Fox. «Vladímir me dijo hace un momento: ‘Nunca he visto a nadie hacer tanto en tan poco tiempo. Tu país está que arde, y hace un año parecía muerto’»», relató.
Luego añadió otra anécdota: «Putin me dijo algo muy interesante sobre nuestras elecciones. Dijo que estaban amañadas por el voto por correo. Me dijo que ningún país serio lo permite, que es imposible tener elecciones limpias con ese sistema. Y me lo dijo porque hablamos de 2020. Me dijo: «Tú ganaste esas elecciones por muchísimo»». Música rusa para los oídos del presidente.
Confusión tras el encuentro
Al término de la reunión, confusión. Siempre, cuando Trump convoca a alguien en suelo americano, él toma la palabra y presenta al invitado para que responda. En este caso, Putin hizo de anfitrión, habló primero, se dijo feliz, hasta habló en inglés —«next time in Moscow»— y anunció un acuerdo que no existía: el acuerdo consigo mismo para anexionarse lo que ya ha invadido por la fuerza.
Trump parecía haber perdido algo de su brío, de su vigor habitual, tras el larguísimo viaje desde Washington y las horas de charla. En esa ocasión, él fue el comedido, el discreto, puso de relieve lo obvio: «Bueno, no habrá acuerdo hasta que lo haya».
La ausencia del secretario de Estado, Marco Rubio, y la salida fugaz del asesor Witkoff de la sala dejaron en evidencia que no habría ningún anuncio. Tan breve fue el paso de la reunión a la comparecencia que resultó obvio que no se había consensuado acuerdo alguno. Todo transmitía la sensación de improvisación.
La prensa en la sala estaba entre confundida y atónita. ¿Dónde estaba el Trump que captura las preguntas al vuelo, que responde a todo, que no tiene filtros? Hablaron cada uno unos minutos, se dieron la mano y pusieron rumbo al avión.
Sus asesores parecían cabizbajos. En redes sociales, sus portavoces destacaban solo lo simbólico: que hizo sobrevolar un B-52 sobre la cabeza de Putin al darle la mano, que le apuntó con el dedo en una imagen inmortalizada en una instantánea, que mide algunos centímetros más que el ruso, lo que fuera.
Los varios medios trumpistas no supieron qué decir en unos momentos que parecían angustiosos para ellos. Hasta al dar una entrevista a su amigo Sean Hannity en la Fox, el presidente le dijo, abiertamente, que no debería haberse sentado para ella, que se arrepentía.
Sólo en el vuelo de regreso quedó claro que Putin no se había movido un dedo. Desde el Air Force One, Trump llamó a Europa y le dijo a Zelenski y a sus socios que no habría alto el fuego, que lo mejor era avanzar hacia un acuerdo final, que Putin quiere todas las zonas invadidas en el Donetsk a cambio de no seguir avanzando. Algo que era ya patente: al fin y al cabo, la suya es la potencia invasora.
En suma, esa cumbre malograda no solo sirvió para rehabilitar a Putin en la escena internacional. También le permitió que Trump se hiciera eco de todas sus exigencias, como si fuera más un mensajero ante Europa que el líder de la primera potencia que hasta hace unos días exigía el final de la carnicería de la guerra y un cese de hostilidades rápido para poder hallar esa paz tan anhelada.