Por qué la revolución en curso en Venezuela es justa y por qué Maduro debe partir sin tardar
BHL llama a elecciones libres y transparentes que legitimarían al presidente autoproclamado Guaidó ― y a la partida, sin dilación ni condición, de Maduro.
“¡Juro!” (1), dijo, el 23 de enero, un hombre joven de 35 años, presidente del Parlamento de su país, Juan Guaidó.
“¡Juro! (2), lanzó él a la muchedumbre, como un desafío magnífico al régimen de Nicolás Maduro, el Ubú presidente, en funciones desde la muerte de Chávez.
“Yo lo juro”, él repitió, con una audacia insensata y con todo eficaz, puesto que la casi totalidad de los países de la región, veinte miembros de la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá lo reconocieron inmediatamente.
Claro está, este golpe de efecto no merecería ni estima ni apoyo si fuera un episodio en la larga tradición de los pronunciamientos que han tenido que soportar, del Río Grande al Cabo de Hornos, los pueblos de eso que Carlos Fuentes denominaba “la región más transparente” (3).
Por supuesto, uno ha visto demasiadas veces a caudillos recogiendo su corona en los escombros de su país y confundiendo certificado de tribuno y aquiescencia constitucional para dar crédito ciegamente a un hombre que se irguió en la calle sin otra unción que el bautismo recibido de las muchedumbres de Caracas.
Y además habrá que velar porque no se desarrolle con él no se sabe cuál culto de la personalidad que transformaría la bella revolución popular en curso en un nuevo episodio de ese petrolo-cesarismo o, para hablar esta vez como Mario Vargas Llosa, de esta “fiesta del chivo” criminal que, desde hace tiempo, fabrica la miseria de ese país. Salvo que Juan Guaidó, ese 23 de enero, no aceptó asumir sino “formalmente” las atribuciones del poder ejecutivo.
Él ha obrado, no según el lema de su ambición, sino conforme a una lectura fiel de la Constitución cuyos artículos 233 y 350 le confían las riendas del país en caso de impedimento del jefe del Estado.
Y de esta responsabilidad, él no asumió el trabajo temporal sino por el tiempo de organizar elecciones libres y restablecer el derecho del pueblo a disponer de sí mismo con fidelidad a los valores, principios y garantías establecidos en la ley fundamental del país.
Pues pocas dictaduras contravienen tanto como la de Nicolás Maduro estos valores, principios y garantías.
Pocos presidentes han sido tan mal elegidos como este híbrido de Pinochet y Castro que tomó la precaución, en 2018, antes de ir a las urnas, de prohibir la coalición adversa y de hacer que las mayor parte de sus principales figuras, como Antonio Ledezma o Leopoldo López, estén en prisión, en el exilio o inhabilitados.
Pocos han multiplicado hasta tal extremo operaciones de baja policía, púdicamente rebautizadas “Operaciones de liberación humanista del pueblo”, que Amnesty International no acaba de enumerar los casos de arrestos arbitrarios, desapariciones, violaciones sanguinarias de los derechos humanos.
¿Y qué valen en realidad estos derechos humanos cuando, según la encuesta Encovi realizada por un consorcio de universidades, 87% de los hogares vive por debajo del umbral de pobreza, cuando los venezolanos han perdido, en promedio, 11 kilos de peso desde 2017, cuándo los indicadores de salud y de mortalidad alcanzan niveles que uno no ve, de ordinario, sino en los países en guerra? No me referiré aquí al eterno debate entre legalidad y legitimidad. Pero uno debe de todos modos preguntarse con qué derecho persevera un régimen hasta tal extremo prevaricador y glotón que no ha sabido sino fomentar una inflación de diez cifras, hambreando a los barrios y los campos.
Uno no puede no interrogarse acerca de lo que queda de un bolivarismo que no ha logrado, con su petróleo, sino crear soviets sin electricidad, es decir, un pueblo privado no solamente de libertad, sino de agua, leche, huevos y carne.
¿Y no hay, en esta larga carrera hacia el abismo, la sangre y la mentira que habrá sido el chavismo, un momento en que es preciso tener el coraje de decir que un gobierno que ha arrojado 2, 3, quizá 5 millones de sus habitantes a las carreteras del exilio no es ni legítimo ni legal?
A partir de ahí, una de dos.
Se puede resucitar los fantasmas de Monroe, de la United Fruit Company, de los Chicago Boys y de la Operación Cóndor.
Se puede, como un tal ícono de la izquierda francesa, expresar su aprieto al ver a Trump regresar, con sus grandes zuecos, a un patio trasero americano donde sus predecesores, muy a menudo, han carecido de discernimiento y de moral.
Se puede, como Jean-Luc Mélenchon y la nueva Internationale corbynista, ver en el “¡Juro!” de Guaidó el fruto de una conjura y no querer comprender: 1. Que los conjurados son, en esta circunstancia, los millones de venezolanos hambreados, magullados y heridos; 2. Que, intervencionismo por intervencionismo, el intervencionismo más criminal y más imperialista está, hoy, menos del lado de los Estados Unidos que de la China que financia al régimen asesino, de la Rusia que lo protege y de la Cuba que patrulla en la capital.
Pero Venezuela, en verdad, no puede esperar más.
Y es por esto que no hay otra salida, en el momento en que escribo, que llamar, como Emmanuel Macron y sus colegas europeos, a elecciones libres y transparentes ―y antes que todo, desde luego, a la partida, sin dilación ni condición, del caudillo Maduro.
Uno recuerda esas imágenes de él, en el país de Erdogan, degustando un bisté en el restaurante de carne más caro del mundo.
Él imitaba, sin saberlo, a ese “patriarca” en su “otoño”, festejando en su palacio, salvaje y sanguíneo, casi loco, inmortalizado por otro escritor otra vez, Gabriel García Márquez.
Bueno, una vez más, el rey está desnudo.
Perdido en su infierno, no tiene razón ni partidarios.
No le quedan más que su sable y su pobre miedo de perder el poder de torturar a su pueblo. (4).
Y es por esto, sí, que él debe irse.
- En español en el texto original en francés.
- En español en el texto original en francés.
- “La plus limpide région” en el texto original en francés.
- La negrilla es del traductor.
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(*) Bernard Henri-Lévy. (Beni-Saf, Argelia, 1948). Filósofo y escritor francés. Antiguo alumno de la Escuela Normal Superior de París, catedrático de filosofía, escritor, fundador y director de la revista La Règle du Jeu, editorialista de la revista Le Point, así como de diversas publicaciones europeas y americanas donde él analiza, cada semana, la actualidad política, artística y cultural, Bernard Henri-Lévy, o BHL, ha obtenido el premio Médicis por Le Diable en tête (El Diablo en mente) y el premio Interallié por su novela Les Derniers Jours de Charles Baudelaire (Los últimos días de Charles Baudelaire). Él mantiene la tradición de los intelectuales comprometidos en la acción y en las ideas, tales como André Malraux, Jean-Paul Sartre y Albert Camus.