Otros temas

Por qué Occidente cree que conoce a Putin y se equivoca

Mark Galeotti descubre al hombre detrás del mito basándose en explosivos relatos inéditos para ofrecer una mirada sin precedentes del líder ruso

El golpe asestado por Prigozhin utilizando como punta de lanza al grupo Wagner es para muchos una muestra de la debilidad de Putin. Los atisbos de guerra civil demuestran que el líder no es capaz de poner orden en su propia casa, mientras que para otros la idea básica es quedar mirando los hechos expectantes, mientras se aplica por evolución natural la premisa del «divide y vencerás». El mismo autor de estas palabras, Julio César, también decía: «En la guerra, los eventos de importancia son el resultado de causas triviales», y esto puede despertarnos de la verdadera percepción sobre un hombre, al fin y al cabo «lo que deseamos, lo creemos fácilmente, y lo que pensamos, imaginamos que otros lo piensan».

Así el reputado autor Mark Galeotti, historiador especializado en Rusia, se ha dedicado en su libro ‘Tenemos que hablar de Putin’ a desmontar la imagen de un hombre y a darnos una visión sin precedentes del líder ruso, poniendo en cuestión todo lo que creíamos saber de él y para ello se ha basado en relatos de fuentes cercanas al presidente. Y la razón que lo impulsa a ello es que Putin «se ha convertido en un símbolo planetario-positivo o negativo- que cada cual define a su gusto, como esas manchas de tinta de Rorschach, que usan los psicólogos».

El propio Putin en su autobiografía comentaba sobre su infancia que en el lugar donde vivía «había hordas de ratas en la entrada principal. Mis amigos y yo solíamos perseguirlos con palos. Una vez vi una rata enorme y la perseguí por el pasillo hasta que la llevé a una esquina. No tenía a dónde correr. Cuando se vio acorralada se arrojó sobre mí. Estaba sorprendido y asustado. Ahora la rata me perseguía. Salté por el rellano y bajé las escaleras. Por suerte, fui un poco más rápido y logré cerrar la puerta de un portazo», relata.

Siguiendo esta anécdota, el analista Andreas Kluth escribía en un artículo en Bloomberg que el presidente ruso es «la rata más famosa del mundo» y que él mismo usa esta analogía como amenaza velada: «Yo soy esa rata, excepto que tengo garras nucleares. Así que, no me acorralen». Dicho lo cual, las preguntas sobre este hombre que más de una vez ha aparecido a pecho descubierto y que Galeotti pone sobre la mesa son ¿Quién es el verdadero Putin?, ¿qué quiere?, y sobre todo ¿qué hará a continuación?

Un judoca, no un jugador de ajedrez

El historiador arranca su historia bajo la lujosa cúpula acristalada del ‘White Rabbit’ de Moscú donde se reúne con un antiguo funcionario de la Administración presidencial, que a base de ingentes cantidades de alcohol le confiesa «leo lo que publican los periódicos, lo que dicen los políticos y escriben los expertos. No sé de donde sacan todo eso, pero no me extraña que hayamos acabado metidos en este berenjenal». Muchos dicen que para entender a Putin basta con entender su formación en el KGB, pero «si fuera tan simple, por qué seguimos equivocándonos».

Mike Rogers, presidente de la Comisión de Inteligencia del Congreso en tiempos de Barack Obama, comentaba que «Putin juega al ajedrez y tengo la impresión de que nosotros estamos jugando a las canicas». Galeotti desmonta este hecho diciendo que Putin no es un gran cerebro maquiavélico a la manera de un villano arquetípico de ‘James Bond’. «Buena parte de su aventurismo internacional es un bluf, al estilo de un animal que al topar con un predador hincha el cuerpo o eriza el pelaje para parecer más intimidante», el problema es que no miramos debajo del pelo erizado.

 

Putin en un combate de judo. REUTERS

 

Sin embargo el líder ruso es un judoca, no un jugador de ajedrez. En el ajedrez hay unas reglas estrictas, Putin sigue ese estilo. Establece que «un judoca se habrá preparado para anticipar los movimientos habituales de un rival…, pero buena parte de la técnica consiste en usar la fuerza del oponente en su contra y aprovechar la oportunidad cuando se le presenta. Como resultado, a menudo, resulta impredecible, como también lo es el Estado ruso; incluso actuando de manera contradictoria. Pero muchos de sus éxitos aparentes se acaban convirtiendo a la larga en un lastre por la ausencia de un atento análisis previo». Mientras, se dedica a acosarnos moviéndose en círculos por el tatami. Pero se mantiene al acecho, a la espera de que cometamos un error que le brinde una oportunidad aparentemente favorable.

Por tanto, el autor sostiene que Putin es un oportunista que saca partido del hecho de que si bien sabe que Occidente es más poderoso que Rusia, también es una constelación de democracias díscolas. En una entrevista a ABC Galeotti llegó a señalar: «Putin ha identificado que nosotros en Occidente somos el eslabón débil. Si perdemos el interés en Ucrania, la voluntad de seguir prestando apoyo financiero, humanitario y militar, entonces será mucho más difícil para los ucranianos continuar su lucha. Putin espera poder durar más que nosotros».

Mientras los organismos gubernamentales rusos se solapan y compiten entre ellos, algunos favoritos prosperan, otros caen en desgracia. «Putin el zar judoca domina un ejército de judocas menores, con ínfulas de oligarcas, todos al acecho de una oportunidad de destacar», sentencia. No estamos ante un gran tiburón blanco, sino ante un cardumen de pirañas que se mueven en muchas direcciones a la vez, individualmente, y algunas conseguirán mordernos la espalda. La idea de Putin es la que practicaba Zuckerberg con Facebook «moverse rápido y romper cosas».

Putin, un espía distinto al que creíamos

Desde joven Putin admiraba al KGB. Y siendo un adolescente se presentó en la infame sede del cuartel general regional, donde en el pasado se reunía la policía secreta de Stalin. Uno de sus agentes que se encargó de despacharlo, no sin antes sugerirle que se matriculase en derecho para hacer carrera en el KGB, cosa que hizo durante 17 años.

Este historial le valió que la idea general, fuese la que trasmitía personas como el senador McCain, que dijo tras un encuentro con Putin que vio tres cosas en los ojos de Putin «una K, una G y una B». La realidad es que inicialmente estuvo destinado a tareas de espionaje, pero después fue trasladado a la Alemania Oriental, donde cotejaba información, redactaba informes, y según Galeotti se atiborraba de cerveza alemana.

No fue un espía brillante, sino mediocre, y marcado en palabras del historiador por «un quiero, pero no puedo». Su experiencia procede de los últimos años de un KGB, cuyo motor era el corrupto interés personal. Y esa admiración por esta institución es lo que le hace depender política y psicológicamente de sus espías del FSB (la nueva KGB). Con departamentos que se canibalizan entre sí que saben como confesó un exespía a Galeotti «no se llevan malas noticias a la mesa del zar».

El historiador lo compara con un rey Lear que ha dividido su reino entre hijas que lo halagan. En su más reciente libro ‘Las guerras de Putin’, Galeotti destaca este problema y apunta que «su intento de apoderarse de Ucrania se basó en el tipo de táctica que adoptaría un espía, más que un general».

Putin no quiere resucitar la URSS, ni el zarismo

Galeotti critica que se cite constantemente la frase de Putin: «el desmoronamiento de la Unión soviética fue la peor catástrofe geopolítica del siglo», pero a su vez también dijo «quienes no lamentan la caída de la Unión soviética no tienen corazón, pero quienes quieren restaurarla no tiene cerebro». Para el escritor Putin es sin duda un ‘Homo sovieticus’, al que le duele la pérdida de la condición de superpotencia de su país, pero no para realizar un mero ejercicio de arqueología política. Más bien lo que pretende es la creación de algo nuevo.

 

 

La historia de Rusia, comenta el autor, está salpicada de cadáveres de héroes e imperios difuntos, y Putin a la manera del doctor Frankenstein quiere crear algo nuevo a partir de los fragmentos sueltos de esos restos, algo que sea relevante para el mundo. Pero, entretanto mantiene una preocupación paranoica por la inseguridad del país.»En nombre de esta política defensiva tiene una táctica agresiva, pero esta no representa un renacimiento soviético, ni zarista. Es un grito desesperado de rabia por negar la historia». Y querer más, semejante a lo que tiene EE.UU.

El dinero es un medio, pero no su fin

Galeotti se pregunta algo que otros muchos también se han planteado, ¿Putin es uno de los hombres más ricos del mundo? Un inspector fiscal que trabajó en el servicio federal de control financiero de la Federación Rusa, tras una carcajada por la pregunta, le dijo: «usted no se entera, no estamos en los años noventa. Putin no va en busca de dinero, el dinero le busca a él. Nada en un mar de dinero».

Y es que cuando algunos ciudadanos decían a la prensa que el levantamiento de Prigozhin contra Putin parecía más un enfrentamiento entre mafias no iban desencaminados. Putin salió en ‘los papeles de Panamá’ y muchos hombres multimillonarios ascendieron a puestos de poder bajo su mandato. Es decir, Galeotti lo resume en que el Kremlin no paga a su gente, simplemente les brinda oportunidades de sacar partido. En lugar de ofrecer maletas llenas de dinero, invierten en proyectos y cuidan de sus amigos.

No en vano, citando a Maquiavelo «con oro no conseguirás tener buenos soldados, pero unos buenos soldados siempre te conseguirán oro». Así, el poder permite conseguir dinero, «por eso no deberíamos dar por sentado que actuar contra el dinero de Putin es un arma mágica. Porque si pierde acceso a sus fondos en el extranjero, mayores motivos tendrá para aferrarse al poder en su país», apunta Galeotti. Y matiza que Putin representa muchos papeles distintos para públicos diferentes mientras le sea útil, pero quitando su búsqueda de seguridad, respeto y poder, todo es actuación.

No es un aventurero

Los alardes de Putin son una coreografía bien ensayada, porque en palabras de Galeotti. «Ser guardaespaldas de Putin te puede solucionar la vida». Sus empleados más cercanos han terminado ocupando influyentes puestos en la Guardia Real, con una cartera de propiedades millonarias o siendo gobernadores en regiones clave. Y eso se debe-según a Galeotti- a los malabares que deben hacer para satisfacer la afición del jefe a actuaciones testosterónicas, como tranquilizar a un tigre siberiano, unirse a un grupo de moteros y otras ocurrencias. Escenarios que no están expuestos a ningún riesgo real.

 

 

Es el mismo carácter que quiere dar a creer a todos cuando creen que está atento a los detalles, y es meticuloso, cuando la realidad es que deja estos asuntos en manos de otros. «Putin pide claridad, alternativas seguras y éxitos garantizadosy cuando le falta eso, el hombre macho, dispuesto a lanzar amenazas mafiosas, ese hombre tiene una reacción característica: se esconde» establece el autor.

Comenta que en reiteradas ocasiones Putin ha escurrido el bulto ante una decisión difícil, escabulléndose mientras le carcomían las dudas, esperando que al final no tenga que hacer nada. Y añade que sus bravatas están cuidadosamente meditadas, porque ha llegado a la conclusión que a los países occidentales les incomodan los enfrentamientos. Y confía en que al final propondrán un trato, antes que realmente plantarle cara.

Los enemigos de Putin no siempre mueren

Tras lo ocurrido con Prigozhin a muchos ha sorprendido que el presidente ruso perdonase a los principales instigadores del levantamiento. El mundo se pregunta si realmente las cosas quedarán así, ya que la lista de traidores de Putin que han terminado muriendo han sido enumeradas en multitud de ocasiones por los medios. Putin declaraba ante un periodista su personal distinción: «con los enemigos te enfrentas cara a cara, los combates, después alcanzas un armisticio y todo queda claro. Sin embargo, a un traidor hay que destruirlo, aplastarlo«. Y como desvelaba el periódico británico ‘The Telegraph’ las agencias de inteligencia rusas amenazaron con dañar a las familias de los líderes del grupo mercenario Wagner, mientras el grupo marchaba sobre Moscú.

Putin es popular, y no lo es

Bajo esta idea Galeotti afirma «Putin no quiere matar a nadie, a menos que uno le obligue a hacerlo». El funcionario con el que comenzaba Galeotti su cena en el White Rabbit de Moscú, apostilla a sus comentarios sobre Putin «Es verdad que el líder ruso es la rata grande, pero siempre hay otra oculta en la oscuridad».

Por todos estos actos el escritor también afirma que el líder ruso es popular, y no lo es. Lo asemeja a un síndrome de Estocolmo en muchos casos, pero eso no significa que los ciudadanos quieran o no vayan apoyarle para siempre, especialmente si se hace cada vez más evidente que como afirma Galeotti: «Putin no puede con todo».

 

Botón volver arriba