¿Por qué Putin no quiere la paz?
Putin ha logrado debilitar a Europa y EEUU, ha enemistado a EEUU con Europa, ha socavado la unidad de la OTAN y, desde el punto de vista de Xi Jinping, es un tonto útil para las pretensiones de China.

Cuando en su campaña electoral Donald Trump prometía que él iba a solucionar la guerra de Ucrania en un par de días, probablemente lo creía. Esa frase cabe en su mentalidad de hombre de negocios. Seguramente Trump suponía que los gobernantes son seres racionales, entendiendo por racionalidad lo que por ello él entiende, a saber, que la política es una actividad subordinada a intereses y que esos intereses son principalmente económicos. Visto así, Trump se sigue considerando a sí mismo como un emisario de la paz.
Los errores de Trump
De acuerdo al paradigma trumpiano, si se reconocen los intereses económicos, las naciones pueden negociar y por lo tanto siempre es posible llegar a acuerdos sin necesidad de matarse entre sí. De este modo, según Trump, gracias a su fuerza mediadora, Putin y Zelenski podrían llegar a un denominador común.
Parece tal vez absurdo decirlo, pero puede ser en parte cierto: Trump es una especie de romántico de la economía. Cree, como una vez creyó Montesquieu, que practicando «el dulce comercio» las naciones pueden eliminar las guerras (frase de la que se burlaba Marx cuando escribía acerca de las masacres cometidas por los países europeos en sus colonias de ultramar). No obstante, en el breve tiempo en el que Trump viene oficiando como mediador entre Rusia y Ucrania ha quedado demostrado que en esa apreciación radicalmente economicista, Trump se equivoca por lo menos en cinco puntos:
- La guerra a Ucrania —si tenemos en cuenta las enormes pérdidas experimentadas por Rusia, tanto en capital monetario como en capital humano— no se rige principalmente por intereses económicos.
- Esta guerra tiene lugar en un territorio pero no es una guerra territorial en el exacto sentido del término.
- La guerra no tiene como causa principal la ampliación de la OTAN como arguyen los putinistas «de izquierda».
- La práctica de Putin no se deja dominar por una lógica racional sino más bien por creencias míticas. La grandeza histórica de la Rusia Imperial, por ejemplo.
- Tanto Putin como Zelenski ya no representan solo a sus naciones, sino a conjuntos de naciones, unas consideradas por sus líderes como antioccidentales (casi todas dictaduras del mundo), y las otras como democráticas.
Le guste o no a Trump, Biden dio en el clavo cuando dijo que la contradicción fundamental de nuestro tiempo era la que se daba entre dictadura y democracia.
La economía no es la madre de todas las cosas
Cuando afirmamos que la guerra no se deja regir por intereses económicos, decimos una media verdad. Siempre existen intereses económicos y siempre vamos a encontrarlos. Lo que aquí se afirma es que la determinación económica es solo una entre varias, y no siempre la más decisiva.
Si solo la economía fuera determinante, Putin nunca habría puesto en juego los lazos que unían a Rusia con Europa, principalmente a través de la exportación de gas y petróleo. Pensando precisamente con esa lógica, que no era la de Putin, gobernantes europeos como Schröder, Merkel y Macron estuvieron a punto de hipotecar la economía de sus países a la Rusia de Putin. Sin exagerar podríamos decir que la economía rusa vivía de Europa. No obstante, Putin pensaba lo contrario. Imaginó, quizás en un momento de delirio, que la economía de Europa vivía de la rusa y que cerrando las llaves del gas y petróleo Europa se hundiría en la ruina. No fue así.
Alguna vez todos aquellos que hablan con desprecio de la capacidad de Europa para defenderse a sí misma, deberán aceptar que gran parte de sus países, e irónicamente gracias al propio Putin, logró emanciparse de las exportaciones rusas, al precio, claro está, de una inflación (ya controlada) que no llegó a transformarse, como esperaba Putin, en una crisis estructural.
Todo lo contrario. Putin aceleró en Europa, sobre todo en Alemania, un proceso en marcha: la sustitución de la energía fósil por la energía solar y eólica, sobre todo en rubros tan importantes como la producción industrial y la construcción. En cambio, las exportaciones de Rusia a China y a los países dominados por China han arrojado a Putin en los brazos políticos de la economía china. Rusia es ahora una dependencia económica de China y de las organizaciones construidas por China en su avance hasta ahora indetenible hacia la dominación mundial.
Para decirlo en los términos de los años 70, Rusia no es un imperio, solo un subimperio. Su economía, hacia 2025, da muestras de estancamiento. Tras un periodo de crecimiento impulsado por el gasto bélico en 2023 y 2024, la economía rusa se ha desacelerado drásticamente. En el primer trimestre de 2025, el PIB se contrajo un 0,6% en comparación con el trimestre anterior, la primera contracción de este tipo desde 2022. Las previsiones de crecimiento para 2025 de diversas instituciones se han revisado a la baja, oscilando entre el 0,5% y el 1,3%.
¿Territorialidad o hegemonía?
Podría pensarse que si la guerra no está determinada en primer lugar por la economía, sí está determinada por la geopolítica, y por lo tanto, lo que interesa a Putin es aumentar a la territorialidad de su nación. Si esa suposición es correcta, tendríamos que entender la guerra de Ucrania como una guerra de expansión territorial. O como hemos dicho otras veces, una guerra del siglo XlX enclavada en el corazón del siglo XXl. Esta tesis, al igual que la economicista, es cierta, pero solo hasta cierto punto.
La guerra contra Ucrania es una guerra que incluye la expansión territorial, sin lugar a dudas. El solo hecho de que en 2022 hubiera sido dirigida desde el comienzo en dirección a Kiev muestra que el propósito era anexar a toda Ucrania, integrarla en la territorialidad rusa y, si no, convertirla en una república prorrusa, al estilo de Bielorrusia y Chechenia. Pero aquí hay que diferenciar. En términos territoriales —es nuestra tesis— lo que interesaba a Putin no era hacer a Rusia más grande sino que, y esto es diferente, a Europa más pequeña.
Nótese bien: lo que buscaba Putin no era tanto una Ucrania rusa sino una Ucrania no europea. Ese proyecto está muy claro para Zelenski, quien dijo recientemente: «No entiendo por qué el líder del país más grande de la Tierra necesita unos cuantos kilómetros más […] Esta guerra no es por tierras; es por nuestra independencia».
Exactamente: lo que busca Putin es bloquear la posibilidad de una Ucrania independiente y la independencia de Ucrania solo puede ser posible integrando a Ucrania en la geografía política europea y no en la rusa. El mismo Putin lo ha demostrado así en recientes conversaciones «de paz» que ha mantenido con Trump.
La primera exigencia de Putin parece ser solo territorial. Putin quiere todo el territorio del Dombás. Trump, creyendo que esa era una exigencia razonable, se la transmitió a Zelenski. Pero, a diferencia de Trump, Zelenzki leyó «la letra chica» del contrato ofrecido por Putin. Y, luego de exigir para Rusia todos los territorios del Dombás (incluyendo los no conquistados), Putin agregaba otras condiciones imposibles de ser aceptadas por Ucrania. Entre ellas, la prohibición de que Ucrania se uniera a la OTAN, la limitación del tamaño de su ejército, la determinación rusa sobre las armas que podría poseer el Gobierno de Ucrania, así como garantías escritas de que la ampliación (en el lenguaje de Putin, expansión) de la OTAN no tendría lugar. Ni más ni menos.
En otras palabras, Putin exigía a Ucrania que renunciara a todo mecanismo de defensa en caso de nuevos ataques rusos y, lo que es peor, que la política internacional del Gobierno ucraniano no fuera determinada por Ucrania sino por Rusia. Por si fuera poco, exigía a Europa cerrar con candados las puertas de la OTAN a todos aquellos países que se sintieran amenazados por Rusia. En resumen: no solo una capitulación de la OTAN sino también una extrema limitación de la soberanía internacional de la Europa democrática. A Trump esas exigencias le parecieron racionales en tanto, con mucha torpeza, solo se concentró en el tema del Dombás.
La verdad, si fuera solo por la posesión del Dombás, hace tiempo que la guerra habría llegado a su fin. Por lo menos desde 2014 Dombás es un enclave ruso en Ucrania, esto es, desde cuando Putin concentró en esa región (cuya mayoría poblacional era prorrusa) sus efectivos militares e institucionales.
Después de la revolución proeuropea de Maidan, el separatismo ruso utilizó el Dombás como punta de lanza militar en contra del resto de Ucrania. Así, el Dombás, después de pertenecer a Ucrania, se había convertido en un problema más que en una solución para Ucrania. En cierto modo, lo mejor que podía pasar a una nueva Ucrania (tal vez esto pensaron algunos políticos ucranianos) sería deshacerse del Dombás a condición de que Rusia no lo usara como campo operativo de guerra. Pues bien, de todo eso no estaba enterado Trump.
Probablemente los círculos estratégicos norteamericanos explicaron a Trump después de su largo telefonazo con Putin que el tema no era solo el Dombás, sino que, por medio de la cesión del Dombás, lo que buscaba Putin era arrebatar la soberanía y la independencia de Ucrania e incluso clausurar el derecho a Europa de ayudar militar y económicamente a Ucrania en el periodo de posguerra. En fin, nada menos que una capitulación de Ucrania y de toda Europa frente a los ataques de Putin. Eso, evidentemente (y lo sabía Putin) no lo podían aceptar ni Ucrania ni los países que la apoyan.
La locura de Putin
Mientras Putin hablaba por teléfono con Trump, drones rusos volaban sobre Europa y la población civil ucraniana era atacada con misiles. Como si Putin estuviera explicando a Trump: «Mira, viejo, así negocio yo: con muertos».
Bajo estas condiciones, al confundido Trump no le quedó más alternativa que cancelar el encuentro planeado con Putin en la «neutral» (más bien putinista) Hungría de Orban. En síntesis: Putin no está interesado en la ocupación de Ucrania si esta ocupación no le garantiza su hegemonía política sobre ese país y su hegemonía militar sobre Europa. Zelenski tiene razón en ese punto: Putin busca clausurar la soberanía de Ucrania y la política internacional europea.
En lo que se refiere a la «expansión» de la OTAN, todo el mundo sabe que la organización aliancista, aún en contra de la opinión de algunos de sus integrantes, no ha buscado su expansión. Al contrario: la OTAN se ha limitado a admitir a naciones que voluntariamente golpean sus puertas para protegerse de amenazas que solo pueden provenir desde Rusia.
Hasta ahora no se sabe de ninguna acción militar de la OTAN en contra de Rusia o en contra de algún país aliado a Rusia. Esa es la razón por la cual diversos analistas proucranianos mantienen la opinión de que, de una vez por todas, Ucrania sea integrada en la OTAN, con todos los derechos y deberes que corresponden a cada país miembro.
Otros, sin embargo, son de la opinión de que la apertura de la OTAN a Ucrania significaría declarar la guerra a Putin y que, por lo mismo, no hay que dejarse provocar por el jerarca ruso. Además piensan que precisamente eso es lo que quiere Putin quien, en su conflagración con Europa, estaría dispuesto a desatar una tercera guerra mundial no híbrida, o en otras palabras: arrastrar consigo a China y con China a todo el «Sur Global» en contra del «maldito Occidente».
No estamos inventando nada. Putin, al no poder contra Ucrania, quiere ampliar al máximo el radio de acción de la guerra. En ese punto la gran duda es si la China de Xi Jinping estaría dispuesta a sumarse a las locuras de Putin, arriesgando las excelentes relaciones económicas que mantiene con diversas economías occidentales, sobre todo con las europeas.
Sabremos más cuando Donald Trump se reúna con Xi Jinping en Corea del Sur en la cumbre de APEC. Como adelantó Trump, en el temario de conversación, además del fentanilo quiere incluir el tema de la guerra a Ucrania y con ello aclarar la posición de China, que evidentemente no es neutral. Es lo mismo que piensa Zelenski. «Sin China, Putin no es nada», dijo sin ambages.
Por cierto, nadie piensa que Xi Jinping es un ángel de la paz ni mucho menos neutral. Hasta ahora Xi, como señala Zelenski, ha apoyado con armas a Putin. Evidentemente, Xi necesita a Putin como permanente amenaza hacia EEUU y Europa. También es verdad que Xi ha creado las condiciones para que Putin se sienta como un miembro selecto de una comunidad internacional antinorteamericana y antioccidental. (Los países que conforman el Sur Global son en más de un 90% dictaduras).
Lo mismo sucede con los BRICS, institución destinada a desbancar el dólar como moneda internacional y con ello la hegemonía simbólica de EEUU en la economía global. En fin, China ha declarado la guerra económica a EEUU y a gran parte de Occidente, guerra dentro de la cual las acciones militares de Putin, Kim Jong Un y los ayatolas, operan como fuerzas auxiliares de la razón económica.
Pues bien, en esa constelación actúa la Rusia de Putin. Pero al revés de Xi, Putin ha declarado la guerra militar a Occidente, donde lo económico jugaría un papel secundario. En esa guerra no está interesada, por el momento, China. De haberla querido, hace tiempo ya que habría invadido Taiwan.
En el ajedrez, o más bien en el xiangqi de Xi Jinping, la estrategia no apunta a una conflagración mundial. Pero tampoco a Jinping le interesa deshacerse de Putin. La razón es simple: Si hay un gran vencedor en la guerra a Ucrania, ese es China.
Putin ha logrado debilitar a Europa y a EEUU, ha enemistado a EEUU con Europa, ha socavado la unidad de la OTAN. Desde el punto de vista de Xi, Putin es un tonto útil para las pretensiones chinas. Putin puede seguir jugando ese papel mientras no se sobrepase e intente sustituir la estrategia económica china por la estrategia militar rusa. En ese escenario Xi estaria jugando un doble papel. Por un lado, mantiene y saca réditos de la tensión Rusia-Occidente. Por otro lado, frena a Putin en su propósito de hacer estallar una guerra mundial de connotaciones nucleares.
Lo que no podemos saber
¿Hasta cuándo Xi puede seguir manteniendo esa ambigüedad? ¿Jugará alguna vez Xi frente a las locuras de Putin el mismo papel que jugó Stalin frente a las locuras de Hitler? No lo sabemos. Los sucesos de cada día se cruzan unos con otros. En ellos no existe, como tratamos de explicar al comienzo de este texto, una «causa determinante». Más bien lo que vemos es una multitud de acontecimientos que generan sus propias causas y lógicas de modo intermitente.
Hay que seguir pensando el mundo de cada día. No tenemos otra posibilidad. Lo único que sabemos con seguridad en estos instantes es lo siguiente: Putin no quiere la paz. No le conviene tampoco. En guerra, él es un caudillo mundial. En paz, no pasaría de ser el presidente de un país empobrecido por guerras que él mismo ha desatado. Y, por último, hay que decirlo: Putin no quiere la paz porque él es definitivamente lo que es: un asesino a escala nacional y global.
Este artículo apareció originalmente en el blog Polis. Se reproduce con autorización del autor.
