Por qué un gobierno de unidad es obligatorio en Ecuador
La unidad no puede ser esta vez una invitación retórica: es una necesidad ante una situación inédita en Ecuador
Guillermo Lasso ratificó la noche del 13 de abril, en la entrevista en CNN, que quiere hacer un gobierno de unidad. Y especificó que esa unidad es con colectivos o sectores que fueron opositores a su proyecto inicial de gobierno. Tras su victoria, abrió el paraguas para todos sin excepción.
El nuevo presidente procesa así dos hechos que desde ahora singularizarán su gobierno: él ganó gracias a la movilización de sectores que no comparten forzosamente su primera identidad política. Los debe y quiere incluir. Y dos: las crisis que tiene el país y su reactivación económica requieren respuestas urgentes y de consenso.
La unidad no puede ser esta vez una invitación retórica: es una necesidad que lo pone a él, y también a los otros actores, ante una situación inédita en el país: el deber de hacer causa común alrededor de una agenda básica que el nuevo presidente ya evocó: el hambre, la falta de empleo, la desnutrición crónica en los niños, los derechos de la mujer, el respeto de las minorías, la lucha contra la corrupción y la recuperación de lo robado… Lasso no ha dicho cómo se negociará esa agenda mínima. Pero podría ser presentada como un canje entre políticas necesarias a la reactivación económica, por un lado, y a la justicia social, por el otro. Se sabe que los acuerdos para ser exitosos obligan a que todos cedan para que todos ganen.
El momento, las urgencias y la agenda reclaman una respuesta política urgente, responsable y sensata. Lasso lo ha entendido y por lo que se sabe ha invitado a colectivos y sectores, incluso partidos, a hacer parte de su gobierno. La pelota no está en este momento en su cancha y cuando presente su gabinete sería clave que el nuevo presidente cuente al país quiénes prefirieron, en un momento tan dramático, hacer cama aparte.
La propuesta de Lasso debería ganar adeptos sin problemas: el país sabe, en efecto, lo que cuesta la división. En la campaña electoral pudo sopesar lo que implica tener 16 candidatos presidenciales; algunos de ellos inventándose diferencias para justificar su presencia en la papeleta electoral. Cerrar el ciclo del correísmo significa dar respuestas efectivas a los sectores más vulnerables en este momento de pandemias. Significa, igualmente, echar a andar el aparato productivo y para hacerlo hay que vacunar a la inmensa mayoría de ciudadanos. Echar a andar al país requiere, en definitiva, una tregua de la cual se beneficie el país en prioridad y los actores políticos que participen en ella.
La misma lógica tiene que cobijar la Asamblea Nacional. Ningún ciudadano entendería que si hay voluntad presidencial para diseñar un gobierno de unidad, fijar una agenda y marcar tiempos para solucionar urgencias, la Asamblea vuelva al juego perverso de siempre: dejar solo al Ejecutivo, pretender chantajearlo ofreciendo votos a cambio de cargos y corruptelas, dar la espalda al país y a sus urgencias y pretender ponerlo a girar alrededor de su juego político ficticio y, en casos, corrupto. Por eso la Asamblea se ha convertido en una de las instituciones más impopulares del país.
Cambiar la política para Lasso no será una opción. Y solo incidirá en ese cambio prohibiendo a sus operadores, por si acaso se le ocurriera a alguno, entrar en la dinámica que, a la postre, convierte al Ejecutivo en rehén de intereses bastardos y agendas partidistas. Las negociaciones que había iniciado, por ejemplo, la Izquierda Democrática en la Asamblea, con Wilma Andrade, muestra que la clase política tradicional no aquilata aún la situación de angustia que vive la sociedad y que el nuevo gobierno tiene que atender.
El equipo de Lasso tendrá por tarea sintonizar a los asambleístas con las urgencias del país. Y hacerlo explicando a los ciudadanos lo que propone, por qué lo hace, a quiénes beneficia, a quiénes eventualmente perjudica… Al fin y al cabo los Asambleístas fueron elegidos por los mismos ciudadanos y son pagados por ellos. No hay, no debe haber, intereses bastardos que puedan hacer parte de las negociaciones, como ocurrió con el reparto de hospitales.
Un gobierno de unidad, formado alrededor de un programa negociado y transparente, no solo se requiere para encarar las pandemias que azotan al país. Es imperativo para sellar definitivamente la muerte política del populismo autoritario. Y conviene a todos los actores políticos que quieren tener futuro porque necesitan que haya país. Y que ese país sea democrático, productivo, más equitativo y sin las bombas sociales de tiempo que la pobreza y el coronavirus tienen activadas.