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¿Por qué votan sanchismo?

«Esto es el sanchismo: el paroxismo emocional ajeno a lo real y demostrable, como la corrupción, la democracia iliberal o el caudillismo de un narcisista»

¿Por qué votan sanchismo?

Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Una cuestión trascendental planea en este sinsentido del sanchismo. No es la corrupción, ni el autoritarismo, ni un partido convertido en un guiñapo. Ni siquiera el descaro del tipo arrogante y tóxico. Son asuntos corrientes. Ha pasado antes. Lo que es digno de estudio es por qué nada del oprobio actual perjudica al PSOE en las urnas cuando sus propios votantes no lo aguantarían en el PP, y estarían cercando la sede en Génova y escracheando a los dirigentes populares. Como insultar es fácil y define más al autor del insulto que al insultado, vamos a acercarnos a la cuestión por otro lado.

Una hipótesis interesante es que el argumentario emocional incide más en el electorado de izquierdas que en otros. En consecuencia, habría en este un desprecio mayor a la razón, la ciencia o los simples datos. Los votantes de Sánchez y derivados conocen perfectamente que los dirigentes que votaron son corruptos, que no cumplen sus programas, que mienten y se ríen de ellos, pero siguen depositando religiosamente la papeleta correspondiente en la urna.

Sabemos que la movilización de las masas no se consigue con la difusión de cifras o fórmulas, sino con la demagogia que llama a lo más animal de la persona, como el amor, el odio y el miedo. Es evidente que el PSOE utiliza esa retórica exagerada para enardecer esas emociones primitivas y ocultar así su inoperancia. Esto es moneda corriente desde hace cien años. Hoy el problema es más complejo que entonces.

Si tenemos la ciudadanía más libre y mejor formada de la historia, sin analfabetos, que ha visto mundo, con un porcentaje altísimo de graduados, y un acceso ilimitado a la información y a la cultura gracias a internet, la pregunta es por qué se deja manipular por las emociones. ¿Disminuye la racionalidad social al tiempo que avanza la tecnología? El ejemplo de la Alemania nazi -población culta que comete genocidio- no sirve en este caso porque es una exageración y, además, las circunstancias son diferentes.

La cuestión, por tanto, es por qué están funcionando las emociones para dirigir la política, y especialmente en la izquierda española. No hablo de la «democracia emocional», sino de su motor; es decir, la causa, no la consecuencia. Paolo Benanti, teólogo italiano experto en inteligencia artificial, expone una teoría general en La era digital. Teoría del cambio de época: persona, familia y sociedad (Ediciones Encuentro, 2024), que puede ser útil parcialmente.

«Ahora lo normal es la ausencia de sufrimiento, lo que ha generado una intolerancia al dolor y, por tanto, la evitación del esfuerzo»

La idea de Benanti es que vivimos un cambio de época marcado por el uso corriente de la tecnología. Es la cuarta revolución industrial. Karl Jaspers habló de la historia de la Humanidad como un sucesión de cambios de era debido a la tecnología ya que modifica la cultura, las costumbres, la visión del mundo, la identidad personal y las relaciones humanas, entre otras cosas. A este respecto, Benanti cuenta que la tecnología de uso corriente, desde el móvil (la exposición adictiva a un mundo alternativo que sustituye al real) hasta el posthumanismo y transhumanismo (las mejoras técnicas y médicas del cuerpo humano) han cambiado el concepto de normalidad. 

Ahora lo normal es la ausencia de sufrimiento, lo que ha generado una intolerancia al dolor y, por tanto, la evitación del esfuerzo. Aquello de «Ganarás el pan con el sudor de tu frente» está anticuado en esta nueva normalidad. Ahora los derechos caídos del cielo priman sobre el mérito y el esfuerzo. De hecho, la inteligencia artificial y el acceso inmediato a cualquier dato a través de un aparato electrónico proporciona una falsa apariencia de sabiduría.

Estamos, dice Benanti, en una sociedad indolente y hedonista sin conciencia de serlo porque eso es «lo normal». Estas generaciones, apunta, en especial los Millennials (nacidos entre 1984 y 1995) y los Centennials (nacidos entre 1995 y 2005) no se han esforzado como las anteriores, ni están dispuestas a hacerlo por sus descendientes. Tienen la idea, escribe Benanti, de que todo se les debe porque son narcisistas, perezosos y se distraen fácilmente. No hay nada más que mirar su actividad en las redes sociales para hacerse una idea.

La tecnología ha educado a esas generaciones, no sus padres o la escuela. Alicia Delibes, en El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber (Ediciones Encuentro, 2024), añadiría que la educación ha cambiado la transmisión del saber por el adoctrinamiento en emociones. La visión del mundo de estas generaciones es un espectáculo audiovisual de impactos emocionales, en el que la sapiencia son perogrulladas sencillas para enganchar a cualquiera. Benanti pone el ejemplo de la revolución sexual actual: no es un cambio de comportamiento, porque siempre ha existido la variedad, sino la necesidad de declararlo públicamente. Esto supone un culto a las emociones como guías vitales para el comportamiento y los valores. En suma: en ausencia de la pasión por el conocimiento y el estudio, el individuo se aferra a la emoción para forjar su identidad y su visión del mundo porque resulta mucho más fácil e inmediato.

«Esta es la razón de que dominen las emociones en los discursos políticos: es sencillo, moviliza y no necesita demostración»

Esto explica, por ejemplo, que las emociones disputen la verdad a la ciencia en cuestiones como la identidad sexual, y que el «sexo sentido» se haya trasladado a la cultura, la Universidad, la política y finalmente a la legislación. Se fundamentan en que la emoción es indiscutible y, en consecuencia, que tiene mayor o igual validez que un razonamiento o una prueba científica. Esta es la razón de que domine el recurso a las emociones en los discursos políticos y en especial en las izquierdas españolas: es sencillo, moviliza, no necesita demostración y oculta las carencias competenciales, como la buena gestión de lo público.

Esto es justamente el sanchismo: el paroxismo emocional ajeno a lo verdaderamente real y demostrable, como es el caos político, la corrupción, la caída en la democracia iliberal, el caudillismo de un narcisista, el abrazo suicida a los rupturistas, la ausencia de moral en el trato de las víctimas de ETA, y tantas otras cosas. Esas emociones transmitidas no están para que el elector socialista se tape la nariz para votar, sino para que defienda con ardor que huele a rosas.

El libro de Benanti es útil en este sentido y aborda, además, otras facetas interesantes de ese cambio de época, como el efecto en el concepto de familia y en el futuro que espera a lo que llama «Generación Omega», la última, para afrontar la nueva dimensión del ser humano en su fusión con la tecnología. Pero ese es otro cantar.

 

 

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