Por qué votar
La mayoría de los pronósticos sobre las elecciones del 14-F coinciden en predecir una fuerte abstención, debida en gran parte a las dificultades originadas por la pandemia y también al desplome de la tensión emocional que caracterizó las elecciones de diciembre del 2017. Asimismo, coinciden en señalar la cristalización de dos bloques electorales divididos por la cuestión de la independencia, con el dato preocupante de que esta fractura se corresponde, se superpone, con la diferente identidad lingüística de la ciudadanía. Los pronósticos contemplan también la posibilidad de que se produzcan dos mayorías, una independentista y otra de izquierdas, asomando la hipótesis de una repetición electoral.
Además del riesgo de una abstención profunda, hay que añadir el elevadísimo volumen de indecisos que pueden pasar de dudar sobre a quién votar a preguntarse por qué y para qué votar. Esta es la gran encrucijada democrática del 14-F: que la movilización y las razones para votar —como instrumento para resolver problemas, decidir futuros, evaluar presentes— queden desalentadas por un desconcierto de los electores respecto a la oferta que se les plantea y al sentido y utilidad del ejercicio del voto, mientras que los problemas son tantos y tan profundos. Cuando el voto no sirve para resolver, solo sirve para afirmar. Y ahí, solo los más ideologizados se sienten concernidos y convocados.
Esta indecisión democrática se alimenta con una campaña electoral encerrada en la lógica de la política partidista, con elucubraciones sobre pactos y vetos postelectorales y relatos caducados de ficciones irreales. Se trata de una realidad paralela, a una distancia casi abismal de la cotidianidad de la ciudadanía. El electorado puede abstenerse o mostrarse indeciso, si cree que la política se inhibe de su responsabilidad y de su compromiso con el bien común.
Causa estupor la deriva centrípeta de la política catalana, polarizada en torno a la cuestión de la independencia, dejando huérfano el antiguo espacio central donde se disputaban las victorias electorales. Un estupor que aumenta ante el dato de que, aproximadamente, dos tercios de la opinión pública quieren una salida transversal al actual callejón sin salida.
Excepto los sectores más irredentos de los partidos, la mayoría de los electores son conscientes de que, para salir del agujero en que está el país, son necesarios acuerdos amplios y transversales que estimulen con su ejemplo el esfuerzo colectivo que la sociedad está dispuesta a realizar. ¿Podrán los partidos romper las corazas ideológicas que les aprisionan, el miedo cerval a asumir errores y rectificar para dejar la realidad virtual y asumir la tarea de afrontar una dura realidad que necesita ser gobernada? Esa es la gran duda de los indecisos.