¿Por qué Zapatero no tuvo un gesto con la oposición cubana?
Cuba no es China. Si una personalidad extranjera que visita la isla se reúne un rato con la disidencia no se suspende el viaje. La cita no gustará a las autoridades de La Habana, es posible que el huésped sea levemente amonestado, pero no se cancelará su visita. Cuando era secretario general del PSOE Joaquín Almunia se entrevistó brevemente, en marzo de 1998, con media docena de disidentes al margen del programa oficial. Pese a ello fue recibido nueve horas por el presidente Fidel Castro. Quizá el castigo fue la duración de la entrevista.
José Luis Rodríguez Zapatero no ocupa ningún cargo. Es un expresidente del Gobierno con más libertad de maniobra que el que tenía Almunia hace 17 años. A finales de febrero ha estado, por primera vez, en Cuba en un viaje organizado por Miguel Ángel Moratinos, el que fue su ministro de Asuntos Exteriores durante largos años.
No ha tenido durante su estancia ningún gesto hacia la oposición democrática. ¿Puede un demócrata español, sin responsabilidades de Gobierno, viajar a La Habana y no hacer un guiño solidario a la disidencia? ¿Puede permitir que su visita sea solo interpretada como un apoyo al régimen?
«(….) quiero que mi Gobierno hable con el lenguaje de los derechos humanos ante todo los retos de hoy y en todas las regiones del mundo», declaró Zapatero en junio de 2008 al pronunciar, en el inicio de su segunda legislatura, un discurso monográfico sobre política exterior.
Dos meses después, cuando el presidente de Mauritania, Sidi Ould Cheikh Andellahi, regresaba de un viaje oficial a Madrid, un golpe de Estado militar le derrocó y puso fin a 17 meses de experiencia democrática. La reacción del Ejecutivo español fue muy tibia hasta el punto de impedir que la UE sancionase al régimen golpista.
En la trayectoria de Zapatero como presidente hay otros ejemplos similares al de Mauritania. El que más disgustó a la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, la más potente del mundo árabe, fue la concesión por el Consejo de Ministros, en 2005, de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica a los generales Hamidou Laanigri, entonces director de la policía secreta marroquí, y Hosni Bensliman, comandante en jefe de la Gendarmería.
Desde 2007 un juez instructor francés trata de que Bensliman declare en el marco de la investigación sobre el secuestro y asesinato, en 1965 en París, del célebre opositor marroquí Mehdi Ben Barka.
«No hay un concepto más importante en la historia que los derechos humanos», declaró Zapatero, en noviembre pasado, al pronunciar un discurso en Marrakech en la inauguración de foro mundial dedicado a esa temática.
Denunció a continuación el asesinato de «periodistas a manos de los fundamentalistas» en Oriente Próximo y la «discriminación por orientación sexual» que sufren muchas personas, pero no mencionó que en ese Marruecos en el que estaba aún hay aún un periodista encarcelado y otros están pendientes de juicio. También hay gays detrás de los barrotes y en el código penal marroquí la homosexualidad es un delito que puede costar hasta tres años de cárcel.
Sí nombró el expresidente en su alocución a otro país africano, Nigeria, pero omitió señalar a Guinea Ecuatorial, la peor dictadura de África Occidental, según las ONG de derechos humanos. Tres meses antes había estado allí, junto con Moratinos y José Bono.
Las omisiones Zapatero, su olvido de la oposición cubana no obedecen a casualidades. Todo su recorrido como político ha sido así. Ha ensalzado los derechos humanos en numerosos foros, pero apenas ha tomado iniciativas para defenderlos allí donde su voz podía tener cierto peso.