Por una socialdemocracia sin miedo al mercado
Las dudas del PSOE con el CETA, el tratado comercial entre Canadá y la UE, acercan ligeramente al partido a las tesis proteccionistas de Podemos.
Uno de los sueños liberales es el líder que dice verdades difíciles a sus votantes, el que habla de las limitaciones del gobierno, el que no hace promesas vacías y es capaz de decir con sinceridad que algo no es posible. Con matices, Macron, Obama, Merkel son quizá referentes contemporáneos de ese ideal, que se opone al del líder demagogo que prefiere la simplificación y el sentimentalismo. Obama usaba una metáfora del transatlántico, que se mueve lentamente pero siempre se mueve hacia adelante, para defender su progresismo posibilista. Merkel le dijo en 2015 a una niña palestina, que esperaba que se resolviera la solicitud de asilo de sus padres, que es imposible aceptar a todos los solicitantes que lo piden (luego se convirtió en la mayor defensora de los refugiados). Macron visitó en campaña una fábrica en su ciudad natal, Amiens, y unos sindicalistas y partidarios del Frente Nacional le preguntaron si podía prohibir los cierres de fábricas: Macron dijo que no, que ni él ni nadie podría.
Este ideal tiene parte de mito, y quizá responde una nostalgia de una supuesta e ilusoria época de grandes liderazgos. Es difícil ganar elecciones diciendo verdades incómodas. Obama era un líder mediático, marketiniano, guapo, incluso se autodenominó populista (aunque el concepto en el mundo anglosajón tiene otro sentido). Macron ha hecho una campaña similar a la de Obama, aunque tiene menos carisma que él. Una de las esperanzas del progresismo mundial es Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, que tiene un gabinete de expertos y tecnócratas, pero que corre el riesgo de convertirse en un simple meme.
También es muy difícil explicar todo. ¿Cómo se explica una reforma financiera? ¿Y un tratado comercial? Son temas que nacen muertos retóricamente, especialmente si hay partidos que utilizan la demagogia para rechazarlos. El partido en el gobierno tiene que confiar en que sus votantes se fíen de ellos en general, y no de su postura concreta respecto a un tema tan complejo. Si esa confianza no está clara, el que explica pierde. Un buen ejemplo es el CETA, el tratado comercial entre la UE y Canadá, que se votará en el Congreso de los Diputados y que ha causado polémica esta semana por la postura del PSOE, que no lo apoyará a pesar de que votó a favor recientemente.
Es legítimo cuestionar y debatir sobre algo tan complejo y con tantos matices como un tratado comercial, y es posible que haya muchos aspectos mejorables. Todos los tratados comerciales, y en general todas las políticas públicas, crean ganadores y perdedores; la clave está en compensar a los perdedores y en explicarlo. Un partido socialdemócrata debería hacer una defensa del comercio y de la globalización, siempre con la garantía de que los Estados del bienestar protegen a los perdedores. Y siempre asumiendo que los perdedores no lo son por capricho o mala fe sino porque el progreso crea inevitablemente perdedores.
Los partidarios del tratado suelen caer en el voluntarismo, cuando no en una postura conformista y conservadora, de que “es lo que hay” o “es lo que toca”. Rajoy no ha explicado ni explicará el CETA; solo sabe decir que negarse a él es irresponsable. Pero es peor el tremendismo y el discurso del miedo de Podemos, que habla del fin de los tiempos, de pérdida de soberanía, de dictadura de mercados, de privatizaciones, de pérdida de derechos. El CETA no es más que un símbolo, una herramienta simbólica. Su complejidad fomenta las metáforas, las hipérboles, los caballos de Troya hinchables, las performances y los grandes actos expresivos de indignación, las manifestaciones lúdicas con gente disfrazada.
Para expurgarse de sus complejos liberales, el PSOE está haciendo penitencia y aceptando el discurso de Podemos. Es una estrategia complicada. Como escribe Fernando Vallespín en El País, el votante de izquierdas en España tiene ya donde elegir: “Podemos y sus confluencias son ya de hecho partidos de izquierdas, porque así es como son percibidos, que es lo importante. Con el añadido de que no tienen historia, salvo la breve gestión local, y no arrastran una mochila ‘sistémica’. Osea, son una izquierda creíble porque es presunta, no ha sido refutada por los hechos”. Vallespín teme que el PSOE tendrá que sobreactuar. Hará aspavientos para la galería, pero luego acabará votando lo que realmente lleva votando desde hace décadas.
Los partidos socialdemócratas han perdido hegemonía frente a partidos más de nicho que les arrebatan el relato. Fiarte de unos valores socialistas ya no funciona como heurístico o atajo, especialmente desde el surgimiento del socioliberalismo y la Tercera Vía. ¿Cómo fiarme de un PSOE que en Suresnes levanta el puño con la Internacional y luego me dice que bajar los impuestos es socialista?
Es inexplicable que todavía existan partidos de izquierda que tengan complejos en admitir su liberalismo. Hay partidos de izquierda radical que hablan de clase, de patria, incluso de plusvalía en el siglo XXI, y sin embargo quien se siente acomplejada es la socialdemocracia por defender el mercado, aunque hable de acotarlo, regularlo, de utilizarlo para crear riqueza y redistribuirla con criterios de justicia social. El socialdemócrata que defiende tratados de comercio o la globalización, o simplemente la existencia de un mercado que hay que regular, lo suele hacer como pidiendo disculpas, con resignación, como si no tuviera otra opción, cuando en realidad suele ser la mejor opción.
Como escribe el eurodiputado socialista Jonás Fernández en un artículo en defensa del CETA, “el socialismo europeo no puede mantenerse en indefiniciones abstractas, eludiendo pronunciarse con rotundidad. Necesitamos algunas certezas para continuar adelante y no podemos permitir que esas sean las de los discursos autárquicos que responden al miedo con soflamas aún más desestabilizadoras.”