Predicar con el ejemplo a veces no alcanza
Un estudio reciente muestra que la corrupción política erosiona los valores cívicos y fomenta conductas deshonestas. Pero antes que depender del buen o mal ejemplo de los líderes, es vital que las instituciones se vuelvan garantes de su correcta actuación.
Gracias a una breve entrevista que Expansión le hace a Nicolás Ajzenman me entero de su interesante trabajo The power of example: corruption spurs corruption, en el que analiza los efectos causales de la corrupción política de los líderes en la deshonestidad ciudadana en México.
Ajzenman parte de la hipótesis de que la corrupción política erosiona los valores cívicos y fomenta conductas deshonestas. Para ponerla a prueba, combina datos sobre corrupción municipal (resultados del Fondo para la Infraestructura Social Municipal reportado por la Auditoría Superior de la Federación) y trampas en las pruebas escolares (en específico, la prueba Enlace básica). Los resultados que arroja el modelo de Ajzenman apuntan a que “inmediatamente después de que la corrupción de un presidente municipal es revelada públicamente, la proporción de alumnos que se copian en exámenes estandarizados aumenta significativamente en ese municipio. El aumento es de 10% respecto del promedio y el efecto es creciente con la edad (es decir, no hay efectos para alumnos de primaria y se maximiza entre los alumnos de secundaria, quienes están posiblemente más expuestos a la discusión política)”.
Echando mando de History, expectations, and leadership in the evolution of social norms –en el que Daron Acemoglu y Matthew O. Jackson estudian la evolución de la norma social de “cooperación”– Ajzenman concluye que “al hacerse pública la corrupción[1], los ciudadanos obtienen nueva información acerca de las normas en su comunidad, actualizan sus valores y/o creencias sobre la honestidad y cambian su comportamiento en consecuencia”.
¿Qué quiere decir esto? Primero, que, claramente, tener buenos o malos líderes puede hacer la diferencia a la hora de formar mejores o peores ciudadanos. Segundo, que si los líderes o representantes pueden tener tal influencia en el comportamiento de los ciudadanos, es vital que las instituciones se vuelvan garantes de la correcta actuación de cada uno de ellos. Y es que predicar con el ejemplo está muy bien, pero a veces el ejemplo no alcanza.
[1] El efecto aplica cuando la corrupción es sorpresiva. No nos volvemos más corruptos cuando los sospechosos comunes de la corrupción vuelven a hacer otra de las suyas.