Prevenir futuras guerras
Casandra es el nombre del proyecto que un grupo de académicos de la Universidad alemana de Tubinga ha lanzado en colaboración con oficiales del ejército para avizorar el surgimiento de conflictos bélicos con el auxilio de la literatura.
Pocos lugares tan adecuados para una idea tan original como esta ciudad universitaria del siglo XV con 90 mil habitantes a orillas del río Neckar, cuartel general del Partido Verde de tendencia ecologista, que en el pasado contempló los pasos de distinguidas personalidades como el filósofo Hegel y el poeta Hôlderlin.
El líder es Jürgen Wertheimer, de 74 años, profesor de literatura comparada, y el concepto básico es que las novelas pueden ser utilizadas para identificar guerras civiles y desastres humanitarios con la suficiente antelación que permita su prevención; como en su tiempo hizo la bruja Casandra con el desenlace del sitio de Troya, la muerte del rey Agamenón y la errancia de Ulises de vuelta a su reino de Itaca.
Wertheimer, refiere el GUARDIAN londinense, piensa que los grandes escritores tienen un “talento sensorial” y la literatura una tendencia a canalizar tendencias sociales, estados de ánimo y en particular conflictos que los políticos prefieren soslayar hasta que ya es demasiado tarde.
Su manera de presentar la realidad permitiría a los lectores visualizar instantáneamente un mundo y reconocerse dentro de él, porque operan en un plano objetivo y subjetivo al mismo tiempo y crean inventarios emocionales de las vidas individuales a lo largo de la historia.
Su ejemplo preferido es la novela Kassandra, publicada en 1983 por la autora este-alemana Christa Wolf, que establecía un paralelo entre los días finales de Troya y la República Democrática Alemana, detectado por la heroína que posee el don de la profecía, pero es incapaz de hacerse oír por la jerarquía militar dominante.
Es decir que si los gobiernos aprendiesen a leer novelas como una especie de sismógrafo literario, podrían tal vez identificar conflictos en ciernes e intervenir salvando millones de vidas, afirma Wertheimer, que en 2014 trasmitió su inquietud al Gobierno alemán, con el encargo, tres años después, de poner a prueba si su concepto de literatura como un “sistema de alerta temprana” hubiese funcionado en la guerra de Kosovo y el auge del movimiento terrorista africano Boko Haram.
Nada nuevo bajo el sol porque desde que el mundo es mundo la misión primordial de las agencias de inteligencia ha sido advertir sobre las crisis por venir; con la única diferencia de que ahora la información no es propiedad exclusiva de un sanedrín de espías, sino que circula amplia y libremente por las redes informativas y es analizada por numerosos institutos oficiales y privados.
Y, sin embargo, el objetivo ideal de detectar los focos críticos con meses o incluso años de avance sigue eludiendo de manera empecinada el acoso de los algoritmos y de máquinas como el supercomputador alemán Watson, capaz de procesar en un segundo el equivalente a un millón de libros.
Donde fallaba la técnica, el auxilio de un equipo de profesores de literatura surgió como necesario complemento, si bien limitado por la amplitud del universo editorial a explorar en una multitud de lenguas, así que optaron por centrarse en libros galardonados o, en cambio, que hubiesen atraído hacia sus autores el rechazo oficial, forzándolos en ocasiones a escapar de sus países.
En 2018, Wertheimer estuvo en capacidad de presentar sus primeras conclusiones a los militares de Berlín, a partir del escándalo literario suscitado por una pieza teatral de 1983 sobre los conflictos en la antigua Yugoslavia, tras la cual se registró un auge de novelas históricas revisionistas que abonarían el terreno para la tragedia que sacudió Kosovo diez años después.
Ese pequeño éxito estimuló a los investigadores y extendió el financiamiento a fin de permitirles desarrollar el método de traducir las inspiraciones literarias en “mapas emocionales” con suficiente antelación para uso de estrategas y operadores, especialmente en África y el Cercano Oriente, con el auxilio de un nuevo colaborador, Julián Scholicht, ajeno completamente a los libros pero experto en informática.
Su aporte fue clave en el estudio de un nuevo escenario –Argelia en 2010- cuya producción editorial indicaba corrientes conflictivas bajo una calma aparente y fue objeto de un complicado método de evaluación que, a pesar de cierta subjetividad, se reveló correcto cuando estallaron protestas callejeras en febrero de 2019 obligando a la renuncia del presidente Abdelaziz Bouteflika y, de paso, incrementando el valor agregado de Casandra.
Entonces, sin embargo, circunstancias burocráticas domésticas, abortaron la marcha del proyecto -que contaba ya con una vasta red de voluntarios locales y extranjeros- como en una reactualización del mito griego en que las advertencias de la sacerdotisa fueron soslayadas por los generales que preferían ignorarlas.
Privado de ese financiamiento indispensable, Wertheimer ha lanzado redes hacia la Unión Europea, para aplicar su método al análisis de tensiones periféricas que mortifican en Ucrania, Lituania y Bielorrusia, mientras insiste desde su oficina de Tubinga en que la literatura, la pasión de su vida, es un trampolín para saltar al mundo real.
Varsovia, agosto 2021