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Primeros compases post-Merkel

El riesgo del gobierno tripartido en ciernes en Alemania es la parálisis

La cumbre europea de esta semana pasada ha sido la enésima despedida del poder de Angela Merkel. La canciller ha asistido a ciento siete Consejos Europeos a lo largo de dieciséis años. En esta larga etapa ha sido la única líder en el puente de mando comunitario para hacer frente a una sucesión de crisis de gran envergadura (euro, refugiados, Brexit y populismo, pandemia…). Cualquiera de ellas se podía haber llevado por delante el proyecto de integración. Merkel pasa a la historia como un ejemplo de resistencia, tenacidad, cautela y responsabilidad a la hora de ejercer el poder, en las antípodas del infantilismo y trazo grueso de los hombres fuertes en boga. En Alemania ha comenzado la negociación del tripartido de socialdemócratas, verdes y liberales.

Se han creado veintidós grupos de trabajo con más de trescientos expertos para negociar el contrato de coalición, un documento que tardará unos meses en acordarse y que, visto los antecedentes, tendrá cientos de páginas de pactos muy detallados. Es una ilustración de la seriedad con la que funciona la política germana, la respuesta madura a la complejidad que supone gobernar hoy el primer país europeo. Los liberales aspiran a hacerse con el Ministerio de Finanzas, con una visión muy restrictiva sobre las posibilidades de completar la Unión Fiscal en la zona euro.

El futuro canciller Olaf Scholz, sin embargo, ha sido una de las voces alemanas que más ha defendido profundizar en la Unión Económica y Monetaria, al intercambiar solidaridad financiera europea por credibilidad nacional a través de reformas. Los verdes buscan desarrollar una política ambiental que acelere la descarbonización de su economía, aunque apenas hablan de la dependencia de Rusia en materia energética. El riesgo de este tripartido en ciernes es la parálisis. Un Berlín en el laberinto es justo lo contrario que necesita la Unión Europea, con Francia entrando en un período electoral muy incierto. La UE acumula enormes retos exteriores e internos (China, vínculo atlántico, incumplimientos de Polonia y Hungría, post-Brexit, recuperación económica…). En tiempos tan inciertos, la calidad de los líderes es tan importante como el buen hacer de las instituciones.

 

 

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