Manifestantes durante la manifestación LGTBI 2023
Redondo Terreros ya está fuera del PSOE. También lo están Felipe González y Alfonso Guerra, aunque todavía no los hayan expulsado. Esto no parece caer mal en los militantes y votantes de izquierdas, al menos en la mayoría. ¿Será que no les gustan los viejos? Me temo que es algo peor: la naturaleza del progresismo.
El progresista se parece al galgo en el canódromo, persiguiendo a un conejo inalcanzable que -según le han dicho- contiene el futuro, la utopía y el hombre nuevo, pero que, en realidad, está hecho de plástico y alambre. La diferencia es que el galgo sólo es perseguidor, mientras que el progresista, además, es perseguido por una bestia atroz: el fascismo. Si no corre lo suficiente, terminará cazado y se convertirá en un zombi político, un peón sin alma en el ejército de los caminantes pardos. El progreso vuela imparable, desconfía de la realidad e incorpora cualquier novedad que amplíe derechos y cuestione límites. Como consecuencia, el pasado es siempre oscuro y siniestro. Lo llaman presentismo y es una forma de narcisismo: lo ve todo a la luz de las neurosis modernas y desprecia el saber y las obras de los antiguos porque, ay, no tenían la fortuna de leer cada mañana El País y enterarse de dónde se encontraba la justicia aquel día.
Recuerdo un tuit del actor Hugh Laurie (Dr. House, para entendernos) en pleno Me Too. Progresistamente (sic, este adverbio debería existir), elevaba la mirada y se preguntaba qué causas justas habría en el futuro que hoy ni siquiera imaginamos. Me pareció una reflexión espantosa. Implica que no podemos conocer el Bien, sólo reconocerlo cuando se nos presente. Hagamos lo que hagamos, somos los bárbaros del mañana. No cabe aspirar, por tanto, a una vida buena, sólo a tener los reflejos para sumarnos al discurso del momento, para reconocer al nuevo conejo.
¿Y cómo reconocer al conejo? ¿Cuál es el momento de lanzarse a por él? ¿Cómo saber qué es progresista, qué es la izquierda en cada momento? Ah, amigo, es un fenómeno muy complejo de tipo recursivo: la izquierda es lo que la izquierda dice que es la izquierda. El proceso es similar a lo que se dice del machine learning: a estas alturas ya nadie sabe lo que pasa dentro de la caja. Sólo hay un elemento seguro: tiene que estar respaldado por la mayoría, porque, si no, no es democrático. ¿Por qué Redondo Terreros está fuera, por qué Felipe y Guerra son ahora de derechas? Porque están en minoría. A mí me parece otra idea aterradora: que lo bueno y lo malo se decidan por mayoría y no racionalmente.
Progresista y desquiciado
La Ley de Memoria Democrática considera que los abusos de la dictadura se pudieron extender hasta 1983, gobernando ya el PSOE. El periodo 1982-1996, hasta hace poco ejemplo de modernización progresista, está a punto de convertirse en tardísimofranquismo. Dado que a continuación viene el periodo de Aznar, se trasladará el advenimiento de la democracia fetén a 2004, con Zapatero. Y, como ni el conejo del progreso ni la bestia fascista se detienen, un día también ZP será revisado y cancelado, y hasta Sánchez. House no lo puede ver todavía, pero no es lupus: es puro nihilismo.
Un tipo tan siniestro como Largo Caballero no tuvo ocasión de decir lo que pensaba sobre lo trans, así que hoy él es una referencia para el PSOE mientras que a Felipe ya sólo lo quiere Moreno Bonilla
Hay tres salidas de esta carrera enloquecida. La primera es dejar de correr, plantar la bandera y decir: esta es la verdadera izquierda. Es la postura de personas brillantes como Félix Ovejero, a quienes veo con la simpatía y la admiración que se debe a los quijotes. La segunda salida es poco recomendable: morirse a tiempo. Un tipo tan siniestro como Largo Caballero no tuvo ocasión de decir lo que pensaba sobre lo trans, así que hoy él es una referencia para el PSOE mientras que a Felipe ya sólo lo quiere Moreno Bonilla. La Segunda República también murió a tiempo, duró tan poco que es posible idealizarla y exhibirla como un conejo disecado. Lo que sea menos estudiarla con atención.
Yo recomiendo la tercera salida: dejar de correr y no plantar ninguna bandera, sino darse la vuelta y pasear por el pasado y el presente con las manos en los bolsillos, si es posible (fácil no es, desde luego) alejándose del ruido y acercándose a quienes, hace décadas, siglos o milenios, ya se preguntaron dónde estaba el Bien. Y con sus lecciones aprendidas, esbozar un mapa, salir del canódromo y buscar el camino del futuro en el bosque del presente. Sin correr, no vaya a ser que nos rompamos la crisma contra un árbol.