Propaganda y realidad
«Después de cinco años en La Moncloa, su inquilino descubre que el país está fatal, que falta vivienda y apoyo a los jóvenes. Cualquier día descubrirá que hay sequía»
Supe del último anuncio publicitario del Gobierno sobre los viajes de los jóvenes (el último a la hora de escribir este artículo, tal vez no en el momento de su publicación) mientras daba un paseo de fin de semana por los alrededores de Madrid y comprobaba el estado catastrófico del paisaje, agostado a comienzos de mayo. Esa coincidencia ayudó a remarcar el contraste brutal entre la acción propagandista del Gobierno y la realidad de un país necesitado de gestión eficaz y comprometida con el futuro de todos, no de uno sólo.
Mientras España se achicharra en una de las peores sequías de los últimos años y nuestro bienestar se ve amenazado por la escasez de agua y la progresiva desaparición del sector agrícola, el Gobierno decide gastar dinero en financiar los viajes en tren de los jóvenes -¡hasta los 30 años, nada menos!-. Se podrá decir que es posible atajar ambos asuntos a la vez y parece evidente que el Gobierno entiende que uno de los problemas actuales de España es que los jóvenes viajan poco y es preciso estimular que lo hagan más y que lo hagan en tren, puesto que los aviones contaminan mucho, salvo que los usen las autoridades.
Podría, en efecto, argumentarse que se pueden resolver dos problemas al mismo tiempo si no fuera porque el cheque-tren no es, en realidad, la solución de un problema, sino una dádiva caudillista que pretende simplemente ganar el voto de los jóvenes, a los que se supone ofendidos porque antes el Gobierno había dedicado generosos recursos a los pensionistas. Hoy para los jóvenes, ayer para los mayores, a saber a quién le tocará mañana la lotería.
No es sólo la proximidad de las elecciones lo que explica tanto desprendimiento gubernamental. Toda la legislatura ha sido así, de hito en hito, de sorpresa en sorpresa, de anuncio en anuncio, con abundancia de eslóganes ideológicos y comerciales, pero ausencia total de las reformas profundas que se necesitan para superar más de una década ya de freno en la creación de riqueza y prosperidad colectiva.
Después de cinco años en La Moncloa, su actual inquilino descubre que el país está fatal, que escasea la vivienda, que los salarios son muy bajos y que los jóvenes españoles se encuentran en desventaja para competir con sus amigos europeos, no porque viajen poco en tren, sino porque tienen peor formación, menor capacidad de esfuerzo y carecen de las oportunidades adecuadas para desarrollar su creatividad. Es decir, porque viven en un país estancado, lastrado por una clase política torpe, mediocre e inmovilista.
Igual que ha descubierto el problema de la vivienda, es muy posible que el jefe de todo descubra pronto el de la sequía. Para atajarlo, como anunciar la construcción masiva de pantanos suena franquista y promover trasvases crea tensiones intercomunitarias, anunciará otras ocurrencias irrealizables y grandilocuentes que potencien el guión electoral. Anunciará cualquier cosa que no sea llamar mañana mismo al líder de la oposición, convocar una conferencia de presidentes autonómicos y poner en marcha de forma urgente un Pacto de Estado sobre el agua que atienda las necesidades de los principales afectados y aporte las soluciones científicas que ya se han demostrado eficaces en otros países.
«No me parece que los billetes de tren, los bonos culturales y las promesas de casas baratas para todos puedan torcer el criterio que una mayoría del país se ha formado ya sobre quienes le gobiernan»
Un plan contra la sequía bipartidista, ambicioso y de largo alcance es lo que necesita España. Como necesita un modelo educativo que incremente la competitividad de las próximas generaciones. Como necesita reformas de su sistema productivo y de las relaciones laborales que atajen el problema del desempleo de verdad, sin trampas, con esfuerzo y más humildad y voluntad de entendimiento que la que exhibe el Gobierno cada vez que los datos les son aparentemente favorables.
Pero todo eso es difícil, sacrificado, poco vistoso y, desde luego, no garantiza la continuidad en el poder. En mi opinión, lo otro tampoco. No me parece que los billetes de tren, los bonos culturales y las promesas de casas baratas para todos puedan torcer el criterio que una mayoría del país se ha formado ya sobre quienes le gobiernan. Ni siquiera la subida de las pensiones lo hará. Las limosnas, no obstante, son más sencillas de dar y dejan la conciencia muy tranquila.