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El anonimato otorgado a los tenedores de criptomonedas plantea serios temores sobre usos ilegales de los fondos

El precio del bitcóin ha sufrido una nueva mutación salvaje, aumentando de 41 030 dólares el 29 de septiembre de 2021 a 69 000 dólares el 10 de noviembre de 2021, antes de volver a caer a 35 075 dólares el 23 de enero. Es su segunda mayor caída en valor absoluto, aunque ha sufrido caídas más grandes en términos porcentuales, como entre el 15 de diciembre de 2017 y el 14 de diciembre de 2018, cuando se derrumbó 83.8%. En términos más generales, se estimaba que el mercado de criptomonedas (que incluye unas 12 278) monedas) tenía un valor de 3,3 billones de dólares el 8 de noviembre de 2021, antes de desmoronarse a 1,75 billones de dólares el 30 de enero.

El bitcóin, un activo digital privado basado en una tecnología de libro mayor distribuido conocida como “cadena de bloques”, se utiliza como una moneda digital descentralizada –un sistema de dinero electrónico de pares-. Sin ningún valor intrínseco, su valuación de mercado (en términos de dólares estadounidenses) no es más que una burbuja.

Si usted entró temprano y “no lo soltó por nada del mundo” –el precio de bitcóin era de 327 dólares el 20 de noviembre de 2015-, estaría frente a una ganancia de capital del 11.521% al 30 de enero. Pero si bien bitcóin podría valer 200 000 dólares a fin de mes, también podría no valer nada. No existe ningún anclaje.

Si a través de una convergencia aleatoria de factores aleatorios, el bitcóin logra una valuación positiva en algún momento en el tiempo, las valuaciones subsiguientes supuestamente deben estar impulsadas por la condición de arbitraje que exige que los retornos ajustados por riesgo sobre diferentes activos sean iguales. Y como cero es siempre una valuación posible para bitcóin, se pueden esperar grandes oscilaciones en su precio.

Es verdad, lo mismo se aplica a la valuación del dinero fiduciario emitido por los bancos centrales. Si bien su uso para pagar impuestos y su condición de moneda de curso legal representan una ventaja respecto de las criptomonedas, la economía no alcanza a la hora de determinar el valor de mercado de esta obligación del banco central. Al no tener un valor intrínseco, solo se puede convertir libremente en sí mismo. Y si bien se puede postular una función de demanda disciplinada para los balances de dinero real, esto implica ignorar el problema.

Tampoco ayuda suponer en cambio que el stock real de dinero fiduciario del banco central brinda servicios productivos inespecíficos o permite usos misteriosos para los hogares. Lo mejor que ha ofrecido la economía es la suposición de que un trueque eficiente es imposible, y que el dinero fiduciario es por lo tanto necesario para ejecutar transacciones esenciales, como las compras de los consumidores.

Pero aún, si pudiéramos eliminar una demanda significativa de balances de dinero real de nuestro universo de dinero fiduciario intrínsecamente sin valor, determinar el precio del dinero (lo opuesto del nivel de precios general de los bienes y servicios) seguiría siendo problemático porque, en un mundo de precios flexibles, siempre habrá múltiples equilibrios.

Por ejemplo, supongamos que el stock de dinero nominal (la oferta total de dinero en la economía) y cualquier otro factor relevante se mantienen constantes. Inclusive en estas condiciones simplificadas, no hay nada que defina el valor inicial del nivel de precios. Siempre hay un equilibrio con un precio cero del dinero (que implica un nivel general de precios infinito). Asimismo, para las diferentes condiciones generales, pueden existir burbujas inflacionarias o burbujas deflacionarias racionales, ciclos límite o un comportamiento caótico. También hay un equilibrio “fundamental” único en el que el precio del dinero se mantiene positivo y constante. Finalmente, las transacciones aleatorias entre los diferentes equilibrios también pueden ser equilibrios en sí mismas. Con un comportamiento irracional y mercados ineficientes, el margen de agitación del mercado aumenta.

La economía neoclásica asegura que el equilibrio “fundamental” prevalece, mientras que la economía keynesiana evita el problema de los múltiples equilibrios al insistir en que el nivel general de precios no es un precio de activo flexible impulsado por el arbitraje. Por el contrario, es pegajoso o rígido. La historia asigna un valor inicial al nivel general de precios, que luego se actualiza con una ecuación de inflación dinámica como la curva de Phillips (que hace valer una relación estable e inversa entre la inflación y el desempleo). Esa estrategia no es espectacular, pero es aceptable.

Cuando el dinero fiduciario emitido por un banco central tiene valor, también lo tienen los activos privados que, según puede esperarse confiadamente, son factibles de convertirse en dinero del banco central a demanda y a un precio fijo (como los depósitos de los bancos comerciales). Y la garantía de depósitos del Gobierno fomenta esa confianza aun cuando la mayoría de los activos en manos de los bancos no son líquidos.

Por el contrario, las criptomonedas estables –monedas digitales que supuestamente se pueden convertir a dólares a demanda y a un precio fijo- son efectivamente depósitos sin garantía. Cuando y donde son aceptadas, pueden facilitar pagos digitales. Pero son riesgosas aún si los activos que las respaldan tienen un valor intrínseco. Y si lo recaudado con la emisión de una criptomoneda estable se invierte en activos cripto sin un valor intrínseco, la estabilidad de esa criptomoneda estable será puesta a prueba por los mercados.

La popularidad actual de las criptomonedas espectacularmente riesgosas e intrínsecamente sin valor es difícil de entender y la fe de los compradores en la capacidad de una cadena de bloques de mantener un registro inalterable de las transacciones pronto puede ser puesta a prueba por la llegada de la informática cuántica, creando aún más riesgos. Asimismo, la cantidad de energía consumida por los libros mayores distribuidos como prueba de trabajo –como la cadena de bloques de bitcóin- se vuelve sideral con cada transacción, lo que defiende el argumento de un precio del carbono apropiado o, a falta de eso, un impuesto a la minería de criptomonedas.

Finalmente, el anonimato otorgado a los tenedores de criptomonedas plantea serios temores sobre usos ilegales de los fondos, como evasión impositiva, lavado de dinero, ocultamiento de lo generado a partir de ataques ransomware y otros delitos informáticos, y financiamiento del terrorismo. El problema se ha tornado urgente –y la regulación tal vez no sea suficiente.

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*Willem H. Buiter es profesor visitante de Asuntos Internacionales y Públicos en la Universidad de Columbia.

Texto original publicado en Project Syndicate

 

 

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