Putin seduce a Trump en Alaska
El presidente de Estados Unidos acepta el marco narrativo del Kremlin en Ucrania y debilita así la presión occidental, La cumbre deja una imagen de legitimación del agresor
La cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin celebrada en Alaska pasará a la historia, no por los acuerdos alcanzados –hasta donde se sabe no los hubo–, sino por la escena que ofreció al mundo: la de un presidente ruso acusado de graves crímenes de guerra recibido con honores en territorio estadounidense mientras continúa su agresión sobre Ucrania. No hubo tregua, ni siquiera una promesa de reducir la violencia. Pero sí hubo aplausos, alfombra roja, y una sensación inquietante de desequilibrio diplomático.
Putin llegó a Anchorage con el objetivo claro de redibujar el marco de las negociaciones: rechazar cualquier alto el fuego incondicional y desplazar la responsabilidad del conflicto hacia Ucrania y sus aliados. A juzgar por el desenlace, lo logró. Al término de apenas tres horas de reunión, Trump comunicó a los líderes de la OTAN y a Volodímir Zelenski que el líder ruso no quiere una tregua, sino un acuerdo «global» que aborde las «causas fundamentales» de la guerra. De esta forma, Putin ha conseguido introducir, con la ayuda –voluntaria o involuntaria– de Trump, su narrativa en el discurso de Washington.
Lo que el Kremlin entiende por «causas fundamentales» es bien conocido: la expansión de la OTAN, el deseo de Ucrania de integrarse en Occidente, y el respaldo militar y económico que ha recibido de Europa y EE.UU. Bajo esa lógica, la guerra no es una agresión rusa, sino una reacción legítima frente a un supuesto cerco estratégico. Que Trump haya comenzado a hablar en esos términos –dejando de lado, al menos por ahora, su promesa de «consecuencias severas» si no se alcanzaba un alto el fuego– indica un giro preocupante en su visión del conflicto.
El presidente estadounidense lo apostó todo a su estilo: un enfoque personalista, sin guion, confiado en su capacidad de persuasión y en la química con su interlocutor. De hecho, describió el encuentro como «cálido». Pero el escenario no era propicio para ese tipo de informalidad. Putin no es Kim Jong-un ni un rival de circunstancias: es un autócrata formado en la disciplina del KGB, con años de experiencia como reclutador de colaboradores y moldeando escenarios a su favor. Su habilidad para utilizar la solemnidad del momento, la debilidad del oponente y la ambigüedad como herramienta de poder quedó una vez más de manifiesto. Putin derritió el ego de Trump afirmando públicamente que sin Biden en la Casa Blanca no habría invadido Ucrania, y le obligó a alinearse con su relato al asegurar que las elecciones de 2020 fueron amañadas con el voto por correo. La frase «el voto por correo es incompatible con la democracia» hará fortuna no sólo entre los seguidores de Trump, sino en muchos votantes de derecha y extrema derecha en el mundo.
En plena invasión de Ucrania, ver a Putin caminando sobre una alfombra roja, flanqueado por una guardia de honor, no solo ofende a las víctimas del conflicto, también desorienta a los aliados y da a Rusia exactamente lo que buscaba desde hace meses: legitimidad. El líder ruso ni siquiera se inmutó con la calculada escenificación del sobrevuelo de un B-1 escoltado por cuatro F-35 encima de su cabeza. La foto de Anchorage será celebrada en Moscú como una victoria diplomática. El mensaje es claro: el Kremlin puede seguir con la guerra y, al mismo tiempo, sentarse en la mesa de los poderosos como si nada estuviera pasando.
La cumbre concluyó sin resultados, pero sus efectos serán duraderos. La decisión de no exigir una tregua, de aceptar la retórica de las «causas profundas» y de postergar las medidas punitivas que Trump había prometido, deja a Ucrania en una posición más vulnerable. Kiev observa cómo su destino se discute sin su participación directa, mientras se le transfiere –implícitamente– la carga de facilitar la paz. Como resumió el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvédev, «la responsabilidad ahora recae en Ucrania y en Europa».
Y sin embargo, no todo está perdido. El fracaso de la cumbre ha generado una expectativa tan baja que cualquier avance posterior –por modesto que sea– podrá ser presentado como un éxito. Si Zelenski logra movilizar apoyo europeo, fijar condiciones claras y hacer valer su voz, podrá recuperar parte de la iniciativa. En ese sentido, que Trump flaqueara abre una ventana a una respuesta estratégica más firme desde el frente occidental. Pero será una carrera contra reloj. Putin ha ganado tiempo, influencia y visibilidad. Ha demostrado que puede seguir bombardeando mientras negocia. Y, lo más peligroso, ha logrado que un presidente estadounidense empiece a hablar en sus mismos términos debido a que sus intereses están en otras partes.