Que coman pastel
Una de las más famosas historias de la revolución francesa, es aquella vez que los habitantes de París reclamaron por la falta de pan, y ante las protestas, la reina María Antonieta exclamó jocosa “que coman pastel”. Aquella historia, que, aunque puede ser leyenda, calzaba perfectamente con la desconexión de la corte de Versalles con el pueblo llano y también la burguesía. Está en los libros de historia como el pueblo de Francia se vengó de las burlas.
Algo de ese espíritu de María Antonieta explica todo lo que ha pasado. El ministro Fontaine sugirió que las personas madrugaran para enfrentar el alza del metro. El ministro de Hacienda en el mismo espíritu burlesco de la reina de Francia les dijo a las personas de Santiago que compraran flores porque habían bajado. La intendenta de Santiago, más preocupada de su elección de gobernador, no se le ocurrió hacer ningún plan de contingencia el viernes para que las personas pudieran volver a sus casas, por la sencilla razón que nunca ha tenido problemas para desplazarse en su vida. Como hace ver Ascanio Cavallo en una columna de este diario, esta desidia de la autoridad regional recrudeció la violencia y volvió incontrolable el centro.
Pero el síndrome del pastel no es privativo del oficialismo. En una entrevista en modo publirreportaje del canal público, la nuera de la ex Presidenta Bachelet afirmó sin arrugarse que no había ninguna ilegalidad en el caso Caval. El mismo sábado que ardía Santiago, el hijo de la ex Mandataria volvió a decir en un medio escrito que no había nada malo que anduviera en un auto lujoso pagado con elusiones tributarias de la empresa de su esposa y tampoco que se saltara la fila del banco para obtener un crédito millonario. Si eso provocaba ira en 1789, resulta lógico pensar que en la sociedad de la información que vivimos hoy, los sentimientos siguen siendo los mismos. La burla de los privilegiados a las personas trabajadoras no es la causa fundamental de la revolución que estamos viviendo, pero si actúa como mecha del incendio.
La pregunta fundamental sigue siendo qué hacer. El gobierno tiene un momento histórico y si se lo propusiera en serio, podría liderar una segunda transición. En el 90 el país pudo construir un pacto político que reconstruyó el tejido nacional y dejó atrás los años de oscuridad. Hoy necesita un nuevo acuerdo nacional de paz social para terminar con una sociedad desigual en las oportunidades, y Piñera puede hacerlo. Pero debe actuar en serio, no pensando en las cámaras, ni en los hashtag de redes sociales. La oposición tiene responsabilidad en dejar atrás el jacobinismo del que ha hecho gala el Frente Amplio y el PC, las frases altisonantes pensadas para los likes y sumarse al acuerdo. Esto pasa por echar para atrás una reforma tributaria que implicaba disminuir el impuesto a los que más tienen, tener un sistema educacional público que integre y con calidad similar a los mejores colegios privados y no la reforma de baquelita que se hizo en el gobierno anterior, diseñar una administración pública donde tengan acceso los mejores y no solo los que tienen redes familiares, construir un acuerdo de pensiones que implique de manera responsable un alza para quienes hoy jubilaron por las AFP, redactar una nueva constitución y muchas otras cosas que ya han estado en la agenda y que el Versalles chileno ha boicoteado incitando a la gente a la calle. Y sin duda, hacer guardar silencio a todas las María Antonieta de su gobierno.