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Qué mala es la envidia

Madrid, un paraíso fiscal, la capital del dumping. Madrid, ese lugar en el que se construyen hospitales sin médicos como antes los mismos construyeron aeropuertos sin aviones y trenes que no van a ninguna parte. Madrid ¡qué vergüenza!

La cigarra y la hormiga, una fábula sobre el valor del esfuerzo, la diligencia y el ahorro. Un canto a los prudentes –como las vírgenes– , a los que en verano, se preparan para los rigores del invierno. Una crítica a quienes prefieren la diversión al trabajo y se burlan de los laboriosos, pero cuando todo les falta, no dudan en acudir a esos de quienes antes se burlaban.

Sobre cómo se cuenta, difiere el griego Esopo –el que se inventó la fábula– de quienes como La Fontaine o Samaniego la recogieron. “Si cantabas en verano, baila en invierno”. Esopo tiene clara la respuesta de la hormiga, más clara aún la moraleja. Sin matices.

No ocurre lo mismo con el francés y el español. El final es el mismo, pero tanto para uno como para el otro, la hormiga ya no es sólo ese animal afanoso y precavido que mal que bien, actúa finalmente conforme dicta la moraleja.

No, puede que la cigarra sea holgazana, que se merezca lo que le ocurre, pero la hormiga también se lleva su parte. Es una criatura codiciosa, egoísta y poco inteligente. Un bicho “duro” dice también La Fontaine. No hay virtud en la hormiga, sólo pecado en la imprevisión de la cigarra.

Y ahí empieza la degeneración de la fábula, la confusión en su enseñanza. Entre medias, tal como a mí me la contaron, la antes mezquina hormiga acude en socorro de una cigarra desfallecida de hambre y ésta promete cambiar, como si no fuese en su naturaleza ser como como es.

Pero hoy, la cigarra no toca, humilde, la puerta de la hormiga para pedirle ayuda, ni mucho menos reconoce el error de su imprevisión. Durante el verano la cigarra se ríe de la hormiga y le entorpece su camino al hormiguero y cuando llega el invierno, no le pide, le exige el alimento y después de criticar que tenga la despensa llena, se lo lleva.

Madrid escuece. Molesta Madrid tanto como la hormiga a la cigarra. Madrid da envidia. Hay que acabar con todo lo que tiene de bueno Madrid.

Los que nos quitan una parte de lo que ganamos con nuestro trabajo, otra parte de lo que compramos, otra de nuestros ahorros y hasta lo que de muertos dejamos a nuestros deudos. Esos que dilapidan nuestro dinero sin rendirnos cuentas. Los que se lo gastan como si fuese suyo en regalías para sus amigos, para sus organizaciones amigas o para sus mareas afines. Los que lo despilfarran en agencias espaciales, delirantes procesos de independencia, proyectos de ingeniería social o simplemente en juergas. A esos les molesta que haya quien prefiera expoliar menos y administrar mejor. Porque les pone en evidencia, como las hormigas a las cigarras, y prefieren matar a la hormiga –después de robarle–, que seguir su ejemplo.

Y hete aquí que la hormiga construye un hospital público en tiempo récord, y que lo ofrece, además a toda España, y se produce entonces un espectáculo inaudito: esos cuyas únicas aportaciones a la lucha contra la pandemia han sido el caos, la ineptitud y la mentira. Esos, en lugar de agradecer que haya alguien que haga algo productivo, algo de lo que incluso –retorciendo la realidad– podrían ponerse la medalla, montan en cólera y dedican todos sus esfuerzos –los únicos– a una infame campaña de descalificación.

Y se me ocurre que preferiría vivir en un lugar en el que gobiernen las hormigas, antes que donde las cigarras, envidiosas, despilfarradoras y vengativas, apenas me dejan vivir.

 

 

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