Que siga la fiesta hasta que se acabe el trago
La reunión de la cumbre climática en Glasgow terminó con un sabor agridulce que se resume en una palabra: ambigüedad. El timonazo que permitiría corregir el rumbo de la crisis quedó en el aire. Se mantiene la meta de hace cinco años en la cumbre de París: no superar en 2030 el aumento de 2.5 grados en el nivel promedio de la temperatura mundial existente antes de la Revolución Industrial, cuando se disparó la insaciable demanda de energía generada en estos 200 años a partir de fuentes fósiles contaminantes –primero el carbón, luego el petróleo -.
Saltan a la vista dos elementos estructurales de esta crisis que ya va para catástrofe ambiental. No existe una autoridad mundial guardiana e impulsora de los acuerdos concertados en las cumbres, que los vuelven compromisos no obligantes, cuyo cumplimiento depende de la buena voluntad de los gobiernos nacionales, del reclamo amistoso entre ellos. Un vacío ahondado por el sistema de Naciones Unidas, que se debilita mientras que la interdependencia entre las naciones crece incontenible, como en el caso ambiental. Son ahora los ciudadanos los que se han tomado la palabra.
El segundo elemento es que hoy el mundo ya no se divide entre países capitalistas y socialistas, sino entre ricos (“desarrollados”) y pobres (“subdesarrollados”); entre industriales y países extractores de riquezas naturales, de materias primas. La crisis ambiental no tiene raíces ideológicas (“el capitalismo neoliberal”) sino económicas, de un sistema productivo globalizado y centrado en la acumulación de poder en cabeza de gobiernos y oligarquías “transnacionalizadas”; también despilfarrador de unas fuentes de energía terriblemente contaminantes, y hasta ahora baratas y abundantes. Y, está claro, los más ricos y poderosos contaminan más, mientras que los pobres solo una fracción del total, pero sin embargo son los más vulnerables e indefensos ante ese impacto. En la cumbre de París, los ricos se comprometieron a realizar un volumen grande de inversiones para lograr cero emisiones de carbón para el 2050. Al momento de Glasgow solo habían invertido el 20% de lo ofrecido.
Este año ofrecieron recursos no especificados en su monto para enfrentar la deforestación de las selvas tropicales (Amazonas y Congo), reducir el consumo de carbón contaminante y eliminar la financiación de combustibles fósiles; como quien dice, el grueso del esfuerzo por parar la devastación va por cuenta de los pobres que no son los responsables, con un elemento adicional, y es que las amenazas y sanciones son ciertas, mientras que los apoyos para hacer la tarea son en el mejor de los casos, vagos. Mientras tanto, los grandes contaminantes no aceptan restricciones y se preparan, especialmente su sector privado empresarial y tecnológico, para el gran (y necesario) negocio del siglo: la transición a sistemas energéticos de baja emisión.
Ni la pandemia con su altísima capacidad de contagio, que le da un carácter social y diría que solidario, ni la amenaza cierta de una catástrofe en marcha han sido capaces de hacerle entender a los humanos, especialmente a los poderosos, que la riqueza y el poder son ilusiones pequeñas y mezquinas, despreciables y asesinas cuando enfrentamos los desafíos a la vida. Parecería como si Nerón no hubiera sido un monstruo, sino un simple humano de rumba mientras que el mundo se cae a pedazos. ¡Qué siga la fiesta hasta que se acabe el trago!