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¿Qué va a pasar en Cuba?

Cómo terminará al fin la pesadilla castrista es la interrogante que planea hoy sobre toda la Isla, con la crisis del régimen comunista ya en el fondo del barril, y sin solución posible.

Raúl Castro.
Raúl Castro. RTVE

 

 

Una vez, conversando con el inolvidable Carlos Alberto Montaner, ambos nos hicimos la misma pregunta de arriba en el título, y me dijo: «Roberto, en Cuba puede pasar cualquier cosa«.

Es cierto, cualquier cosa. Cómo terminará al fin la pesadilla castrista es la interrogante que planea hoy sobre toda la Isla, con la crisis del régimen comunista ya en el fondo del barril, y sin solución posible.

Se han desplomado los soportes existencialesde la vida nacional: la agricultura, el sistema energético, las industrias azucarera, alimentaria, construcción, manufacturera, comunicaciones, tabacalera, textil, farmacéutica, poligráfica, la pesca, y el transporte. El turismo internacional no levanta cabeza, la explotación de médicos en ultramar aporta ahora el 66% de las divisas que dio durante dos décadas. Están casi colapsados los sistemas de salud pública, educación, y la asistencia social. El país produce cada vez menos, necesita importar el 80% de todo lo que consume y no tiene dinero para ello.

El propio Miguel Díaz-Canel lo admitió por la TV castrista: «Hoy las divisas prácticamente nos están dando para comprar un poco de combustible que no alcanza, y fraccionadamente la canasta y otros insumos que son necesarios para mantener la vitalidad de lo fundamental de la población». O sea, de bajar un tilín ese exiguo nivel de divisas (y va a bajar) no habrá dinero ni para sustentar esa «vitalidad fundamental».

Cualquier cambio posible pasa necesariamente por las FAR

Por eso no puedo evitar imaginar distintos escenarios posibles, aunque consciente de que casi nunca se cumplen, desbordados por grandes sorpresas.

Para empezar, cualquier cambio grande en Cuba necesariamente pasa por las Fuerzas Armadas. El castrismo es castrense (valga el juego de palabras) de nacimiento y lo será hasta su desaparición, aunque se vista de Caperucita.

Hay militares de alta graduación y de menor rango con mando de tropas, convencidos de que «esto no da más», y si no han sacado las uñas ha sido por temor al pelotón de fusilamiento. También hay oficiales con mando de tropas dispuestos a no obedecer órdenes superiores de disparar contra una eventual sublevación popular en las calles.

Por el contrario, hay esbirros y sus jefes del MININT dispuestos a vender caras sus vidas a tiro limpio antes de ser apresados y juzgados por sus crímenes y abusos.

Pero lo más importante a la vista es que hay tirantez entre militares no incluidos en la piñata millonaria de GAESA, y los que están enquistados en ese emporio militar capitalista, son millonarios y «viven como Carmelina».

Eso podría terminar de dos formas distintas: 1) un acuerdo entre los dos bandos para compartir las ganancias de GAESA y expandirlas abriendo un poco la mano al sector privado, eliminando el monopolio agrícola de Acopio para que la gente coma y viva un poco mejor, y no proteste; o 2) un enfrentamiento entre ellos de imprevisibles consecuencias.

¿Mutación de estalinismo ortodoxo a neocastrismo «liberal»?

Vayamos ahora a posibles escenarios imaginarios. Uno podría ser la mutación del actual castrismo ortodoxo-estalinista hacia un neocastrismo «liberal» (importantísimas aquí las comillas) con más espacio al sector privado para que la población viva algo mejor, no pase hambre, y no proteste. Todo controlado por el Gobierno. Y presionar internacionalmente, como nunca, para que Washington levante el embargo.

La experiencia china muestra que puede haber una dictadura totalitaria arriba y capitalismo abajo que la sustente. En China hoy gobierna el mismísimo Partido Comunista de Mao Tse Tung que mató a 65 millones de ciudadanos, de hambre o fusilados. En Rusia hoy manda un exoficial comunista de la KGB, el nuevo zar imperial Vladimir I, apuntalado por una mafia capitalista que controla la macroeconomía rusa.

Ese neocastrismo no sería políticamente tan plural como el modelo ruso (varios partidos políticos legales), ni tan liberal económicamente como el modelo chino con su consigna de «Enriquecerse es glorioso» (lanzada por el genocida Deng Xiaoping hace 45 años).

De una mipymización de la economía cubana, o sea, la trampa para que Joe Biden financie al régimen con créditos y préstamos bancarios a las MIPYMES cuyos propietarios son enchufados a la dictadura, no vale la pena hablar, pues es inviable con la economía y su infraestructura en estado de postración.

La consigna de Raúl Castro

Claro, el final del castrismo podría ser también traumático. Raúl «El Cruel» se dice a sí mismo: «Después de mí, el diluvio». El misántropo de Birán empuja criminalmente el país hacia un final violento. La saña y el odio de la dictadura contra la sociedad civil se ha disparado últimamente con la obsesiva represión política y el rechazo a abrir la economía al sector privado para que la gente al menos no pase hambre.

Otra cosa: el ¿general? cumplirá pronto 93 años y no parece estar tan delicado de salud como algunos afirman, pero los cambios tienen que ocurrir ¡ya!. No se puede esperar a que coloquen sus restos en el mausoleo de Sierra Cristal.

A un lado las especulaciones, lo medular en todo esto es que pase lo que pase en Cuba la sociedad civil debe estar organizada y preparada para presentar una alternativa viable y confiable de poder político, cuando ya el castrismo ortodoxo está punto de caer como la manzana que golpeó a Newton, esta vez podrida, más que madura.

Sí, en Cuba hay una maquinaria de terror y represión como no la hubo en ningún país del «campo socialista» en su fase final. Pero también con una crisis humanitaria ya oyendo la conversación, y el régimen castrista es hoy más débil que nunca.

Un frente unitario de salvación nacional  

Para terminar con algo lo inteligente es tener listo el repuesto. Y de eso se trata, de elaborar una propuesta como alternativa de nuevo poder transitorio que sustituya al anterior. Preferiblemente, mediante negociación con militares no represores ni corruptos, y una cúpula ídem del PCC. Porque sin la participación de la sociedad civil apoyada por militares con vergüenza los actuales usurpadores del poder en Cuba no se van a ir.

Un amplio frente unitario de salvación nacional, o como se le quiera llamar, aglutinaría a opositores políticos, defensores de derechos humanos, Damas de Blanco, sindicatos y periodistas independientes, artistas, intelectuales y demás representantes de la sociedad civil, que se unirían tácticamente, sin perder su identidad y la independencia de cada uno de ellos como organización específica, para constituir una abrumadora fuerza nacional política y social.

El pueblo, representado por esa unitaria entidad nacional, y con respaldo internacional, podría hablar a la elite castrista (y al mundo) con una sola voz, y presentar un factible programa de Gobierno provisional, a negociar con militares y civiles del PCC no autores de crímenes y abusos, lo cual pudiera conducir finalmente a un Estado de derecho y economía de mercado.

Así lo enseña la historia. Fueron frentes políticos unitarios los que pusieron fin civilizadamente al comunismo en Europa, excepto en Rumanía. Es cierto que se gestaron al compás de los aires renovadores de la perestroika de Gorbachov que soplaban desde Moscú, y no para sepultar el comunismo, sino para «reestructurar, mejorar y democratizar» el comunismo soviético.

En Rumanía corrió la sangre y en Bielorrusia no hubo cambio

Pero también es cierto que, si bien esos pueblos se emanciparon al influjo de la perestroika, si no se hubiesen creado los frentes políticos unitarios de opositores y sociedad civil habría corrido mucha sangre. Fue lo que ocurrió en Rumanía.

Allí no hubo un frente unitario de salvación nacional con Ceausescu en el poder. Se creó después de la masacre de más de 1.200 personas en las calles que llevó al derrocamiento violento del sanguinario dictador, el 22 de diciembre de 1989. ¿Pudiera eso ocurrir en Cuba? Sí, sobre todo si no se le pone fin a la ya mencionada consigna criminal de Castro II.

Además, sin esa unidad de las fuerzas políticas anticomunistas en Europa Oriental habría habido reacomodos político-militares de la nomenclatura gobernante para mantenerse en el poder. Así sucedió en Bielorrusia, que luego de declarar su independencia de la URSS sigue gobernada por Aleksandr Lukashenko, un dictador comunista que mantiene la economía estatal y es un títere de Putin.

En fin, salvando las diferencias culturales, históricas, sociales, de idiosincrasia, desarrollo económico, y de menor represión política, resulta útil echar un vistazo al protagonismo de los frentes políticos opositores en la caída del comunismo en Europa del Este. Incluso solo como referencia histórica es muy valioso. Lo haré en otro artículo.

 

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