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¿Quién envenenó a Alexéi Navalni, el principal opositor de Putin?

Alexéi Navalni, el gran opositor a Putin, ha recibido el alta tras sufrir un intento de envenenamiento, un mes después de ingresar en el hospital Charité de Berlín. ¿Quién lo envenenó? ¿Qué lo hacía tan peligroso? Diversos indicios apuntan a las más altas esferas rusas, donde la eliminación de las voces críticas se está convirtiendo en un siniestro hábito. Hablamos con expertos y testigos. Por VV.AA./ Ilustración: Der Spiegel

 

 

La tarde antes de su envenenamiento, Alexéi Navalni está en plena forma. Participa en un acto en Tomsk (Siberia) con algunos partidarios. En el turno de preguntas, uno le pregunta cuál es su defensa ante quienes lo acusan de ser un proyecto del propio Kremlin. A fin de cuentas, si fuera un opositor de verdad, ¿no lo habrían matado ya?

Navalni sonríe. «Tengo que justificarme hasta de seguir vivo», responde. Y recuerda al opositor Borís Nemtsov, abatido a tiros en 2015 cerca del Kremlin. «Matarme solo serviría para crearles más problemas a los que tienen el poder -responde-. Como pasó con Nemtsov. Protestas, homenajes, camisetas con su nombre…».

La primera sospecha de los médicos rusos es que ha sido envenenado. Más tarde cambian su diagnóstico y hablan de un problema metabólico o de azúcar en sangre

Ninguno de los presentes puede imaginar que, en realidad, está asistiendo a las últimas horas en las que Navalni es capaz de hablar. Hospitalizado en Berlín, en la unidad de cuidados intensivos del hospital Charité. Los médicos aseguran que su estado es grave, no descartan daños permanentes en su sistema nervioso. Y, sobre todo, afirman que ha sido envenenado.

Se le oye gritar de dolor

Navalni aterrizó en Berlín porque Angela Merkel se implicó personalmente. La canciller se informa a diario sobre su estado de salud. El envenenamiento de un opositor ruso se ha convertido en un asunto de política internacional. La cuestión central es la identidad de los asesinos y, especialmente, su posible relación con el Kremlin. ¿Fue Putin quien encargó quitar de en medio a su principal crítico? ¿De dónde salió el veneno? ¿Cómo llegó a su organismo? ¿Y hasta qué punto lo ocurrido está relacionado con las protestas en Bielorrusia contra el fraude electoral del dictador Aleksandr Lukashenko? Leonid Vólkov, jefe de gabinete de Navalni, no tiene dudas: Putin es el culpable.

Todo lo ocurrido habla por sí mismo: el jueves 20 de agosto, Navalni y dos colaboradores se dirigen temprano al pequeño aeropuerto de Tomsk para volver a Moscú. Navalni entra en la sala de espera y pide un té en una cafetería. Su avión está programado a las 7.55 para un vuelo de más de cuatro horas. Esa misma tarde tiene que grabar en Moscú su programa semanal en Internet, pero ni siquiera llegará a la capital rusa.

En las imágenes grabadas en el avión se le oye gritar de dolor poco después del despegue. El piloto realiza un aterrizaje de emergencia en Omsk, a pesar de que una amenaza de bomba en el aeropuerto casi lo impide. En el Hospital de Emergencias Número 1 le dan atropina, un antídoto, y le inducen un coma. La primera sospecha de los médicos es que ha sido envenenado. Acuden especialistas y se envían muestras de sangre y orina a laboratorios de Moscú.

Más tarde, los médicos de Omsk cambian su diagnóstico. No se han hallado restos de veneno, afirman. El médico jefe cree que puede ser un problema metabólico o de azúcar en sangre. Poco después, Kira Yarmish -portavoz del político opositor- tuitea que a la familia le han comunicado que Navalni está contaminado con una sustancia peligrosa para él y para los que lo rodean.

¿Los médicos han recibido amenazas o datos falsos de los laboratorios de Moscú? ¿Influye que el médico jefe sea leal militante de Rusia Unida, el partido de Putin? ¿Es relevante que en la habitación de Navalni haya hombres que parecen del FSB, el Servicio Federal de Seguridad? ¿Se intenta ganar tiempo mientras desaparece el veneno?

La situación no cambia durante dos días, a pesar de que la esposa de Navalni no deja de pedir el traslado del paciente. Finalmente, el viernes de la semana en la que fue envenenado, un pequeño Challenger de una compañía de vuelos chárter alemana llega a Omsk preparado para llevar a Navalni a Berlín. Se trata de un avión medicalizado con una UCI y personal sanitario. Pero el médico jefe y el resto de la dirección del hospital ruso se niegan a dejar marchar a su paciente, aseguran que no está en condiciones de viajar.

A esas alturas, media Europa está ya pendiente del caso Navalni. Merkel en persona presiona para que Putin acceda al deseo de la familia de que sea trasladado a un hospital alemán. Pero no lo hace con una llamada directa al presidente ruso, sino que se vale de una conversación telefónica entre Putin y su homólogo finlandés, Sauli Niinistö, persona de confianza de Putin. A la media hora de terminar la conversación, llega la autorización para el vuelo que lo llevará a Berlín.

El opositor innombrable

Es así como un opositor ruso -a quien Putin nunca menciona por su nombre- acaba convertido en una especie de invitado de excepción de la canciller alemana. A primera hora del sábado 22 de agosto, una ambulancia con escolta policial recoge al paciente en el aeropuerto berlinés. Navalni es ya una cuestión de Estado. Las Fuerzas Armadas alemanas han puesto a disposición de los médicos un transporte especial, una especie de sarcófago con ventilación propia, por si Navalni pudiera ser peligroso para otras personas. El político ruso es trasladado a Charité entre sirenas de Policía. El lunes, los médicos alemanes confirman lo que negaba Omsk: envenenamiento.

El Kremlin sigue evitando pronunciar el nombre de Navalni. «El paciente» es la forma que utiliza. Y niega cualquier implicación, entre otros motivos porque niega que haya delito. En palabras de su portavoz. «Para investigar, hace falta una razón. Y solo tenemos a un paciente que ha estado en coma». Finalmente, hace unos días, la Fiscalía rusa anuncia que va a iniciar una investigación, pero solo después de que desde Moscú se haya planteado la sospecha de que todo el asunto puede ser un montaje orquestado por Alemania.

Los secretos del paciente ruso

Navalni, trasladado a Berlín el 22 de agosto. Alemania exige explicaciones a Moscú sobre el caso, que se suman a las que pide por el asesinato en Berlín de un checheno en 2019 o los ataques de hackers rusos, en 2018, a la red de datos del Gobierno.

 

Alexéi Navalni es un político con un talento excepcional. «Posee un talento único -dice la politóloga moscovita Yekaterina Schulmann-. Y tiene carisma, presencia física». Su carrera política empieza en los años noventa, pero es en 2013 cuando Putin es consciente de que Navalni no es como los otros opositores.

El año anterior, Putin ha vuelto a la Presidencia después de cuatro años como primer ministro. Tras aplastar las intensas protestas en su contra organizadas por la oposición, se siente tan seguro en el Kremlin que permite que Navalni se presente a las elecciones a la alcaldía de Moscú. La idea es que sirva de inofensivo sparring para dar apariencia de legitimidad a las elecciones. Pero el experimento casi sale mal: el candidato de Putin evita por los pelos una peligrosa segunda vuelta. Navalni logra un inesperado 27 por ciento de los votos.

Han pasado siete años de aquello y la constancia de Navalni impresiona. En diciembre de 2016 anuncia su intención de disputarle la Presidencia a Putin en las elecciones de 2018. Para muchos rusos es una aspiración inocente, a fin de cuentas el que decide quién se presenta y quién no es el propio Kremlin. Pero Navalni está dispuesto a vender caro el veto oficial. Moviliza a sus partidarios, viaja por todo el país, hace campaña como si de verdad fuese candidato a la Presidencia. Como les dice a sus seguidores: hagamos como si en Rusia hubiese una política libre. Y quizá así la haya.

Tal y como estaba previsto, el Kremlin le niega a Navalni el registro como candidato. Sin embargo, su campaña le sirve para construir de facto un nuevo partido de oposición, aunque no se lo llame así. Porque tiene todo lo que necesita un partido. cuadros regionales, una base, un líder y una ideología. El propio Navalni la resume en «no mentir, no robar». A la par que construye su propio altavoz mediático. Su emisora se llama YouTube. Su estrategia: un género nuevo en Rusia, el documental anticorrupción.

Señalar a los corruptos

En lugar de áridas cifras, en los vídeos de Navalni aparecen lujosas mansiones a vista de pájaro, fotos privadas de los poderosos sacadas de Instagram y Facebook. Su principal éxito es un vídeo de 2017 sobre el primer ministro Dimitri Medvédev. Graban desde un dron su residencia secreta en el Volga y su viñedo en la Toscana. El vídeo tiene 36 millones de reproducciones en YouTube. Provoca grandes manifestaciones y deja dañada para siempre la reputación de Medvédev.

Navalni habla todos los jueves a las ocho de la tarde para sus seguidores a través de su canal de YouTube, Navalni Live. Su última aparición es el 13 de agosto, una semana antes de su envenenamiento. El tema ese día son las manifestaciones en Bielorrusia. Navalni habla con entusiasmo y busca constantes paralelismos con Rusia. En el país vecino se ha hecho realidad el escenario que desea para Rusia: se ha permitido presentarse a las elecciones a un candidato opositor de verdad, Svetlana Tijanóvskaya. Lukashenko ha abierto una mínima rendija y la oposición se ha colado por ella. Para sus detractores, es evidente que Navalni quiere que la chispa de Minsk prenda en Rusia y que se desate un incendio.

En las élites rusas son muchos los que le desean toda clase de males a Navalni. Pocos han conseguido hacerse tantos y tan poderosos enemigos como él. Entre los villanos habituales de sus programas de denuncia figuran el fiscal general Yuri Chaika; el antiguo primer ministro Medvédev; el portavoz de Putin, Dimitri Perkov; el director de la agencia espacial; diputados de la Duma… Algunos de ellos han llegado a amenazarlo abiertamente. Entre los más enfadados figuran Víctor Zólotov, antiguo guardaespaldas de Putin y hoy jefe de la poderosa Guardia Nacional, y Yevgeny Prigozhin, en tiempos cocinero de Putin y ahora presidente de Wagner, un conglomerado de compañías que incluye su propio ejército de mercenarios.

Es posible que al final sea el propio equipo de Navalni el que esclarezca lo sucedido: han prometido publicar un informe sobre las pesquisas del político en Siberia. Según sus investigaciones, Navalni indagaba sobre actividades corruptas de miembros de Rusia Unida en la ciudad siberiana.

De momento, solo se puede especular con la identidad de los criminales. ¿Son los enemigos que el político se ha creado en Siberia? Ksenia Fadeyeva -jefa del gabinete de Navalni en Tomsk- no lo cree así: «Ni el gobernador ni los jefes locales se atreverían sin el visto bueno de las altas instancias».

El visto bueno de las altas esferas

¿Ha sido el propio Putin? «No me puedo imaginar que Putin se sienta débil o vulnerable ante Navalni -asegura la analista Tatiana Stanovaya-. Ni siquiera lo considera un político, sino un traidor. Por eso, ni lo menciona por su nombre. Otros, como el director del FSB o el jefe de los servicios secretos, sí ven a Navalni como una amenaza seria. Pero Putin no».

Sin embargo, Gleb Paulovski -en tiempos un influyente asesor al servicio del Kremlin- no tiene dudas: «Un intento de asesinato como este es muy arriesgado. Solo lo puedes hacer si cuentas con el visto bueno de las altas esferas, yo diría que del primer nivel directivo por debajo de Putin y su entorno más inmediato. Como mínimo». Eso sí, no cree que se le pidiera permiso directamente al presidente ruso. «A Putin no le gusta dar instrucciones directas. Pero tampoco hay que consultarle todo. Quien lo ha hecho, seguramente, cree actuar en interés de Putin». Es decir: Putin no envenena a sus rivales, pero ha creado un sistema en el que un acto de ese tipo queda impune.

“A Putin no le gusta dar órdenes directas ni se le consulta todo. Quien lo ha hecho, seguramente, cree actuar en interés de Putín”, dice un experto

Por de pronto, el Gobierno alemán ya ha certificado que en el cuerpo de Alexéi Navalni había rastros del agente nervioso Novichok. Antes de conocer los resultados de las pruebas de toxicología, realizadas en un laboratorio militar germano, los médicos ya habían detectado el bloqueo de una enzima en su sistema nervioso: la acetilcolinesterasa. Y el Novichok se encuentra entre las sustancias desarrolladas con fines militares -el sarín o el tabún también están en la lista- que provocan este efecto.

El Novichok pertenece a una familia de agentes de uso militar englobadas bajo este nombre; sustancias creadas en laboratorios de máxima seguridad de la extinta Unión Soviética. Las personas expuestas a la toxina pierden el control de los esfínteres, babean, sufren espasmos… Si se inhala, en unos minutos despliega todo su efecto. Si se ingiere, los expertos estiman entre media hora y una hora como mucho. Si entra en el cuerpo a través de la piel, pueden trascurrir horas. Es posible que este fuera el caso de Navalni, lo que significaría que el famoso té en el aeropuerto de Tomsk difícilmente habría sido el causante.

Se trata, de hecho, de un agente tóxico ya conocido en el juego criminal contra los opositores al régimen de Putin. El 4 de marzo de 2018, miembros del GRU, los servicios secretos militares rusos, extendieron esta toxina en el pomo de la puerta de la casa del antiguo agente doble Serguéi Skripal en Salisbury (Inglaterra). Skripal y su hija Yulia tocaron el pomo y, poco después, fueron hallados inconscientes en un parque. Esquivaron la muerte por los pelos.

Los expertos del hospital berlinés donde se trata a Navalni han pedido ayuda a Porton Down, el principal centro británico de investigación de armas químicas y biológicas, famoso por su actuación en el caso Skripal. Sus científicos confirmaron casi de inmediato el empleo de Novichok en Salisbury y, más tarde, se convirtieron en la diana de numerosas fake news, difundidas por los medios estatales rusos, según las cuales la toxina en realidad procedería de estos laboratorios británicos.
El envenenamiento de personas no gratas cuenta con una larga tradición en Rusia. Piotr Verzilov lo sabe bien. Este conocido opositor ruso fue víctima de un envenenamiento en 2018. Empezó a tener problemas de visión, le costaba hablar, acabó inconsciente. Él también fue trasladado en avión a Berlín y tratado en la clínica de la Charité. Los médicos alemanes concluyeron que el envenenamiento era «la explicación más plausible».

‘Ventajas’ de matar con veneno

«Cuando vi las imágenes de Alexéi en Omsk, tuve claro que lo habían envenenado. Era lo mismo que me pasó a mí», dice Verzilov, convencido de que el Kremlin está detrás. Putin y su entorno, asegura, actúan como si vivieran en la época de Maquiavelo, tramando envenenamientos y asesinatos contra sus enemigos. Para los dirigentes del país, el envenenamiento se ha convertido en «un método de trabajo lleno de ventajas», añade. Es más efectivo que una acusación judicial y, además, provoca un sufrimiento prolongado.

El político opositor ruso Borís Nemtsov o la periodista Anna Politkóvskaya fueron asesinados a tiros y murieron rápidamente. El envenenamiento lleva más tiempo. Y ese es el efecto psicológico que se persigue.

Como apunta el experto en servicios secretos Andréi Soldatov, todo envenenamiento encierra un mensaje, dirigido tanto a los compañeros del envenenado como al conjunto de la sociedad. En el caso de Nalvani, dice Soldatov, este mensaje es: meterse en política significa ponerse en serio en peligro.

© Der Spiegel | A. Chernyshev, C. Esch, M. Gebauer, C. Grozev, C. Hebel, M. Knobbe, M. von Rohr, M. Rosenbach, F Schmid, C Schult, C Seidler, S Weiland

 

 

 

 

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