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Quién es Luis Salas, nuevo Zar de la economía venezolana

Lsalaxs22Luis Salas, Ministro de Economía Productiva y Vicepresidente de Economía

Según el presidente Nicolás Maduro, Salas es un joven Venezolano Profesor Universitario de 39 años. Se graduó de sociólogo en la UCV, estudió una maestría en Chile, es director fundador del Centro de Estudios de la Economía Política de la UBV. Es profesor titular de Economía Política, docente e investigador.

El reportero y escritor Daniel Lozano indicó que la designación de Salas no sorprende, puesto que el nuevo Ministro presentó el libro del economista español cercano a Podemos, Alfredo Serrano, titulado “América Latina en disputa”, quien es considerado por Maduro como el “Jesucristo español”.

“Con Luis Salas ganan los ortodoxos frente a los más pragmáticos de la revolución”, publicó Lozano en Twitter.

Según un artículo de Caracas Chronicles, Luis Sala formaría junto a Tony Boza y Alfredo Serrano al ala más radical de los economistas del chavismo. “El nuevo grupo de asesores económicos viene del ala de izquierda radical dentro del chavismo, tan aterrador como suena. Si se promulgan sus propuestas van a enterrar a Maduro y al chavismo bajo una montaña de papel moneda sin valor, pero no antes de desatar el caos y el dolor en nuestra economía y sociedad”, dice la web.

Favorecen los controles básicamente en todo. Para ellos, los controles de cambio existentes han sido un éxito rotundo, con sólo unos pequeños detalles para ajustar. Sus propuestas más locas incluyen la nacionalización de todo el comercio exterior y los bancos, el control de todos los precios en la economía, – todos ellos – y la búsqueda de formas de involucrar a todos los ciudadanos en la aplicación de los precios oficiales”, explica sobre el “trío” en el que involucran a Salas, llegando a afirmar que sus propuestas podrían empujar a Venezuela al borde de una hiperinflación.

 

UNA NOTA DE LUIS SALAS EN APORREA: (Va sin editar. No están corregidos los errores gramaticales, etc., ni se incluye ningún SIC. América 2.1)

 

La Hiperespeculación: cómo entenderla, cómo enfrentarla, cómo vencerla (I)

LUIS SALAS – 24 de agosto de 2015 

«No hay medio más sutil o más seguro de trastocar la base existente de la sociedad que el de corromper el dinero». John M. Keynes. «Ensayos de persuasión.»

«La práctica de lo económico es la tensión de los intereses materiales de los individuos que concurren al acto del intercambio mercantil. Y no menos, el ejercicio del poder político, por acción o abstención, para inclinar la resultante de las fuerzas en cierta dirección«. Asdrúbal Baptista. «La vida intelectual del economista.»

¿Por qué si mi dinero no vale nada los comerciantes lo quieren todo?

Todas y todos hemos escuchado o leído la frase según la cual, en las actual coyuntura económica de aumento constante de precios que enfrenta el país, nuestro dinero «no vale nada» o «vale cada vez menos«. En estos días un reportaje de CNÑ comparaba de hecho al bolívar con una «servilleta gracienta sin valor alguno«, todo a partir de la foto subida por un ¿espontáneo? a una rede social sosteniendo una enpanada destilante de aceite con un billetes de dos bolívares.

Sin embargo, a dicha aseveración que parece absolutamente cierta dado todo lo que tenemos que gastar para comprar las mismas cosas que antes comprábamos por mucho menos dinero, se le contrapone el hecho, también evidente, de que quienes nos venden algo, cada día, ponen lo mejor así para quedarse con la mayor parte posible de dicho dinero. Lo que motiva preguntarse: ¿por qué estarían interesados los comerciantes por hacerse tanto de algo que, se asegura con tanta vehemencia, no tiene valor alguno en manos de los consumidores?

Esta es una pregunta mucho menos trivial de lo que parece. Y que no puede despacharse, como es la costumbre, con el argumento «experto» según el cual los comerciantes necesitan sacarnos más dinero, precisamente, porque vale menos, dado que ellos y ellas deben pagar a su vez las mercancías que nos venden y los gastos en que incurren, incluyendo los personales, también con mucho más dinero. Eso desde luego es cierto. Pero en cuanto explicación es chucuta, pues equivale a explicar el problema por el problema mismo («el dinero pierde valor porque pierde valor«) desplazándolo hacia atrás en la cadena de comercialización.

Veamos. El dinero en cuanto tal es una mercancía cuya única utilidad es su poder de compra, esto es, el que a través suyo podemos comprar otras mercancías. Es decir, el dinero no comporta ninguna otra utilidad importante distinta a su poder de comprar, cualidad que, en sí misma, es una convención social e institucional: depende de un conjunto de reglas e instancias que lo hacen posible y permiten. Así por ejemplo, vía decreto, se puede crear un nuevo tipo de moneda en sustitución de una vieja. En razón de dicho decreto, la nueva moneda pasa a ser dinero mientras la vieja deja de serlo, pero no porque ésta última hayan cambiado físicamente, desgastado o perdido un atributo intrínseco, sino porque el decreto así lo estableció (por caso: cuando se pasó del viejo bolívar al Bolívar Fuerte). Distinto es por su puesto el caso de las otras mercancías, continentes éstas sí de utilidades intrínsecas. Por ejemplo: los alimentos, cuya utilidad es comérselos, siendo que su valor depende de dicho atributo que les es propio.

Por otra parte, el valor del dinero y por tanto su precio, no viene determinado como en el caso de las otras mercancías, por los costos implicados en su elaboración y comercialización. Esto es: hacer un billete de cien bolívares no cuesta necesariamente más que hacer uno de dos bolívares, e incluso, hacer una moneda de dos bolívares puede en cuanto sus costos ser más caro que el billete de cien. Pero no por eso la moneda de dos bolívares vale más, pues el que vale más, así elaborarlo sea más barato, es el billete de cien, porque según la convención social-institucional de la que hablamos anteriormente puede comprar más que la moneda de dos. Este fenónemo es aún más claro en los casos del dinero electrónico y el dinero plástico (el de las tarjetas de crédito) que son puras cifras digitales, o el de los ticktes de alimentación, exactamente iguales excepto en la denominación que fija de cuánto es su poder de compra y por tanto su valor.

Ahora, el que el valor del dinero sea su poder de compra, y que dicho valor sea determinado por convenciones sociales institucionales y no por sus cualidades intrínsecas o naturales, es la primera parte del asunto. Pues la relación dinero-precios-poder de compra, es un tema más complejo que pasa, en un segundo momento, por la relación de aquel con las otras mercancías que compra, y particularmente, con el precio de éstas. Para decirlo rápido: lo que determina el real poder de compra del dinero (que es lo que usualmente llamamos su «valor»), no es lo que nominalmente el dinero indica que vale (su denominación), sino la relación de dicha relación con el precio de las mercancías que va a comprar. O dicho de otra forma: el dinero en sí mismo no «pierde» su «valor», lo que hace que tal cosa ocurra (o sea, que disminuya su poder de compra) es el precio de las mercancías que compra, en el sentido de que si estas aumentan entonces debemos dar más de lo que antes dábamos de nuestro dinero por ellas. Resumiendo: no es el dinero el que pierde valor, sino el precio de las cosas lo que aumenta y lo hace perder valor.

El caso del Bolívar Fuerte, los llamados «dólar Cúcuta» y «dólar today» y la indexación que hacen los comerciantes de los precios de las mercancías a partir de estos últimos marcadores, es un claro ejemplo de lo anterior. En la actualidad, con el cierre de la frontera con Colombia, al igual que ocurrió cuando la corrida especulativa generada por el anuncio de la «inminente» dolarización del comercio automotriz venezolano, dichos marcadores ilegales se dispararon provocando una devaluación de facto del Bolívar Fuerte. Sin embargo, en realidad, tal «devaluación» ni fue ni es monetaria si no comercial, en el sentido en que se produce por el aumento de los precios de las mercancías internas efectuados por los comerciantes que toman en cuenta dichos marcadores ilegales. Esta es de hecho la utilidad primordial de estos marcadores a los fines de los especuladores y conspiradores que los sostienen y operan. Y si del lado del chavismo muchas veces se ha dicho que no tienen razón de ser pues no hay ninguna teoría económica que los sostengan o no guardan relación con las variables reales de la economía, es porque nunca se ha entendido del todo bien para qué fueron creados.

Desde luego, cualquiera podría pararse aquí y decir que, bueno, en última instancia, no importa cómo se diga, pues a final de cuenta el fenómeno es el mismo: tenemos que dar más plata por los bienes que compramos, nuestro poder de compra se ve afectado, y por lo tanto, de una forma u otra, el rollo es que somos más pobres. Sin embargo, la diferencia entre plantear las formas de uno u otro modo va mucho más allá de un simple asunto de denominación: se trata de un problema de sentido, de causalidad y político, que afecta el modo de entender el fenómeno pero también -y sobre todo- de abordarlo y solucionarlo, como veremos más adelante.

¿Será entonces el exceso de dinero la causa la pérdida de valor del mismo?

Es difícil entender por qué, en las sociedades capitalistas, donde se supone el fin último es que todos seamos ricos, tener dinero en exceso es malo, según nos dicen los mismos expertos económicos que no se cansan de hablarnos de las bondades del capitalismo y del libre mercado. Y es que obviamente resulta contradictorio: ¿cómo es que en la mañana nos dicen que todos y todas tenemos que ponernos como meta ser ricos, lo que para la inmensa mayoría se traduce en trabajar mucho para tener el dinero necesario para ser libres de elegir y comprar todo aquello que queremos en las cantidades que queramos, solo para el final de la tarde criticarnos porque el que pasen tales cosan pasen resulta notoriamente malo?

Por más contradictorio que parezca, esto es, en efecto, lo que hacen los expertos económicos convencionales. Y es que dado que en el fondo de sí saben que su «explicación» de la pérdida del valor del dinero es esotérica, se ven forzados a plantear otra que parece más seria. Pero el problema es ese: que parece, pero no lo es, siendo el caso que en la práctica es inclusive más esotérica, pese a todos los artificios cientificistas no escatimados para hacernos pensar lo contrario. Se trata de la «explicación» según la cual nuestro dinero pierde valor por un problema elemental de oferta y demanda, expresado por un exceso de dinero, o dicho en buen dialecto expertés: de exceso de liquidez monetaria.

En otras partes nos hemos referido ya a lo balurda que resulta la «ley» de la oferta y la demanda para explicar el valor y por tanto los precios de las mercancías. Pero si resulta balurda en todos los casos, en ninguno lo es tanto como en el dinero. En nuestro trabajo junto a José Gregorio Piña El mito de la maquinita, abordamos este punto, que forma parte del núcleo retórico-ideológico de las «teorías» económicas convencionales de la cual se desprenden las diversas lecturas que, en la actualidad, nos hablan de inflación cada vez que nos «explican» por qué suben los precios.

En el mundo de la teoría económica, esta «explicación» se desprende de la llamada teoría cuantitativa de la moneda, más tarde vulgarizada como monetarismo, ya en tiempos de Friedman y sus Chicago boys. Sin embargo, la teoría cuantitativa se remonta a los tiempos de Nicolás Copérnico, el francés Jean Bodin y los sabios de la Escuela de Salamanca como Martín de Azpilcueta, quienes fueron los primeros en formular que el nivel de precios y por tanto el poder de compra de la moneda, se ven afectados por el aumento de las cantidades moneda en circulación. En El mito de la maquinita, como decía, damos una lectura más rigurosa y extensa de este tema, sin embargo, a efectos de los objetivos aquí planteados es necesario volver por más resumido que sea a los puntos centrales del asunto.

En su formulación estrecha, como es sabido, la «explicación» cuantitativa y monetarista establece que, si se da el caso de abundancia o «exceso» de oferta de una mercancía determinada, su precio se verá forzado a bajar en razón de haber sido cubierta e inclusive saturada su demanda. Caso contrario: si hay escasez de la misma, su precio tenderá a aumentar en razón del margen de demanda insatisfecha. Ahora bien, en lo que al dinero concierne no queda claro que la cosa marche exactamente igual. Pues está visto que no por aumentar de cantidad de éste su demanda quedará satisfecha en algún punto, motivo por el cual no se verá contrarrestado su valor de uso, que es su cualidad para comprar cosas, ni en consecuencia su «precio», que es esa misma cualidad expresada cuantitativamente. De tal suerte, y al igual que explicamos en el apartado anterior, lo que hace que el dinero «pierda valor» no es la cantidad de dinero en sí, sino que dicha cantidad no se corresponda con la cantidad de bienes o más bien con los precios que hay que pagar por ellos (que determina por tanto la cantidad a comprar), por ese motivo, de nuevo: no es el dinero que pierde valor, sino el precio de las cosas lo que aumenta y lo hace perder valor.

Todos los teóricos importantes de la economía política, incluyendo a Marx y Keynes, pero inclusive Smith, Hume, Mill e inclusive a su modo David Ricardo (o sea, los padres fundadores de la economía política burguesa), coinciden en este punto, sostenido igualmente por los economistas de la escuela latinoamericana, desde Juan Noyola hasta Celso Furtado. Y sin embargo, los economistas convencionales tanto de derecha como de «izquierda» insisten en los contrario contra toda evidencia empírica, presos en buena medida del adoctrinamiento neoliberal que padecen los estudiantes de economía a lo largo y ancho del mundo desde hace al menos cuatro décadas, pero también, porque tal punto de vista se corresponde con los intereses de los factores especulativos dominantes, que por regla general financian dicho adoctrinamiento.

Pero lo más paradójico de esta «explicación» no es que no tenga casi nunca (por no decir nunca) basamento real alguno. Si no que viniendo de sujetos que se ufanan a más no poder de ser sus ideas el non plus ultra del pensamiento de avanzada, la misma resulta de la extrapolación vulgar de un caso sucedido en el contexto «simple y primitivo» de la Europa premoderna y precapitalista. Y lo de «simple y primitivo» no es una expresión nuestra, si no de John Stuart Mill, el último de los grandes ilustrados ingleses y sistematizador de la Economía Política clásica en sus Principios de Economía Política, un libro de cabecera cuando la economía que se estudiaba en las universidades era cosa seria. En el capítulo VIII del Libro III de esta obra, titulado, precisamente Del valor del dinero en función de la oferta y demanda, nos dice Mill lo siguiente (me disculpan lo lago de la cita pero creo que su importancia lo amerita):

«El valor o capacidad de compra del dinero depende, en primer lugar, de la oferta y demanda. Pero éstas, en relación con el dinero, se presentan bajo una forma algo diferente de la oferta y la demanda de otras cosas. (…) El principio expuesto de que los precios en general depende de la cantidad de dinero en circulación, tiene que entenderse como aplicable sólo en un estado de cosas en que el dinero, esto es, el oro y la plata, es el instrumento exclusivo de cambio, y pasa efectivamente de una mano a otra en cada compra, desconociéndose el crédito en cualquiera de sus formas. Cuando el crédito entra en juego como medio de compra, distinto del dinero constante, la conexión entre los precios y la cantidad de monedas en circulación es, según veremos más adelante, mucho menos directa e íntima, y tal conexión no se puede expresar con igual sencillez (…) La proposición más elemental de la teoría de la circulación monetaria es que un aumento de la cantidad de dinero eleva los precios y una disminución los hace bajar; esta proposición explica todas las demás. Sin embargo, en un estado de cosas distinto del simple y primitivo que hemos supuesto, la proposición es solo cierta si las demás cosas permanecen iguales; y aun no estamos en situación de declarar cuáles son estas cosas que tienen que continuar siendo iguales. Podemos sin embargo, indicar desde ahora algunas de las precauciones que han de adoptarse al utilizar este principio para tratar de explicar prácticamente los fenómenos; precauciones tanto más indispensables cuanto que, si bien la doctrina es una verdad científica, durante los últimos años ha servido de base para un gran número de falsas teorías e interpretaciones erróneas, en mayor proporción que ninguna de las otras proposiciones que se relacionan con el intercambio. Desde que por la ley de 1819 se volvió a los pagos en efectivo, y sobre todo, desde la crisis comercial de 1825, toda alza o baja de precios es atribuido, por lo general, a la «circulación monetaria» (entrecomillado del autor); y como casi todas las teorías populares, la doctrina se ha aplicado sin tener en cuenta las condiciones necesarias para que resulte exacta. Por ejemplo, se supone comúnmente que siempre que aumenta la cantidad de dinero que existe en el país tiene que producirse por necesidad un alza de los precios. Pero esta no es en modo alguno una consecuencia inevitable. En ninguna mercancía es la cantidad existente de la misma la que determina el valor, sino la cantidad que se ofrece en venta (…).

La explicación (en este caso, sin comillas) de Mill es clara: la hipóstesis cuantitativa la relación directa entre el aumento de las monedas en circulación y el aumento de los precios es cierta e históricamente pertienente, solo que para el caso del contexto y época de la historia europea para el cual originalmente se formuló[1], durante los cuales las monedas de circulación eran directamente de oro y de plata, continentes de valor intrínseco y por tanto objetos en sí mismas de deseo y posesión, más no existía todavía el dinero de papel ni las monedas de metales no preciosos ni mucho menos el dinero bancario. De ahí su juicio servero: fuera de ese contexto «simple y primitivo», explicar las cosas por esa vía resulta falaz.

En los últimos meses, en varias partes del mundo se han publicado estudios que dan cuenta de esta realidad. El economistas y periodista argentino Cristian Carrillo, por ejemplo, escribió para el diario Página 12 una nota el año pasado titulada Emisión e inflación, donde citando un informe del Banco Central de la República Argentina, destaca cómo desde la debacle financiera global de septiembre de 2008, en muchos países se han producido aumentos exponenciales de emisión monetaria (lo que eufemísticamente la prensa burguesa llama «estímulo» o «relajación cuantitativa«[2]) sin que esto se haya traducido en un aumento de la inflación. En la misma Argentina –nación hermana que enfrenta una situación de guerra económica similar a la nuestra- se encuentran otros trabajos que marchan en la misma dirección, como el del economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular GEENAP Marcelo Janda: La emisión Monetaria de los tres últimos años no explica el alza de los precios.Y del también economista Alejandro Fiorito: El extraño y atávico caso del monetarismo argentino y Mitos convencionales sobre la inflación: «exceso» de demanda» y monetarismo.

En el caso nuestro venezolano, lo que reflejan los cálculos históricos de Piña recogidos en El mito de la maquinita (desde 1958 hasta 2014), es que en dicho lapso de tiempo la medición del comportamiento de los precios y la liquidez monetaria (medidos como INPC y M2, respectivamente) comportan una correlación mediana (de 0,5) siendo el caso en que hay momentos en que los precios se disparan con decrecimiento de la liquidez, así como otros en que la liquidez monetaria crece sin que lo hagan los precios, e incluso, disminuyan como tendencia, o donde ambos disminuyen o crecen pero no proporcionalmente. Por lo demás, y esto es lo fundamental, se observa que en los casos donde se mueven en la misma dirección, primero lo hacen los precios y luego la liquidez monetaria. Durante 2013 y 2014, los del gobierno del presidente Maduro y del recrudecimiento de la guerra económica, la tedencia es aún más marcada: en este lapso específico, si bien tenemos una correlación casi perfecta (0,992791), entre precios y liquidez monetaria en el sentido que ambos marchan en la misma dirección ascendente, se acentúa, no obstante, la tendencia de la liquidez monetaria a ir detrás de los precios en el caso de 2013 con rezago de un mes, y en el de 2014 de inclusive hasta dos meses (pasando en consecuencia la correlación a ser negativa: -0,04), lo que comprueba la hipótesis según la cual, ésta busca ajustarse a los nuevos precios, algo de lo que cualquiera que haga compras puede dar fe en la medida en que debe disponer de más medios de pago para comprar,lo que ratifica a su vez que el factor desequilibrante de nuestra economía no es la moneda si no los precios especulativos, que lo que hace que el bolívar «pierda valor» son estos y no el bolívar en sí mismo.

En la siguientes partes de este trabajo describiremos y explicaremos con más detalle cómo se produce este fenómeno, a qué de debe, qué efectos tiene, cómo ha venido evolucionando (esto es, pasando de su fase especulativa-acaparadora inicial hasta la hiperespeculativa-acaparadora actual), así como qué cosas hay que hacer tanto del lado del gobierno como de los trabajadores-consumidores-ciudadanos organizados, para definitivamente contrarrestarlo.

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[1] La época a la cual se hace mención Mill es el de la llamada Revolución de los Precios, un período de unos 150 años –desde 1501 hasta 1650, aproximadamente- a lo largo de los cuales los precios se sextuplicaron por todo el continente. En la literatura convencional, se suele asociar mecánicamente el aumento de los precios durante este período a la influencia de la llegada masiva de oro y la plata a Europa tras el «descubrimiento» de América. Sin embargo, esa es solo un parte de la verdad. Pues lo que explica el alza de los precios es la llegada de dichos metales a un continente donde las monedas en circulación eran directamente de oro y plata, lo cual les otorgaba fuera de su valor nominal de cambio un valor intrínseco en cuanto metales preciosos. Pero también donde se venía experimentando una transformación demográfica y social en sentido amplio, luego de los desastres del siglo XIV, cuando entre la hambruna, las epidemias de peste, las guerras y los desequilibrios climáticos más de un tercio de la población europea sucumbió. La llamada Gran Crisis del siglo XIV, aunque en su momento desató una fiebre especulativa, a la larga hizo bajar los precios por ausencia de compradores. A la vez que encareció los salarios por ausencia de trabajadores. Así las cosas, cuando comienzan a llegar el oro y la plata americanos en el siglo XVI, encontrará a las sociedad europea en un proceso de transición demográfica pero también de transformación de su estructura productiva donde tenemos trabajadores con niveles salariales relativamente altos con precios de alimentos y bienes relativamente bajos y con una gran cantidad de artesanos sin relación de subordinación directa y comerciantes, prestos todos a competir por un oro y una plata que, además de su valor de uso como medio de intercambio y reserva de valor, poseían intrínsecamente un gran valor adicional –y en buena medida mayor- en cuanto metales preciosos.

[2] Decimos eufemísticamente porque cuando dichas políticas se llevan a cabo en países periféricos o díscolos de los dictámenes de las troikas financieras globales, se les llama directamente «populistas«.

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