¡¿Quién mató al segundo violín?!
(Háblenme de Funes, un cuento con orquesta típica, cuchillo y coro polifónico)
Una obra literaria coral, con voces solistas, con voces numerosas que pueden estar viendo o viviendo o contando una tragedia, o, por qué no, una comedia de equívocos, es ya una técnica inventada hace tiempos, mas no por ello, inválida. Al contrario, pueden seguir dándose experimentos con narraciones literarias que pueden ser cantadas, con contrapuntos y fugas, a veces como un canon con voces que se persiguen. Ya lo hizo, de un modo maestro, William Faulkner en Mientras agonizo, un canto obsesivo a la destrucción de un núcleo familiar.
En la obra del estupendo escritor estadounidense, se trata de una novela con muchos puntos de vista porque cada narrador aprecia la historia, las peripecias y aun los desastres de una manera distinta, según sus sentimientos e intereses. Y al fin de cuentas, cuando todas esas voces se juntan, se crea una totalidad de magníficas sonoridades y visiones múltiples.
Humberto Costantini (Buenos Aires 1924-1987), autor de la novela De dioses, hombrecitos y policías, era un escritor que le gustaba, además de la literatura, el tango. Como que hizo cinco letras de tango y once de milonga, y en uno de sus cuentos, La llegada, que sucede en 1868, narra cómo advino a Buenos Aires el primer bandoneón, portado por un marinero alemán en un carguero sueco. Y para que el tango fuera parte clave de su esencia creativa, escribió un cuento de voces, una polifonía, en la que no interviene un narrador único, sino muchos, como testigos, como parte de un coro que construye y deconstruye la vida y obra de un músico, un segundo violín, llamado Funes (mejor dicho, Funes, el Músico).
Otra de las particularidades de Háblenme de Funes —que así se titula— es que todas las voces, de modo individual, como testigos, como si estuvieran asistiendo a un interrogatorio, le hablan a un oyente, del cual no se sabe el nombre ni el oficio, aunque parece ser un periodista, un reportero que está reconstruyendo la trayectoria final y los últimos momentos del malogrado músico. Es alguien que pregunta, pero sus interrogantes no aparecen explícitos, o, de otra forma, se insinúan por las respuestas que van dando los dueños de esas voces, la mayoría elementos de la orquesta de tango, dirigida por el pianista Juan Paladino.
Desde el inicio del relato, con la voz de Paladino, el director de la orquesta típica que tiene a modo de identificación el tango “Íntimas”, popularizado por Gardel, se sabe que Funes “tuvo una muerte bárbara”. Y esto no arredra al lector. Al contrario, lo motiva a continuar en la lectura de testimonios, de voces, casi todas de los miembros de la formación orquestal, y luego, las de prostitutas y, a lo coro de tragedia griega, otras que pueden ser parte del pueblo, de los espectadores.
Funes, que con su ingreso en la orquesta de Paladino le cambió a esta la personalidad, un segundo violín que se traga al resto, un hombre con pinta brava, con ángel o duende, sobre el cual recaen diversas opiniones y miradas, unas de envidia y recelo; otras de admiración y deseo, se erige en astro. Y en este punto es interesante observar que Costantini utiliza, además de la polifonía, una técnica propia del cine: el montaje. Las voces no cuentan de una vez la historia, las alterna y las mezcla, las retoma y las contrasta. Paladino inicia el recorrido y él lo acaba: y agradece a Funes, que cruzó por el cielo de la orquesta como un cometa, como una estrella fugaz, que iluminó todo y que con “su hermosa diablura” al director le “verdeó” el alma.
El cuento, con música de tango, en el que se insinúan, por ejemplo, además de “Íntimas”, uno muy sonado en la historia del género, de Julio de Caro y Pedro Laurenz: “Mala junta”. Sobre Funes, figura apuesta, que se roba la atención del público y que llega a ser muy querido por uno de sus colegas, el primer violín Kraimer, pero repudiado por el contrabajista Valenzuela, que es un personaje que reniega de la música, y por el cantor Julito Díaz, un engreído que siente que ha perdido cartel desde que Funes, así no más, un aparecido, fue admitido en la formación. Digo que sobre él se cierne el mal agüero, o la mufa, o lo que llaman al sur de Italia, en particular en Sicilia y Nápoles, el yetatore.
A propósito, Háblenme de Funes está atravesado por palabras del lunfardo, ese dialecto popular de Buenos Aires, Montevideo y Rosario, sobre el cual ha habido una historia de estudiosos, de filólogos, de lingüistas muy destacados, como, por citar a alguno, el que fue durante años presidente y secretario de la Academia Porteña de Lunfardo: José Gobello. Y, ni más faltaba, Costantini apela a esa riqueza expresiva, derivada tantas veces de otras lenguas y adaptadas a las necesidades existenciales y de la cotidianidad de la gente.
Así podemos escuchar (es un cuento que se oye) cómo, por ejemplo, Osiris Demarchi, primer bandoneón, se refiere al director con “cara de esgunfio”, y otros, en distintos contextos, expresarán el fioca, el fato, el apamparse, el frilo… y todo en medio de un relato que transcurre con altas tensiones, con intensidades y sorpresas. Lo último que tocó Funes fue la introducción de “Íntimas”, y tal vez lo último que escuchó fue un “coro de aullidos”, sí, poco antes de que lo destajaran.
Funes, un hombre sin pasado, se conoce de él apenas lo que sucedió en tres meses que estuvo en la orquesta de Paladino, de sus presentaciones en el Palermo y El Nacional, de sus relaciones con la sobrina de un italiano que cantaba La traviata, de su único amor, de su enorme romance, con Lidia, a la que matan de un susto, o, en un hecho que se queda más o menos en la oscuridad, alguien pudo haberla asesinado. Y en ese punto del relato puede haber cabida a las conjeturas.
Este es cuento de música, de músicos, de prostitutas, de voces, del mundo de la noche que podría estar, por algunos indicios, situado en la década de oro del tango, los cuarenta. Es un cuento de luces y sombras, bien dosificado, con un ritmo que evoca bandoneones y sobre todo el sonar de un violín triste. Se presenta, como no es raro en varios representantes de la literatura argentina, como Cortázar, como Puig, como José Hernández, entre tantos, la incorporación de lo coloquial, que requiere un arduo trabajo para trascender la vulgaridad y afirmarse en la poética, en las esencias del habla cotidiana, que requiere un tratamiento literario.
Este de Costantini es un cuento con poesía, que, desde luego, esta va más allá de las palabras y se encuentra intrínseca en los hechos que se narran, en las miradas y actitudes, en las maneras de hablar de los testigos. “Cuánto gorrión en el violín de Funes, qué primavera nueva en este patio”, dice don Pedro, en lo que parece haber una evocación de algunas letras de Homero Expósito. “Su ternura con él se hizo un cuchillo”, dice la voz del primer bandoneón al narrar el cambio de conductas y sentimientos de las prostitutas admiradoras de Funes, las mismas que pasan del amor al odio por un sujeto que también va a calificarse como un gigoló.
Funes, un cuento con banda sonora de tango, es parte de ese espíritu de una ciudad-duende, de una ciudad musical y muy poetizada, tanto en el tango como en la literatura. Es muy amplia la relación entre uno y otra. Decía el poeta (también autor de letras de tango) Atilio Jorge Castelpoggi: “Todas las ciudades sueñan, pero cuando Buenos Aires sueña nace un tango”. Y, por qué no, el cuento de Costantini es el nacimiento de un tango, por su contenido, por su sentido trágico, por su poesía y su música.
La versatilidad y rigor con que el autor monta su tejido de voces es, podría decirse, espléndida. Cada voz tiene su carácter, su personalidad, y ninguna se parece a otra. Hay una forma de hablar de cada uno de los convocados por esa especie de narrador oculto e innominado que está bien diferenciada. Además de los nombrados, están las voces, por ejemplo, de una sombra, de alguien que no quiere aparecer con su nombre: “Qué ha de saber de mí, para qué el nombre” y es la voz oscura de un alguien que ha probado gayola (cárcel) y muerte, de un perseguidor, de uno que quería poseer a Lidia, la novia de Funes, y puede ser quien provocó la tragedia. Y está la voz de Las Voces: “adónde había dejado el último boliche, el último violín, anda y desanda y dice un nombre, Lidia, qué vocación de muerte…”.
Escritor Humberto Costantini
Háblenme de Funes es un tango con traje de cuento. O al revés. El tema, la utilería, los vestuarios, la escenografía, el clima, los personajes son los del tango: un amor, un desamor, una bella mujer, un malevo, un patio con canarios y jazmines, una traición, una casa de pensión, la noche y una orquesta típica. Y la letra (no dicha en el cuento) de “Íntimas”, tango que se torna trágico al ser el último que salió del violín de Funes: “Hay caminos del destino intransitables… / Hay recuerdos de amor inolvidables… / ¡Y hay vacíos imposibles de llenar!”.
Funes, cuya ausencia dejó como un yetatore a Paladino, a ese director de orquesta que ascendió a la gloria con la presencia de ese hombre que parecía salido de la nada, como una invocación, y cuya muerte inesperada lo arrojó al infierno de los fracasados, digo que Funes y Lidia pueden ser una memoria, tal vez muy lejana, del drama de Orfeo y Eurídice. Una reconstrucción del mito clásico, vuelta tango, con las posibilidades de lo que los críticos denominan un hipertexto. Otra posibilidad del sentido poético y de los significados.
Háblenme de Funes es una suerte de memoria, no tanto a guisa de un expediente judicial, sino de la reconstrucción de un acontecimiento trágico, con un escuchante, con alguien que, sin voz, está detrás del escenario y de los testigos. De la historia. El experimento narrativo le salió muy bien a Humberto Costantini y Funes sigue dando de qué hablar después de muerto.
Nota: En 1993 se estrenó la película Funes, un gran amor, de Raúl de la Torre, con las actuaciones de Graciela Borges y Gian María Volonté. En el filme Funes no es un hombre ni un violinista, sino una mujer, una pianista.
(Escrito en Medellín el 25 de julio de 2021)