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¿Quién se beneficia de la polarización?

En el mes de enero, el polifacético Ezra Klein, fundador de uno de los medios de referencia en información sensata y argumentada en EEUU que curiosamente se llama Vox.com, publicó un libro cuya lectura les recomiendo y que lleva por título ‘Why we’re polarized’.

La tesis de Klein es sencilla, en principio solo funcionaría de forma completa para los Estados Unidos y rezaría así: el sistema político norteamericano, compuesto por ciudadanos, periodistas, pundits, sociedad civil, partidos y hasta el mismo presidente, está roto y ha devenido en ineficaz y disfuncional para los objetivos para los que fue creado. Cuando más y mejor cumplen estos su papel, mayor es la polarización que se produce y mayor el espacio a aventureros nacionalpopulistas.

Estupidez estratégica

La primera clave de esta extrema disfuncionalidad descansaría en las políticas identitarias que progresivamente han ido sustituyendo a las ideológicas o de clase en la izquierda norteamericana, emponzoñando de paso el debate político y permitiendo el nacimiento de líderes anti-políticos y nacionalpopulistas como Trump, facilitando además su acceso al poder gracias a una extrema estupidez estratégica sobrevenida que ha impedido a esa antaño brillante y competitiva izquierda norteamericana la posibilidad de analizar racionalmente lo que estaba pasando a su alrededor, y sobre todo actuar en consecuencia.

Fue Mark Lilla quien primero denunció con contundencia este tipo de políticas en su obra ‘El Regreso Liberal. Más allá de la política de identidad’ (Ed. Debate). Su tesis, tan rotunda como provocadora, ha resultado ser además completamente cierta: «La izquierda debe abandonar las políticas identitarias (género, raza, orientación sexual) y volver a tener un proyecto político que unifique a toda la sociedad y que le permita recuperar su electorado tradicional.»

¿Y esto es aplicable en la vieja Europa y más concretamente en nuestro país?

En 2018, cuando Lilla enunció su tesis la respuesta era clara: No. Pero cuatro años después ha comenzado a cambiar de forma dramática.

Un malvado de serie B

Acuciado por sus propias urgencias, el nuevo Partido Socialista de Pedro Sánchez llegó a la sorprendente conclusión de que solo mediante la polarización era posible conseguir el gobierno y mantenerlo y se puso a la labor con el entusiasmo de un buscador de oro en el Yukón.

La propuesta era sencilla: solo será posible movilizar permanentemente a un electorado progresista culturalmente crítico y políticamente perezoso mediante la construcción de un villano de serie B. Un malvado perfecto.

Un antagonista tan perfectamente siniestro y perverso que sirviera para ganar la batalla cultural, convirtiendo al históricamente crítico ciudadano progresista en una especie de groupie coreana descerebrada ajena a cualquier tipo crítica gracias al miedo.

Pero con eso no bastaba, había que convertir a los ciudadanos en fanboys, a los militantes en palmeros, a los cuadros políticos en diletantes obsecuentes y a la sociedad civil en algo parecido a los sindicatos peronistas

Pocos meses después y con los objetivos cumplidos, Sánchez llegó al poder a lomos de esa polarización y pretende llegar al final de legislatura gracias a ella, pero el catálogo de bajas comienza a ser inquietante.

  • El PSOE ha dejado de existir como organización política plural y se ha convertido en una mera proyección holográfica de la cambiante y contradictoria personalidad de su líder.

  • La izquierda política y social han desaparecido del debate público. Han quedado amortizadas y sin voz propia.

  • Se ha centrifugado a cualquier militante o cuadro capaz de cuestionar esta estrategia.

  • La discrepancia se castiga con el destierro y la muerte civil.

Y la pregunta sólo puede ser una: ¿qué sucederá cuando se constate, como siempre ha sucedido en la historia, que la polarización política por su propia esencia solo puede tener un beneficiario, y que no es otro que el nacionalpopulismo?

Antes de contestar, respiren y tengan en cuenta que si esto sucede, no quedará nada para hacerle frente, solo un inmenso vacío político, ideológico y social, que ocupará el lugar donde antes se encontraba la izquierda.

 

 

 

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