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R. Bada / Una trilogía: So long, Mister Fake President!

 

The fake president (a quien nunca he nombrado de otro modo, para no mancillar ni mi prosa ni los ojos de mis lectores) aseguró, en broma, que si perdía las elecciones contra el peor candidato habido en toda la historia de los Estados Unidos, se iría del país. Pero su frase es tremendo boomerang, porque si Biden hubiera sido ese peor candidato que nunca hubo a la presidencia, y ganó las elecciones, ello sólo puede significar que a the fake president le corresponde el siguiente grado de comparación: él sería (de hecho ya lo es) el “más pésimo” candidato homologable.

El tuitero gringo @davidmackau comentó que “Trump dice que se irá de los Estados Unidos si gana Biden”, y @Pilar Marrero, la gran periodista venezolana naturalizada en California, comentó a su vez: “¿Adónde, qué país querrá acogerle?” Otro tuitero latino, @HContasta, le contestó irónico: «Primera misión para la Fuerza Espacial”. A lo que Pilar Marrero replicó: «Los marcianos dicen que no, que gracias».

 

 

 

Hace una semana recibí enviado desde una escondida vereda de Antioquia, un cartoon de uno de los mejores humoristas gráficos del mundo, el portugués Vasco Gargalo. En él se ve a la estatua de la Libertad armada de lo que ustedes llaman cauchera (o bien resortera, y tirachinas los españoles), con la que apuntaba derecho al espacio para disparar hacia allá lo que se halla al final de la goma estirada: the fake president. Regué el cartoon urbi et interneti y un poeta paisano mío me escribió preguntando: “Estamos en una encrucijada, ¿es Biden la solución?” Le contesté ipso fuckto: “Todo lo que no sea the fake president es una solución. Amén de ello, la vice de Biden es una mujer joven y que se sentaría (según el dicho gringo) a un latido de corazón del presidente”.

El daño que the fake president le ha hecho a los propios Estados Unidos en primer lugar, y a sus relaciones con la Unión Europea, la OTAN, la OMS y la Unesco, al tratado con el Irán (que tanto esfuerzo requirió hasta su firma) y al Acuerdo de París sobre el medio ambiente, a todo aquello que rascó su tosca zarpa de ególatra desinformado y atrabilario, no es daño reparable tan fácilmente. Amén de ello, si tuviera conciencia, lo que mucho dudo, desde hace un par de semanas pesarían sobre ella los más de 220.000 muertos estadounidenses a causa de su irresponsable y mequetrefe tratamiento del tema de la pandemia, donde demostró ser inepto para el cargo.

Como dijo en su cuenta Twitter @andrewholes, colega mío en este columnario: “Uno ruega que Trump pierda, aunque solo sea para que se acabe la pésima telenovela que nos tiene a todos mirando repugnados”. Enter! (En lenguaje virtual es el equivalente del religioso “Amen”).

 

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Pasar a la Historia por el inodoro

Hay políticos que pasan a la Historia por la puerta grande, otros por el patio trasero, algún que otro (¡oh manes de Gadafi!) por la alcantarilla, y no pocos por el inodoro. The fake president eligió la cuarta opción. Y la prueba inequívoca de su bajeza intelectual, moral y humana y la de la ralea que le sigue, no es que no sepan perder, sino que ni siquiera les importa que todo el mundo se entere de que no saben perder. Losers! (© by Donald T.)

Hablando en plata, casi sospecho que su amigo Putin, cuando the fake president se vea obligado a abandonar la Casa Blanca, le ofrecerá presidir el Consejo de Administración de alguna gran empresa rusa, como hizo con el canciller alemán Schröder al ser derrotado por Angela Merkel en las elecciones del 2005.

Ahora bien, debo confesar que tratándose de un maquiavelo de trocha angosta, como the fake president, hasta le creo capaz de hacerles a los miembros del colegio electoral procedentes de Estados con un gobernador republicano (pero que tienen la obligación de votar a Biden), una oferta que no podrán rechazar, en el estilo mafioso inaugurado por El Padrino: “I’m gonna make him an offer he can’t refuse”.

Hasta que no vea a Joe Biden sentarse en su sillón presidencial en el Salón Oval, no estaré seguro de su presidencia. E incluso entonces le recomendaría ordenar que el Servicio Secreto limpie de escuchas todo el recinto de la Casa Blanca excepción hecha, claro está, de aquellas con las que mutuamente se espían entre sí el FBI, la CIA, la ANS y todos los demás servicios secretos gringos, amén de algún ruso invitado para descartar la sospecha de nepotismo.

No crean que escribo esto en broma. No trato de hacer un chiste de humor negro, lo aseguro. De the fake president no me fío ni un pelo. Es un amoral capaz de cualquier zancadilla. Y mejor no hablemos de su hijo, quien predica “la guerra total” contra Biden. Al menos acá en Alemania, nombrar “la guerra total” trae consigo el ominoso recuerdo del más tristemente célebre discurso del ministro de Propaganda del régimen nazi, el criminal de guerra Goebbels. El 18.2.1943, en el Palacio de los Deportes de Berlín, ante un público hipnotizado, preguntó de manera demagógica y sin concesiones: “¿Queréis la guerra total?” Todos gritaron unísono: “¡Sí!” Las consecuencias son harto conocidas.

Y aquí sí viene un chiste. The fake president fue blanco de sarcásticos trinos de los tuiteros alemanes desde el vamos. Recuerdo en especial uno de la tuitera La Reina de Espadas cuyo mote es @Bajonettathene: “Siempre ese deseo de despertar en la Edad Media y que el Emperador envíe a Donaldus Trumpus a una cruzada. A Jerusalén. Sin ticket de regreso”.

 

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¡Es la democracia, estúpidos!

 

Para al menos 76 millones de gringos, resulta válido lo que el gran memorialista portugués Miguel Torga escribió en su diario hacia 1974: «Es trágico tener que asumir cotidianamente una realidad nacional que está determinada por algunos seres de inteligencia primaria».

Cuando los republicanos aprobaron en el Senado el nombramiento de la juez Amy Coney Barrett para el Tribunal Supremo, tan sólo una semana antes del 3.11., día de las elecciones (esos mismos republicanos que le impidieron hacer el nombramiento de un juez a Obama, alegando que era un año electoral, aun siendo en febrero del 2016), un editorialista del diario liberal de Colonia los llamó “lacayos sin vergüenza”.

Y sin decencia, añadí por mi cuenta. Sin eso que los romanos del Imperio llamaban “decorum” y que la Academia define como “honor, pureza, honestidad, pundonor, respeto, honra”, virtudes todas ellas de las que carecen tanto the fake president como sus secuaces del partido republicano.

Pero hay que tratar de entenderlos. Incluso quienes entre ellos no ven con agrado las maneras del patán ególatra, racista, sexista, tramposo y mendaz que han aupado a la Casa Blanca, no pueden ignorar que les consiguió el mayor número de votos que The Grand Old Party ha alcanzado en toda su historia. No lo pueden ignorar, sencillamente es eso y no hay más vueltas que darle. Accediendo a la exigencia de the fake president de reconteo de votos por sospechas de fraude, sin prueba alguna, el Fiscal General no es un irresponsable, como me comentó una amiga desde Madrid. Es algo peor: es un chupamedias irresponsable. Pero los 71 millones que votaron a the fake president son tan responsables de esta farsa como su primate de Washington. Lo dije hace dos semanas y lo repito: a un amoral como este le creo capaz de todas las malas artes de que se valía Don Corleone.

Florian Harms, redactor–jefe del noticiero t-online.de, dejó dicho en su podcast: [The fake president] confronta a la opinión pública democrática con un problema patológico: como narcisista no puede perder. Esto plantea la cuestión de que no debe ser tratado como un político que está en plena posesión de sus facultades mentales, sino como un enfermo. Si el paciente sigue su campaña contra la democracia y se niega a abandonar la Casa Blanca, va siendo hora de llamar a una ambulancia para el 20 de enero, a más tardar. Por si acaso, los enfermeros deben llevar una camisa de fuerza”.

Se le olvidó añadir que esa camisa de fuerza tendrá que mostrar impreso el gran consuelo que le queda, según el tuitero @InvisiblesMuros: «Soy el único presidente en la historia de los Estados Unidos que ha perdido dos veces el voto popular».

 

 

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