Rafael Luciani: “Nos estamos inhabilitando como seres humanos”
“No sólo de pan vive el hombre”, dijo Jesús de Nazaret. Hay una dimensión espiritual y dentro de ella un universo tan expansivo como el propio Universo. Lo que sigue es una visión muy sucinta de Rafael Luciani, laico y doctor en Teología por la Universidad Pontificia Gregoriana en Roma.
Si tomamos en cuenta la sentencia del filósofo George Steiner, quien dijo que su carácter de políglota es lo más importante, entre otras cosas “porque define mi trayectoria y mi trabajo”, algo tendría que haber dejado en Rafael Luciani el hecho de que habla inglés, alemán, italiano, español, latín y griego. Autor de varios libros, entre otros, “La palabra olvidada: de la significación a la simbolización” (1997); “Despertar a la abundancia de la vida” (2000) y “El misterio de la diferencia: un estudio tipológico de la analogía en el pensamiento de Tomás de Aquino, Erich Przywara y Han Urs von Balthasar” y editor de la página web “Teología hoy”, pues no habrá en las líneas que sigue una mención a la escasez de la Harina Pan como la fuente de todos los males, de todos los problemas.
Muy por el contrario. En Venezuela hay una crisis de valores. La Iglesia Católica falló en la transmisión de la fe y eso abrió el camino para que un espontáneo en la teología y la eucarística, Hugo Chávez, pescara en río revuelto. “No hay apuesta de futuro, si no hay formación humanística”, advierte Luciani, quien ha decidido aportar su granito de arena, diseñando un programa de formación teológico pastoral para América Latina (en Venezuela tendrá carácter de gratuidad), con el apoyo del Boston College
Desde el momento en que llegó al poder, Hugo Chávez retó a la Iglesia Católica. En su discurso siempre hubo una palabra del Evangelio. Quizás porque se creaba la condición, en la que un interlocutor podía hacer una equivalencia.
Siempre la hubo. La Iglesia, hasta la mitad del primer período del ex presidente Rafael Caldera, jugó un papel muy importante en sectores claves. Por ejemplo, en la educación y en la formación de líderes sociales. Fue una generación de emprendedores formada dentro de la estructura de la Iglesia Católica. Empieza un quiebre, quizás inadvertido, en el que se va separando la Iglesia como institución de la Iglesia como pueblo de Dios. Digamos, entre la gente y los sectores más pobres. Ese quiebre se fue dando gradualmente y fue adquiriendo proporciones de división entre el mundo diocesano (la estructura básica que depende del obispo local) y el mundo de las congregaciones religiosas. De hecho, en Caracas, la mayoría de los barrios estaban atendidos por congregaciones religiosas. Se fue dando una visión de Iglesia no paralela, pero si muy cercana al pueblo y otra visión más ritualista, dentro de las estructuras del templo, por así decirlo.
¿Cuál sería la característica principal de esa dualidad?
Ahí se va dando no una Iglesia popular, como en otros países de América Latina, pero sí una presencia de la Iglesia en las comunidades y en los barrios que no es institucional 100%, y que tampoco es asumida en su totalidad por la Iglesia venezolana. Tenemos una estructura de obispos que se fueron aliando y a la vez favoreciendo de las estructuras de los gobiernos de turno y, por otra parte, una cantidad de personas dentro de la Iglesia (religiosos y laicos) que estaban trabajando en zonas populares y urbanizaciones de clase media baja, pero que no eran beneficiarias de ese sistema. Se fue creando una Iglesia muy institucionalizada, que generalmente se ve desde la clase media alta y la clase alta: la Iglesia de los ritos, la iglesia del templo, la iglesia del domingo —ese es el imaginario en ese sector de la sociedad venezolana—, y otra Iglesia, muy distinta, metida en comunidades concretas, con sus problemas sociales. Eso produce una división muy grande, aunque no sea oficialmente reconocida, pero nunca llega a la ruptura como ocurrió en otros países. Eso es muy claro en la Iglesia venezolana. Pero sí hay proyectos muy distintos.
¿Dónde estaría el acento de esos proyectos? ¿Su esencia sería cristiana o política?
Yo suelo decir que hay formas de catolicismo, pero no todas son cristianas, porque no todas tienen su centro en el Evangelio. Nosotros podemos estar viviendo un cristianismo sin Evangelio. Esto es, sin referencia a la praxis histórica de Jesús. Y podemos estar viviendo una forma católica ritualista, pero sin conexión con la praxis histórica de Jesús. Eso es lo que tendencialmente tiene como más imaginario y como más narrativa.
Pero en ninguna de las dos está Jesús.
¿En qué sentido?
Podemos tener un cristianismo que no necesariamente está con el Evangelio y una Iglesia ritual, en la que tampoco está la figura de Jesús. Entonces, podría decirse, que no está en ninguna de las dos.
No, cuando digo que no está en lo que ha sido la figura dominante de la Institución, que es solamente en el rito, es porque el imaginario de ese cristiano no tiene referencia del Jesús histórico. Por ejemplo, algo que asombra del Papa Francisco es que la mayoría de las cosas que hace parte de Jesús de Nazaret. Eso choca en un grupo de católicos. Y lo otro es que cuando yo vivo mi fe en relación con el Jesús histórico, con la praxis, con lo que Él hizo, lo institucional pasa a tener un sentido relativo, no es absoluto. Eso sí se da en comunidades populares. No estoy diciendo que se dé ni en toda la realidad de las comunidades ni en todas las personas, pero tendencialmente se da más, porque hay, entre otros aspectos, más vínculos de solidaridad.
¿En esa ambivalencia, por llamarla de algún modo, en esas formas de entender el Evangelio, ahí fue donde llegó el señor Hugo Chávez a pescar en río revuelto?
Claro y usa una narrativa evangélica que corresponde, especialmente en los años 60, a un cristianismo de fronteras, a un cristianismo que después de la Conferencia de Medellín, marca el inicio de una tendencia muy arraigada en lo social y en lo político, pero de una manera evangélica.
Pero en Venezuela la Teología de la Liberación tampoco tuvo mucho anclaje.
Precisamente porque en el ámbito institucional de la Iglesia no permeó, no se permitió. Pero en el ámbito de las iglesias de los sectores populares, se fue dando en las comunidades de base.
¿Se podría decir entonces que aquí hubo una conexión con una Iglesia no oficial, no institucional, mediada por una herramienta discursiva, más que real?
Aquí es donde entra en juego el discurso de Chávez. Primero, usa un lenguaje que se vincula con la realidad concreta de la persona. Un discurso religioso que es, precisamente, una de las características socioculturales del venezolano. Pero a la vez es un estilo que, en sus primeros años, está en completa sintonía con la teología más social de los años 60. Es decir, sí hay —y no me refiero a la intención que quizás pudo haber tenido Hugo Chávez—, pero sí hubo una narrativa que iba en dirección del reconocimiento del pobre, en una sociedad donde había separaciones muy grandes y donde nunca hubo una integración social. Eso lo aprovecha Chávez.
El alcance del Estado venezolano para proveer educación y salud a través de sus instituciones en los sectores populares fue limitado. En algunos barrios nadie conocía al señor Estado, hasta que de alguna manera quien se los presentó fue Hugo Chávez.
El vínculo lo hace religiosamente, con la narrativa que implica no sólo palabras, sino sentimientos y la manera de aproximarse. Hay toda una forma religiosa en ese sentido. De ahí viene el mesianismo. ¿Por qué cala tanto? ¿Por qué utiliza el lenguaje religioso? Porque hay una dimensión sociocultural que necesita para enganchar. Yo estoy convencido de que en Venezuela hay una crisis en la transmisión de la fe. Y eso permite que yo traslade a Chávez una noción completamente errada de lo que es el mesianismo en Jesús. Ahí sí se da un paso que responde a la crisis en la forma en que la Iglesia transmitió la fe. La Iglesia sí tiene culpabilidad en un proceso sociopolítico que se dio a través de un imaginario mesiánico. Yo creo que eso es algo que muy poco se reconoce de parte de la institución católica.
Tal vez porque eso tiene que ver con la Iglesia de los ritos, del templo y de los domingos, como lo dijo anteriormente. Pero también está <La Venezuela irredenta>. Esa Venezuela que necesita ser reivindicada, que necesita ser <el sujeto de su propia historia> como diría el compañero Marx. Chávez se presentó como el tipo que lo haría posible.
Sí, tiene que ver con esa Iglesia ritual y también con ese imaginario irredento, necesitado de… pero allí interviene una dimensión sociocultural. Cuando hablamos del autoritarismo lo adscribimos a la figura de Chávez o a la entidad militar, pero olvidamos que socioculturalmente somos una sociedad autoritaria.
Si vamos a abordar ese tema, quisiera plantearlo de esta manera: no hagamos ninguna diferencia porque Chávez se murió. En ese sentido Chávez está vivo. El autoritarismo de Chávez es el que estamos viendo ahora.
Sí, por eso digo que el usa algo que socioculturalmente existe. En la familia, el padre autoritario. En la Iglesia, el cura autoritario. En la empresa, el gerente autoritario. En una sociedad donde hay una manera de actuar <voy manejando, me tiran el carro y me insulta el que me tiró el carro> eso es usado porque ya existe. Y si le unes el imaginario <del otro que me salva>,entonces haces una mixtura que funciona socioculturalmente.
¿Funciona para el otro?
No, funciona en aquel que no tiene posibilidades de realizarse por sí mismo y que ve en el otro la posibilidad de llegar a eso.
Y funciona para quien lo usa.
Sí, en la medida en que se crea una relación de dependencia para mantenerse en el poder, para reafirmar su proyecto político.
Estamos ante un clientelismo de otra naturaleza. No estamos hablando del apartamento de la GMVV, ni de las bolsas de comida. Este es un clientelismo sociocultural, psicológico, religioso, espiritual. Es mucho más significativo que el clientelismo material, por llamarlo de alguna manera.
Claro, yo sostengo, y algunas personas dirán que estoy completamente errado, que la crítica que hace la mayoría del chavismo no es al modelo, sino a quienes ellos creen que están llevando el modelo de una forma equivocada. Desde una visión ilustrada, yo puedo decir, comprendiendo muy mal la realidad, que el proyecto actual se dirige al precipicio, porque no sabe qué hacer. Ahora, desde una visión no ilustrada, se entiende que primero hay que destruir al capitalismo, al sistema dominante, para luego poder construir y, como parte de ello está lo que estamos viviendo. Entonces, yo tengo dos visiones. O la razón ilustrada que nunca va a entender lo que ocurre socioculturalmente y que seguirá insistiendo en su crítica al modelo y la otra visión que entiende que la falla es un problema de realización, una incapacidad de lograr el bienestar.
Habría que considerar que el 60% de los venezolanos, cuando evalúa la gestión de Chávez la califica como positiva. Si el problema no es el fracaso del modelo, sino la ejecución que hace el reemplazante, el hijo de Chávez, como él mismo se autodenomina, la pregunta es ¿el modelo realmente funciona o acaso estamos viviendo la ejecución de algo que se hizo mal?
Eso depende de quién responda esa pregunta. Hay personas realmente convencidas de que ese es el camino, pero se está haciendo mal. Yo no lo creo eso, mi opinión es que el modelo como tal, fracasó. Pero si hay un sector muy importante de la sociedad venezolana, no es un grupito, que cree que el problema es de gestión.
Sí la crítica no es al modelo, sino a quién lo está haciendo mal. ¿Cuál debería ser el mensaje?
Ahí es donde deberíamos mirar el punto central de la crisis. Como sociedad nos estamos inhabilitando como sujetos humanos. Estamos perdiendo el sentido de lo que significa ser humanos. Ya no vivo relaciones humanizadoras, personalizadoras, sino relaciones instrumentales de sobrevivencia. Eso, como sociedad, me deforma toda manera de ver presente y futuro. No puedo ver el futuro porque tengo que sobrevivir en el presente. ¿Entonces, de qué vivo? De una ilusión que va a frustrarse permanentemente porque no me va a llevar a ningún proyecto viable. Entonces, yo creo que hay una tarea donde la Iglesia tiene una responsabilidad: contribuir en cuanto a formación humana. Vivir relaciones que me humanicen, no que me instrumentalicen.
Cuando habla del sujeto histórico me viene a la memoria el compañero Marx, quien habló del proletariado como el sujeto histórico del socialismo. ¿Quién es el sujeto histórico hoy en la sociedad venezolana?
Los podríamos ver desde los llamados bachaqueros, acercándonos a la persona. Si lo veo, una vez más como la persona ilustrada, siempre haré la crítica de que el otro se está aprovechando, de que el otro está haciendo uso de necesidades para obtener un beneficio, y viene entonces la pregunta que refiere a una frase que continuamente dice el Papa Francisco, <mientras el problema de los pobres no esté solucionado, ningún problema estará solucionado>. Para esa persona, a lo mejor un grupo no tan mayoritario, ellos están haciendo un trabajo formal, porque están desempleados. Para el Estado, están supliendo la imposibilidad de darle trabajo, porque ya no tiene la capacidad de financiar las misiones, entonces desde afuera yo hago una crítica, pero desde adentro la persona está pensando otra realidad, ahí hay un choque, porque ni yo trato a esa persona ni esa persona me trata a mí. Ahí es donde entra el tema de recuperar las relaciones que nos humanizan. Si no comienzo a ver al otro dentro de mi proyecto de vida, vamos a ser siempre una sociedad fallida. Vamos a ir de un modelo a otro sin solucionar los problemas socioculturales reales.
Hay muy pocas voces capaces de poner ese tema sobre la mesa o que se arriesgue a proponer un modelo incluyente. Para el ilustrado, por ejemplo, la palabra inclusión no es parte de su vocabulario.
Existe la palabra ayuda, la palabra benefactor, o <yo te doy porque tengo las posibilidades económicas, por eso hago una obra comunitaria dentro de lo que ahora se llama la responsabilidad social empresarial>, pero no hay una relación real, de tú a tú, horizontal, entre los sujetos en Venezuela y para eso es necesario crear un vínculo afecto. De lo contrario, la inclusión es una forma de tolerancia entre diversos espacios. Eso es algo que en la sociedad venezolana todavía no terminamos de asimilar. Venezuela, un país de mayorías pobres, pero seguimos diciendo que somos un país rico. Esa es parte de la inhabilidad que tenemos de asumirnos en una relación de tú a tú, porque no termino de asumir el problema desde su complejidad. En la cotidianidad se ha perdido la posibilidad de tratarnos como venezolanos.
¿Cuál sería el aporte no ya de la persona que da sino de la que recibe? Habría que tomar en cuenta que esta sociedad no se puede construir solamente tramitando demandas, sino haciendo aportes.
Aquí hay una responsabilidad del Estado, cuya acción debería favorecer que los ciudadanos sean sujetos, no ya de las relaciones humanas, sino de su autonomía y bienestar económico. Si el Estado no se ocupa de esa tarea, no aplica políticas en ese sentido, vamos a tener un déficit, una deuda social, que hará que el otro no tenga las condiciones para poder realizarse. No puedo pedir que el otro haga cuando no tiene las condiciones para ello. Ahí hay una responsabilidad moral de los empresarios, de la clase política, para que el otro no dependa ni de fundaciones, ni de ONG’s, para poder vivir mejor. Eso se dio en momentos históricos de Venezuela.
¿Sí, en qué momento?
A eso me referí cuando hablé de la mayor inclusión social que propició la Iglesia Católica durante los dos primeros años del primer gobierno de Caldera. Había una conciencia de mayor inclusión y de movilidad social, en el sentido de inclusión. No se dio estructuralmente. Además hubo una ruptura del proyecto. Ciertamente, se dio, pero aquí tenemos la tendencia de desvalorizarnos como sociedad. <Todo pasado es el horror, nada sirvió>. Y no vemos las experiencias en la que hemos sido exitosos. Ha faltado, eso sí, continuidad.
El problema no lo vamos a resolver desde la religiosidad, desde la espiritualidad, aunque desde allí el aporte puede ser más que significativo, esto pasa por el diseño de un acuerdo político que, realmente, tome en cuenta estas cosas. Que supere el caudillismo, el autoritarismo, el clientelismo, las grandes lacras de la sociedad venezolana. ¿Hay materia gris suficiente? Porque esta sociedad no aguanta un parche más. O nos ocupamos de los grandes temas o esto pasa a ser una sociedad fallida.
Es muy triste ver como las carreras humanistas, en algunas universidades venezolanas, están siendo cerradas porque no son rentables, por ejemplo. Ahí es donde uno se pregunta, ¿Dónde está la apuesta? Porque todo futuro pasa por la formación humanista en el presente. Si no invierto en el núcleo de una sociedad, que es la formación en valores, no puedo esperar que el político venga a hacer lo que me toca a mí hacer.