Rafael Rojas: Chavistas contra sí mismos
Hace cinco meses, cuando la oposición venezolana ganó la mayoría de la Asamblea Nacional en unas elecciones legislativas, que dejaron en evidencia la impopularidad del gobierno de Nicolás Maduro, el oficialismo pedía al nuevo parlamento “administrar su triunfo”.
Diosdado Cabello y otros líderes gobiernistas recomendaban a la oposición gradualismo y moderación para tratar de reconducir la división de poderes en Venezuela.
Ahora la oposición echa a andar una recaudación de firmas para presentar una demanda de referéndum revocatorio del mandato presidencial, como lo establece la Constitución, y la respuesta del gobierno es que es “demasiado tarde”. No sólo eso, Nicolás Maduro responde al desafío de la oposición con un decreto que perpetúa el estado de excepción. La situación de emergencia ha sido la condición normal del gobierno de Maduro desde 2014 y no porque el país esté acosado por enemigos externos e internos, sino por una irremediable ineficacia administrativa y política.
El chavismo se perfiló en la primera mitad del siglo XXI como una corriente de la izquierda latinoamericana que presumía de su competitividad electoral. La Constitución de 1999 y el propio Hugo Chávez le daban gran importancia a la práctica de ejercicios constantes de plebiscitos, referéndums, consultas ciudadanas o iniciativas directas de ley, los cuales confirmaban el respaldo popular de un proyecto político.
La clarísima ruptura de Nicolás Maduro con aquel legado de hegemonía electoral es, en buena medida, el acta de defunción del chavismo. Aún cuando Maduro se las arregle para seguir gobernando despóticamente de aquí a 2018, el chavismo difícilmente se recuperará como fuerza electoral mayoritaria en Venezuela. Nunca prescindió Chávez de las urnas porque sabía que en el tipo de régimen plebiscitario que impulsaba la ventaja electoral era básica para la legitimidad política.
Sin carisma, sin popularidad y sin mayoría plebiscitaria, el gobierno de Maduro sólo puede sobrevivir dictatorialmente. Por eso hace de la excepción la regla de la política económica, se desentiende de la Constitución y amenaza con hacer “desaparecer” la Asamblea Nacional, que con todo su derecho soberano rechaza el decreto de perpetuación del estado de emergencia. Maduro, en síntesis, propone desmantelar la Constitución y el régimen que su venerado Hugo Chávez legó a Venezuela.
Es natural que los pronósticos sobre la situación venezolana alcancen, por estos días, los tonos más sombríos. Un gobierno que decreta un estado de excepción, que el poder legislativo desconoce, y una oposición que demanda un referéndum revocatorio, que el poder ejecutivo considera ilegal, es, a todas luces, un escenario de pesadilla. Si ese callejón sin salida en que han caído las instituciones, se intenta resolver en las calles, la posibilidad de la guerra civil se volverá cada vez más real.